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EL TEATRO Y LA CONDICIÓN HUMANA

19 abril, 2024

Por Charly Longarini

Después de muchos años de peregrinar el desierto del cine, la música y la literatura, volví a pisar una sala de teatro. El viernes pasado, en el corazón de la calle Corrientes, fui con mi esposa a ver Lo sagrado, obra protagonizada, co-escrita y dirigida por Julio Chávez. Antes de todo eso, y muy a pesar del clima incomodo de llovizna y frío, pude lanzarme a uno de mis placeres más básicos: recorrer las librerías del centro porteño y comer pizza.

El maridaje de todo esto con el teatro, para mí, es la integración total de la cita perfecta. Casi que podría ser una escena cualquiera de una película de Woody Allen en Manhattan. La historia de la obra es la de un escritor (Chávez), que acaba de terminar de escribir su novela más personal y la llegada del hijo de su ex pareja, con quien convivió hace años, que viene a hacer cumplir una promesa, dispara la trama.

Lo sagrado y los ecos del pasado se presentan en una noche de tormenta, en una casa junto a la playa, dibujando una especie de duelo entre uno y otro. Ver a Julio Chávez en teatro es una experiencia que voy a guardar para siempre, así como alguna vez me pasó con Pinti, Gasalla y Alcón. El teatro es artificio, se cree, pero lo que me pasa en el alma es absolutamente real. Los silencios, los roces de la ropa, las miradas y los movimientos por el escenario, transmiten una intimidad que ningún arte de carácter colectivo puede transmitir de la misma manera.

Estuve paralizado toda la función, casi que apenas respiré. No quise que nada, ni el más mínimo factor externo, me distrajera y me alejara de la historia a la que estaba siendo convidado. Creo, por lo menos eso recuerdo, cuando por fin terminó, pude largar todo el aire que tenía acumulado. El teatro tiene esa vibra que hace que uno como espectador sea parte inevitable de una obra que se representa delante de nuestros ojos. Los aplausos del final, de alguna manera, rompen el hechizo del público y de los intérpretes. La reverencia del elenco, la sonrisa en su cara, los gestos de agradecimiento a la gente que se pone de pie para vitorear lo realizado, es un ritual para los que aplauden y una señal de fin de jornada laboral para aquellos que se ponen en la piel de otros. Todo es emoción. Que enigmática y apasionante es el rol del actor.

Me dieron ganas de pensar en la posibilidad de hacer teatro, de probar una experiencia a la que nunca me animé, no sólo por entender que no está hecho para mí, sino por el enorme respeto a actores y actrices que honran nuestras tablas. Será cuestión de investigar y de empezar a recorrer talleres o escuelas de teatro. Desde hace años llevo en el cuerpo las ganas de hacer algo al respecto. Ir a ver esta obra, no sólo me revivió mi amor por el teatro, también reavivó ese deseo interno de ponerme a investigar sobre lo motivacional que debe ser sumergirse en las profundidades de la condición humana.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.