Lo primero que me paso con la serie del amor después del amor fue fastidio. Pensé que la serie no sería otra cosa que una excusa comercial subida al éxito de la gira con la que Páez homenajea su disco más importante y toda su obra. Antes de seguir estas líneas aclaro que soy fan de Fito Páez y que sus canciones son parte indisociable de mi formación intelectual y emocional. Soy de la generación de los 90 y de la cultura del casette así que me eduque mientras estudiaba sociología leyendo apuntes de Marx y Sartre y escuchando canciones de Páez, Spinetta y García como tantos de mi generación. Por mi parte siempre preferí la oscuridad de ciudad de pobres corazones, la sordidez luminosa de Circo Beat y el reflexivo, maduro e inabordable, Abre por sobre la catarata de hits del amor del amor después del amor.
La sensación de que el mero afán comercial era lo único que la serie tenia para ofrecerme me llevaba entonces al preconcepto de que no había nada que la misma pudiera aportarle a la obra de Páez.
Los primeros dos episodios de la serie no hicieron más que confirmar mis sospechas. La misma carecía a mi gusto de ideas interesantes en relación a la puesta en escena narrando de un modo bastante poco imaginativo los episodios de la vida del artista. Primero tocando con su banda de virtuosa psicodelia progresiva. De ahí a ser descubierto por el padre de la trova rosarina (Juan Carlos Baglieto) y luego por Charly García. Una vez instalado en la gran ciudad el descubrimiento del amor representado por el personaje de Fabiana Cantilo.
Hasta ahí todo me parecía una serie de clichés carentes de imaginación que filmaban lo que imaginamos que debería haber sucedido. Si en la juventud leímos y escuchamos que Charly García hacia tocar a Fito de espaldas en la serie obviamente lo vemos a tocar a Fito de espaldas. Si Baglieto decía en los 80 que Fito era un músico descomunal que le sacaba varios cuerpos de ventaja a sus compañeros de banda nosotros vemos el virtuosismo de Fito en vivo y la maravilla que representa su música.
Si Fito fue parte de la bohemia trasnochada de la postdictadura nosotros vemos a Fito deambular por la ciudad viendo a los dobles de los twist, Virus, Don Cornelio y Tortonese y Urdampilleta entre otros cameos ilustres. Por otro lado las calles setentistas y ochentosas filmadas no trasmiten el peligro real de los años de la dictadura y la vuelta de la democracia. Esa estética de cuentos de hadas que instala a los personajes en un mundo irreal donde el peligro esta omitido se complementa con el exceso de verismo al que la serie recurre para dar cuenta de la época que se intenta contar. La serie de Gonzalo Tobal y Felipe Gómez trastabilla cuando se pierde en la meticulosidad de intentar narrar lo real tal y como fue, dejando la ficción en un segundo plano.
Pero quizás por las cuerdas sentimentales que el propio personaje toca algo (me) sucedió en el momento en el que uno podría haber confirmado los preconceptos que la serie me inspiraba. Es verdad que la serie de Fito presenta una puesta en escena plana con escasas ideas en relación al montaje y que por momentos la vida de Fito es descripta de un modo entre burocrático y por momentos confuso desde lo argumentativo. Pero justo en ese preciso momento sucedió lo inesperado. A veces no es fácil explicar porque nos emocionan las cosas que nos emocionan y porque conmueve lo que conmueve y en ese sentido siempre me pareció irritante la crítica a productos estéticos de carácter masivo promovida por vanguardias iluminadas que nos enseñan a ver y disfrutar por nosotros.
Todo lo que no es parte del santuario anecdótico de Fito logro conmoverme con la potencia de la epifanía. Cuando la serie sale de ese registro biográfico y se sumerge de lleno en el kitsch televisivo sin miedo a caer en cursilerías jugando de lleno con las convenciones de la telenovela ese relato hasta ese momento artificial comienza a funcionar. Cuando dejamos de pensar en el personaje Páez y podemos poner en primer plano la relación que ese hijo artista entabla con ese padre que no sabe bien qué hacer con esa paternidad solitaria la serie pasa a jugar en el plano de lo verdadero.
Campi construye un personaje más grande que la vida misma componiendo a un padre entre asustado y entristecido por la muerte de su mujer que no sabe bien qué hacer con ese hijo adolescente que se cría huérfano de madre y junto a sus tías. Cada una de sus intervenciones son conmovedoras. A la distancia observa a su hijo desde la pantalla del televisor y se sorprende al encontrar en la disquería de siempre los discos de su hijo. La serie narra de modo abrumador en su melancolía esa imposibidad de padre e hijo para acercarse. Esa distancia fue la que finalmente termino habilitando un espacio para que el hijo pudiera ser quien quien finalmente fue.
El amor después del amor se destaca en ese registro íntimo del padre iniciando al hijo en el ritual de Gershwin y la bossa nova. El resto funciona como banda de sonido. Cuando sucede el asesinato de sus tías vemos a Fito tocar con Spinetta la hermosa Todos estos años de gente. Esa escena de algún modo resume la serie. Una puesta en escena imaginativa hubiera trabajado desde la música y el montaje de una manera menos literal que el de la mera representación.
Spinetta es para quien estas líneas escribe el otro gran personaje de la serie. Desde el momento en el que se encuentra en la calle con Fito pasando por el Spinetta papa amasando unas pastas con su familia hasta el viaje a Rosario en el que conoce a la familia de Fito hay algo en el registro que captura Julián Kartun que va por fuera del registro documental. Quizás de todos los famosos representados en la serie de Tobal y Gómez el Spinetta de Kartun es el menos estereotipado y a su vez el menos parecido al original. Eso no implica que la Cantilo de Micaela Riera o el Charly García de Andy Chango o el Baglieto de Julián Baglieto no estén bien en su intento por representar un real pero en ese exceso de verosimilitud la serie corre el riesgo de alejarse de la representación artística. Casi que podríamos decir que no haría falta una serie para ver copias de esa realidad que amamos. En cambio cuando la serie se corre de la excesiva literalidad y juega a recrear libremente la historia de un chico y su padre es que finalmente la misma termina conmoviéndonos sin golpes bajos.
Los años del dolor y de la furia que van desde la muerte del padre hasta el asesinato de sus tías son los más hermosos de la serie porque es el momento en el que la serie se atreve a jugar a ficcionar lo real.
Ahí tenemos a Fito llorando con Charly en Brasil como momento cumbre de una estética melodramática que se emparenta más a un Migre 2. 0 que a cualquier identificación con un cine de autor. También vemos al Flaco Spinetta comiendo unas pastas con Fito y sus tías. ¿Que amigo no nos acompañó alguna vez a transitar la tristeza propia de un duelo? En la escena más conmovedora de la serie vemos a Fito abrazado a su padre ya dormido ensayando el ritual de la despedida.
Cuando la serie juega con las posibilidades que la ficción ofrece nos permite salir del mausoleo de la historia canonizada y nos habilita a pensar en lo que representa ser un padre, un hijo, un amigo. Es en ese sentido que la serie produce genuinamente belleza y conmoción al igual que las canciones de Fito. Un artista que recreo sus días desde la fantasía y que nos enseñó que desde el dolor también se pueda alumbrar vida.
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JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)
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