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EDUARDO GALEANO: EL LIBRO QUE DOLÍA

13 abril, 2024

Esta mañana desperté y en la cocina de mi casa lo encontré a Galeano. Estaba ahí sentado en silencio, tomando mate. Cuando aparecí con los ojos llenos de incredulidad, él se paró y puso la pava en el fuego.
– Este mate ya no juega. -soltó y chasqueó la lengua mientras chancleteaba hasta la cocina. Luego volvió a sentarse en la misma silla.
Me senté frente a él, observándolo.
– ¿Qué hace usted acá? ¿Esto es un sueño, no? – le pregunté resignado.
¿Que otra explicación podría existir acaso? 
– Vine a ver tu biblioteca. Los tenés casi todos pero te falta uno. – respondió mirándome por primera vez.

Las Venas Abiertas de América Latina, la historia de nuestro continente, que por supuesto, duele. De Eduardo Galeano.


Recordé enseguida cual de sus libros me faltaba. Se lo dije.
El me miró serio.
– ¿Y se puede saber por qué el señorito no tiene ése libro? – preguntó con tono irónico, tanto que por un momento pensé que se le había escapado una leve mueca a modo de sonrisa.
– Nunca lo quise comprar. – le respondí. 
¿Si después de todo no era más que un sueño, para que iba a mentirle?
Me extendió un mate con agua renovada y humeante. 
– No puedo entender porque te falta justamente ESE libro. – preguntó sin enojo pero remarcando sus palabras.


– Mire, una vez me lo prestaron. Lo leí en gran parte y ese libro me empezó a doler, ese libro me empezó a quemar las tripas, y por culpa de ese libro empecé a enojarme con el mundo. Me dio tanta bronca que lo lancé por la ventanilla del colectivo. No lo soporté más. Y aún se lo debo a quien me lo prestó aquella vez.- le respondí al mismo tiempo que me ponía de pie.
Miró unos segundos el mate que le acababa de devolver. 
– La escritura es una actividad solitaria y solidaria, como la lectura, supongo. ¿Usted escribe, no? – quiso saber.


Ya no me tuteaba. Cagué, se ofendió el maestro. Pero que linda pregunta metió en el medio.
– Intento escribir, si. ¿Qué? ¿Leyó algo? – indagué con nervios en el vientre y una alegría que intenté reprimir.
– Leí algo suelto por ahí. – dijo sin interés en la voz y le dio una chupada a la bombilla que parecía tapada. Siguió hablando y su voz llegó por encima de los tambores de mis pulsaciones. Cebó un nuevo mate y me lo alcanzó. – Les falta mucho trabajo a sus textos. Pero hay una voz ahí que podría…


Pum.
Y en ese momento se me cayó el mate. Me agaché a levantarlo y cuando quise retomar la conversación ya no estaba.
Se había ido. Se habían ido. El maestro. El mate. La cocina. 
Desperté en la cama sobresaltado y con los ojos llenos de decepción.
Corrí descalzo y semidesnudo hacia mi biblioteca. Busqué sus libros y me dio mucha tranquilidad al darme cuenta que aún me seguía faltando Las Venas Abiertas de América Latina.

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Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.