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VAMOS A VER AL BOCHA

7 mayo, 2023

Se retiró la magia

Cayó Domingo, y de un frío mes de mayo, de 1991. El último viernes se cumplieron 32 años que, jugaba por última vez un partido de fútbol profesional Ricardo Enrique Bochini. Esa tarde a las 15.30 dirigió Manuel Jacome, y el Independiente dirigido por José Omar Pastoriza en el estadio de la doble visera formó con, Luis Islas; Marcelo Barrera, Luis Altamirano, Fernando Villarreal y Guillermo Rios; Ricardo Giusti, Marcelo Morales, Miguel Angel Ludueña y Bochini; Martín Ubaldi y Carlos Alfaro Moreno. Por su parte Estudiantes de La Plata, lo hizo con Marcelo Yorno; Juan Carlos Ramírez, Edgardo Prátola, Roberto Trotta y Pablo Erbín; Gustavo Balugano, Daniel Peinado, Raúl Aredes y Rubén Capria; Lorenzo Saéz y Patricio Mac Allister. El Director Técnico era Humberto Zuccarelli.

El libro de Claudio Gómez, acerca del partido que consagró a Independiente campeón en 1978. Una hazaña que el bocha participó, un triunfazo con 8 jugadores ante Talleres.

Estudiantes se puso en ventaja con gol de Patricio Mac Allister, y faltando 13 para el final lo empató Carlos Alejandro Alfaro Moreno. El bocha salió a los 42 de la primera parte por un patada de Pablo Erbín, que según el jugador dijo, «fue casual pasé de largo porque la cancha estaba mojada». La cuestión es que Bochini tuvo que salir y ese fue el último partido de un hombre que ganó 14 títulos (5 copas libertadores y 2 intercontinentales) con el rojo, y jugó 714 partidos, marcando 97 goles.

Diego Joy: El hincha del juego

Vamos a ver al Bocha….
Ese era el santo y seña que me permitía saber que era hora de salir para la cancha. Durante más de diez años me lo decía mi viejo cada domingo –o cada día que jugara Independiente- en el momento de iniciar el viaje al estadio.
Ricardo Bochini fue el mejor y más importante futbolista de Independiente durante 19 años de actividad que lo transformaron, además, en el mejor y más importante futbolista de la historia de un club cuya historia estuvo repleta de muy buenos e importantes futbolistas.


Hablar de su físico esmirriado, de su aspecto más bien poco atlético, de su eterna timidez son lugares comunes a esta altura. Mucho se ha dicho ya, también, de su condición de estratega. De sus centenares de ojos que todo veían incluyendo el futuro inmediato y el no tan inmediato también. De su precisión robótica para pasar la pelota. De su increíble facilidad para tirar paredes, esa forma que asume la poesía dentro de una cancha.
Un poco menos se ha escrito, aunque bastante también, de su asombrosa capacidad para la gambeta. Gambeta que, además, era siempre para adelante. Pero cuando se dice para adelante, en su caso, no quiere decir en diagonal y ganando metros o algo así. No, no. Nada de eso. Para adelante quiere decir en línea casi recta hacia su objetivo –que ya tenía claro antes de arrancar por aquello de su condición de estratega y su notable visión del juego- que podía ser el arco rival o un espacio vacío, cómodo, adecuado que terminaría utilizando como atalaya (porque siempre parecía que estaba mirando desde las alturas) para lanzar su ataque final en forma de pase gol, eso que hoy llaman pomposa y basquetbolísticamente asistencia.

«De su precisión robótica para pasar la pelota. De su increíble facilidad para tirar paredes, esa forma que asume la poesía dentro de una cancha«.

DIEGO JOY. EL HINCHA DEL JUEGO.


Casi no se ha señalado que el Bocha comparte con tantos grandes (del fútbol y de la historia) esa suerte de magia que lo termina ubicando en el momento y lugar precisos para terminar siendo el héroe, el muchachito de la película, el maestro de vida. Valgan dos ejemplos como botón de muestra: es ídolo del más extraordinario y más idolatrado futbolista de todos los tiempos y es autor del gol decisivo en la más grande hazaña del fútbol argentino de todos los tiempos en aquella inolvidable noche cordobesa del 25 de enero de 1978, justo el día que cumplía 24 años.

El Bocha, campeón Intercontinental contra Juventus en 1973, en la foto junto a Daniel Bertoni.


De lo que nada se dijo, al menos no lo hemos leído ni escuchado, es que todos sus logros, toda su enorme trayectoria repleta de títulos pero también y sobre todo de juego excelso, fueron sin estridencias. Cómo hablando bajito, futbolísticamente hablando. Alguien que no necesitó jamás el artificio, el firulete tribunero, la demostración de destreza vacía. Cada movimiento, cada gesto futbolero, cada amago, cada freno, cada enganche, cada control, cada pase, cada mirada tenían una intención y una razón de ser. Un hombre de una economía de movimientos admirable al que, sin embargo, no lograban ni marcarlo ni pegarle. Nunca estaba en el lugar donde el defensor creía que lo iba a encontrar.


El piecito más largo del mundo, lo llamó alguna vez Víctor Hugo Morales por esa capacidad para llegar antes que el rival cuando nada hacía prever que eso pudiera pasar…
Hace 30 años se reitró. Lo retiraron, a decir verdad, meses antes de lo que hubiera correspondido porque finalmente un defensor logró encontrarlo y lo golpeó arteramente. No está mal tampoco que así haya sido. Igual que cuando nos pellizcamos para saber que no estamos soñando, ese foul, ese dolor, esa lesión nos permiten saber que el tipo existió. Que es cierto todo lo que vimos. Que no era un personaje de cuento de infancia feliz que empezaba con aquel vamos a ver al Bocha que me decía mi viejo. Que aquellos goles, que esos campeonatos, que los inolvidables años de felicidad roja y surera fueron un regalo eterno para tantos como yo.
Gracias Richard. Gracias por todo.

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Diego-joy

Diego Joy.  Comentarista de Fútbol. Canal Web La Patria Futbolera. https://bit.ly/3RAwT5y Buen lector de historia, y filosofía. Hincha de Independiente.