Esta mañana desperté y en la cocina de mi casa lo encontré a Galeano. Estaba ahí sentado en silencio, tomando mate. Cuando aparecí con los ojos llenos de incredulidad, él se paró y puso la pava en el fuego.
– Este mate ya no juega. -soltó y chasqueó la lengua mientras chancleteaba hasta la cocina. Luego volvió a sentarse en la misma silla.
Me senté frente a él, observándolo.
– ¿Qué hace usted acá? ¿Esto es un sueño, no? – le pregunté resignado.
¿Que otra explicación podría existir acaso?
– Vine a ver tu biblioteca. Los tenés casi todos pero te falta uno. – respondió mirándome por primera vez.
Recordé enseguida cual de sus libros me faltaba. Se lo dije.
El me miró serio.
– ¿Y se puede saber por qué el señorito no tiene ése libro? – preguntó con tono irónico, tanto que por un momento pensé que se le había escapado una leve mueca a modo de sonrisa.
– Nunca lo quise comprar. – le respondí.
¿Si después de todo no era más que un sueño, para que iba a mentirle?
Me extendió un mate con agua renovada y humeante.
– No puedo entender porque te falta justamente ESE libro. – preguntó sin enojo pero remarcando sus palabras.
– Mire, una vez me lo prestaron. Lo leí en gran parte y ese libro me empezó a doler, ese libro me empezó a quemar las tripas, y por culpa de ese libro empecé a enojarme con el mundo. Me dio tanta bronca que lo lancé por la ventanilla del colectivo. No lo soporté más. Y aún se lo debo a quien me lo prestó aquella vez.- le respondí al mismo tiempo que me ponía de pie.
Miró unos segundos el mate que le acababa de devolver.
– La escritura es una actividad solitaria y solidaria, como la lectura, supongo. ¿Usted escribe, no? – quiso saber.
Ya no me tuteaba. Cagué, se ofendió el maestro. Pero que linda pregunta metió en el medio.
– Intento escribir, si. ¿Qué? ¿Leyó algo? – indagué con nervios en el vientre y una alegría que intenté reprimir.
– Leí algo suelto por ahí. – dijo sin interés en la voz y le dio una chupada a la bombilla que parecía tapada. Siguió hablando y su voz llegó por encima de los tambores de mis pulsaciones. Cebó un nuevo mate y me lo alcanzó. – Les falta mucho trabajo a sus textos. Pero hay una voz ahí que podría…
Pum.
Y en ese momento se me cayó el mate. Me agaché a levantarlo y cuando quise retomar la conversación ya no estaba.
Se había ido. Se habían ido. El maestro. El mate. La cocina.
Desperté en la cama sobresaltado y con los ojos llenos de decepción.
Corrí descalzo y semidesnudo hacia mi biblioteca. Busqué sus libros y me dio mucha tranquilidad al darme cuenta que aún me seguía faltando Las Venas Abiertas de América Latina.
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Charly Longarini
Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.