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STALLONE VISTO EN UN CINE DE AVELLANEDA

1 julio, 2022

Hacia Viernes Salvajes

I- Todo comenzó en Avellaneda

Vi Halcón en 1987, el año de su estreno con mi papa en un viejo cine de Avellaneda del cual no recuerdo el nombre. Tampoco recurre a mi memoria que película daban antes que ésta, porque sucedió en la época donde daban dos al precio de una, y por lo general la primera era clase B. Hacía muy poco tiempo que ambos (padre e hijo) nos habíamos conmovido de modo imprevisto una noche de lunes con la primera entrega de Rocky. A mis ocho años no tenía muy claro cuáles eran los motivos de mi fascinación.

Todavía no entendía que Stallone es un narrador notable y que sus fabulas deportivas, de la cual la saga de Rocky es su obra capital, utilizan algunas módicas proezas para reflexionar con la excusa de la épica deportiva sobre el tema de los vínculos en su basta complejidad.

Ya hacia fines de los 80 y comienzos de los 90, Stallone se había transformado en una especie de subgénero en si mismo. Quizás lo mismo se podría aplicar a otros nombres propios como Schwarzenegger y en menor medida Van Damme y Steven Seagal. El subgénero llamado Stallone tenía reglas muy claras. Él era el más humano de todos esos tipos musculosos, el más tierno y siempre debía enfrentarse a conflictos durísimos. Sly representaba una oda a la superación del ser humano. Stallone nos demostró, en el universo que supo construir con sus films, que siempre se puede perdonar, poner la otra mejilla, esforzarse por lo que uno quiere y dar lo máximo. De algún modo representa la mejor versión de lo que hoy conocemos como meritocracia.

II- Rocky Balboa y Halcón

Halcón podría pensarse como un bonus track de Rocky, o quizás pensándolo mejor, como una vuelta de Stallone al origen de sus obsesiones filiales. Cuando uno ve el film dirigido por el desconocido Menahem Golan, no podemos dejar de pensar en el vínculo que se establece entre Rocky y Mickey antes de la pelea del primero con Apollo. En esa escena extraordinaria del film de Avidsen, Mickey va a pedirle (casi suplicarle) a Rocky que le permita entrenarlo. De esa manera, Rocky llegaría de modo optimo a su pelea y éste no cometería los errores múltiples que el propio Mickey cometió cuando tuvo la oportunidad de pelear por el título. En un primer momento Rocky lo rechaza. Le pregunta de modo irónico si le gusta su casa y termina gritándole. “Mi casa apesta, todo apesta aquí” entonces Mickey se retira. Da por perdida la batalla. Entonces suena la mágica música de Bill Conti. Vemos a Rocky salir de su casa y finalmente alcanzar a su entrenador.

Entendemos gracias al prodigio de la música y el montaje, sin que medien palabras, que ambos se han reconciliado. Esa escena de amor filial se repetirá a lo largo de toda la obra stalloneana y Halcón de algún modo girará sobre ese mismo tema que en definitiva se puede resumir en la pregunta ontológica sobre qué significa ser un padre y ser un hijo.

Entre la primera entrega de Rocky y Halcón pasaron un poquito más de diez años y muchas cosas. En el medio Rocky tuvo su revancha y finalmente le ganó a Apollo el título de campeón del mundo en Rocky II. En Rocky III se hizo amigo de Apollo y se enfrentó a Míster T y a sus propios fantasmas. En Rocky IV finalmente se enfrentó a Iván Drago, un ruso sin corazón que antes había asesinado a su amigo frente a los ojos de nuestro héroe. De Rocky IV muchos críticos en el momento del estreno mencionaron que funcionaba como metáfora del mundo bipolar dividido entre un mundo humano erigido por el capitalismo y la deshumanización lógica del sistema comunista. Cuando algunos años después la experiencia soviética llegaría a su fin, se entendió la pericia stalloneana para captar el aire de época mientras narraba una fábula sobre el bien y el mal que era mucho más importante que la mirada ideológica del autor.

III-De camionero tierno a luchador feroz

En esos sinuosos ”80” Stallone también se animó a darle vida a John Rambo. Una historia terrible sobre un combatiente de Vietnam, que acosado por sus fantasmas, era recibido en su país luego de la guerra de un modo muy poco amistoso. Halcón entonces es una vuelta de Stallone a pensar los vínculos primarios. Vista con la inclemencia del paso del tiempo se la ve tierna e ingenua, casi como si pudiéramos hablar de un film para chicos que narra el encuentro entre un padre y un hijo que ni siquiera se preocupa demasiado por explicar el origen de ése desencuentro.

El guion es bastante sencillo. Stallone interpreta a un camionero/laburante que va a buscar a su hijo Michael a la academia militar para llevarlo de regreso con su madre. Ella está gravemente enferma y le encarga al bueno de Stallone que lo lleve en su camión para que de esta manera ambos puedan conocerse durante el viaje. El niño, que no conoce a su padre, se encuentra profundamente influenciado contra éste gracias a su abuelo interpretado con maestría por el gran Robert Loggia, que lo mantiene en una caja de cristal.

Sistemáticamente durante esos años de ausencia, nuestro pequeño héroe le envió decenas de cartas a Michael que nunca fueron entregadas por su abuelo. Cuando el pequeño muchacho, luego de la muerte de su madre, descubre las cartas que su papá le escribió en esos años, decide ir a buscarlo a un campeonato de pulseadas escapándose de los dominios de su abuelo. Lincoln tiene una doble personalidad. Por un lado es un camionero sencillo y bonachón, y por el otro es un feroz luchador de pulseadas.

Su personalidad cambia con el sólo truco de darse vuelta la gorra. Halcón no es mucho más que eso y en esa estructura sencilla está basada el motivo de su grandeza. Es una película sobre dos personas que se están conociendo.

En la primera escena del film cuando Michael sube por primera vez al camión de Lincoln en un momento le pide a este último que detenga la marcha. Entonces el pequeño, baja del camión y cruza corriendo entre los autos. Stallone también baja del camión y lo alcanza mientras su hijo llora. Luego en un alto del camino ambos pasan una noche durmiendo en el camión. Al amanecer vemos al padre durmiendo en el regazo del hijo. La película está plagada de escenas inolvidables. Padre e hijo haciendo ejercicio al amanecer. Michael ganando su primera pulseada a un desconocido sobre un flipper.

Lincoln pulseando contra tipos hipermusculosos dejando todo, son sólo algunas de las escenas memorables que quedan fijas en la memoria afectiva que produce el film.

IV- Los 90′ y la memoria cinéfila

Las proezas deportivas son entonces la excusa para que Stallone desarrolle otro de sus clásicos melodramas cuyo telón de fondo son los vínculos familiares. En Halcón la mirada de Stallone no está atravesada por la idea de patria como en Rocky IV o en Rambo y en eso radica su irresistible encanto.

Párrafo aparte merece la banda de sonido. Ninguna de estas escenas sería lo que son sin esa música detrás pegándonos en el pecho. De todas esas canciones son particularmente remarcables “Winner Takes it all” interpretada por el gran Sammy Haggar, la icónica “In this country” interpretada por Robin Zander y la balada “Meet Me Half Way” del maestro Kenny Loggins, responsable de otros himnos de bandas de sonidos ochentosos como Top Gun y Footlose.

La década del 90 con su oleada de cinismo neoliberal, ironía desmesurada y el desprecio a lo que no fuera la competencia por la supervivencia, ubicaron a este tipo de narraciones en un lugar incomodo en la memoria cinéfila que asociaba estos productos al imaginario de un romanticismo cursi y banal. Los sentimientos eran de repente ordinarios.

V- Los 80´, y el gran legado stalloneano

Halcón es una hermosa carta de amor sobre la paternidad bien plantada sobre los 80 reaganianos, dónde la opulencia y lo desmesurado se encuentran. En Argentina Gerardo Sofovich (cultor del neoliberalismo en la década del 90 desde la televisión y la política) aprovechó el éxito de esta película para organizar torneos de pulseadas de los cuales imaginamos que Stallone jamás se enteró.

Por otro lado, no hay nada más alejado del universo Stallone que el programa dominguero de Gerardo.

El tiempo indetenible finalmente transcurrió y nos dimos cuenta que lo ordinario en los 90 era el culto al individualismo y su rechazo a las cosas simples de la vida. Halcón más allá de la previsible historia deportiva (la del luchador de pulseadas que logra imponerse frente a todos) es grande en esos momentos de dulzura y en la descripción de esa relación precaria como todas las relaciones. Es épica como puede ser épico un hombre tirando abajo unas rejas con un camión para encontrarse con sus seres queridos o como lo puede ser un padre enseñándole a su hijo no a pelear sino a no darse por vencido ni aun vencido.

Halcón no es una obra maestra, desde luego. No debe haber deporte más aburrido (en el caso de que lo consideremos un deporte) que el de las pulseadas pero el film de Golan integra esa lista personal y distinguida de películas que queremos ver con nuestros hijos todas las veces que podamos.

Stallone construye una fábula conmovedora en la convicción de que, aunque seas grande como lo era Stallone en los 80, frente a un hijo cualquier grandeza desaparece y nos transformamos en seres frágiles intentando conquistar el paraíso en la tierra. Esa poética rústica de pocas palabras y rostro impenetrable que sigue la tradición que a lo largo del siglo XX cultivaron actores y autores como Alain Delon y Clint Eastwood entre otros, es el gran legado stalloneano. Una poética invisible que se encuentra en cualquier lado. Solo hace falta posar la mirada y saber observar.

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IG: @juanpablosusel

JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)

De izquierda a Derecha: Juan Pablo Susel- Charly Longarini.