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ALGUNAS COSAS SOBRE MI MAMÁ

9 octubre, 2023

Tengo cuatro años y estoy con mi abuela cuando tocan el timbre. Voy a abrir la puerta y el increíble Hulk me ruge con toda la fuerza de sus pulmones en mi cara. Siento que un terror extremo me invade el cuerpo. Es el mismo terror que me toma cuando miro la serie de Bill Bixby en mi casa con mis viejos. Cierro la puerta y me escondo detrás de la falda de mi abuela. Le digo que está el increíble Hulk en la puerta de casa. Inmediatamente sale mi abuela con el palo de amasar en la mano y escucho que dice: “que haces tarada, lo vas a matar del susto”. Mi mamá entra a la casa, se saca la careta y se disculpa primero con mi abuela. Después se acerca a mí y me da al unísono un beso y la careta: ”toma, es para vos, tontito, mira si voy a ser Hulk”

Cuatro décadas después pienso que esa historia pinta de cuerpo entero a mi vieja y también mi relación con ella.

Tengo ocho años. Es navidad de 1986. MI vieja no tiene un mango. Tiene solo algunos alumnos particulares de inglés. Mi abuela falleció hace cuatro meses y mis viejos se están separando. Por esos años, todo el tiempo mis viejos se están separando. Hace pocos días me entere que Papa Noel son los padres. Tomamos algo en un bar. Mi vieja un cortado en pocillo y yo una coca con una medialuna. Mi vieja me dice: “Vamos a buscar tu regalo de navidad. Obvio que me pongo contento y le digo que sí, que cuanto antes nos pongamos en búsqueda del regalo mejor. Salimos del bar y vamos al Ateneo, una librería hermosa que estaba en el microcentro. Hacia un año que yo leía Tintín, la maravillosa historieta del belga Herge. Yo tenía tres comics de los veintitrés que componen la totalidad de la colección.

Entramos a la librería y veo que mi vieja me dice que espere alejado. Entonces la veo que se acerca al estante donde están los libros de Tintín y veo incrédulo que agarra un libro y se lo mete adentro de la cartera. No puedo creer lo que estoy viendo. Mi vieja se está robando un libro frente a mis ojos. Inmediatamente salgo despavorido del lugar y ya desde afuera veo como mi vieja luego de afanarse el libro se acerca al vendedor de turno y le pregunta algo. Se acerca al sector de libros de psicología, mira un par de libros de Freud y sale de la librería lo más campante. Mientras vamos caminando me da el Tintín que yo vi como acaba de robar y me dice: “Feliz navidad Pablito, no tengo un mango pero acá tenes tu regalo”.

Tengo veintiún años. Hace tres que termine el secundario. Mi vida en esa época se reduce a estudiar a Durkheim, Marx y Weber y salir por las noches con amigos a tomar cerveza y comer panchos mientras deseo mujeres que no me dan ni cinco de pelota. Es un seis de enero de 1999. Cuando me levanto de la cama y me estoy por poner las pantuflas veo un libro envuelto. No entiendo nada pero cuando agarro el paquete leo una carta que está encima del regalo. La carta dice lo siguiente: “ Felices reyes magos, ojala te guste este libro. Gaspar, Melchor y Baltazar. Posdata: Para nosotros vos siempre vas a seguir siendo un chico»

La verdad no se bien por que escribo estas líneas o en realidad si lo sé. Mi vieja acaba de cumplir 76 años y no me estoy llevando bien con ella. Prácticamente hace dos años que no llegamos a ningún punto de entendimiento. Todo lo que en mi infancia y juventud me fascinaba de ella de modo acrítico en mi adultez empezó a generarme una serie de preguntas y cuestionamientos y mi vieja no tolera criticas ni miradas diversas sobre ningún aspecto de su vida. Básicamente el último tiempo no hacemos otra cosa que pelearnos. Mi vieja tiene un tema con el acumulamiento.

Algo así como el síndrome de Diógenes le escuche decir alguna vez a un psicólogo en esos programas de radio progres donde profesionales le explican a los oyentes cosas que estos por pereza nunca van a ponerse a estudiar. A mí como hijo me resulta doloroso ir a la casa de Diógenes el linyera porque desde que en la radio escuche esa definición no puedo dejar de pensar en mi vieja como una representación real del personaje creado por Guinsburg y Tabaré.

Entonces cada vez que voy a la casa de mi vieja me pongo a ordenar y a barrer y terminamos discutiendo porque mi vieja me dice que nadie me pidió que vaya a poner orden donde ella considera que no hay nada que ordenar y a mi ese caos me termina expulsando de lo que fue durante veinte años mi casa.

Quizás estas líneas tienen que ver con poder hacer un duelo por no tener la madre que siempre pensé que había tenido.  La verdad no tengo idea. No soy psicólogo ni quiero serlo. Lo único que sé es que hoy en día mi vieja y yo somos dos calles paralelas. Pero incluso en esta vida en donde su vida y la mía no se cruzan se me vienen constantemente a la cabeza escenas que provienen de otra vida en donde mi vieja me ayudo a ser lo que hoy en día soy.

Tengo 26 años y estoy tirado en la cama todo el día mirando películas. Mi viejo falleció hace un año. Curso una materia por cuatrimestre y no busco laburo. Me rectifico. Es peor que eso. Si encuentro un trabajo duro cinco días como mucho. Siempre pasa algo por lo que me termino yendo del trabajo. Mi vieja viene un día a mi pieza mientras estoy mirando el padrino 2 y me dice: “Te saque un turno en el Ameghino para que empieces terapia de grupo. Necesitas juntarte con gente de tu edad y poder hablar de lo que te pasa”.  A regañadientes acepto ir y desde esa semana todos los martes durante dos años lo único rutinario que hago es ir a esa terapia donde me siento y hablo de cosas que me pasan. En esa terapia conozco a la que finalmente va a ser la mama de Julián, mi primer hijo.

Un ser humano es una cosa misteriosa, una combinación de células que desarrollan una subjetividad particular. Por un lado replican mecanismos que permiten vincularlos a una familia de origen y por el otro lado hay algo en ellos que resiste a la absorción plena de ese pasado. A menudo pienso en mi historia y en lo que tengo de parecido y de diferente a mis viejos. De mi vieja aprendí el amor a los libros, a la música clásica y al cine. Ella a su vez odia el futbol las historietas y el rock, todas cosas que amo. Igual todas esas cosas no son importantes. Hoy que tenemos un vínculo no puedo dejar de pensar en todo lo que mi mama significa para mí.

Lo que más me impresiona es como ella pudo a pesar de todas las dificultades asociadas a la salud mental que tuvo a lo largo de su vida preservarme a mí de su locura. Aunque ahora este presa en su soledad extrema ella intento darme las herramientas para que yo no me quede hundido en un pozo de depresión y freakismo el resto de mi vida. Me dio las llaves para que salga de su prisión a pesar de que sabía de qué eso la iba a condenar a una soledad difícil de tolerar. No puedo dejar de pensar en ese gesto como un acto sacrificial que me estremece en la columna vertebral de mi ser.

Estas líneas son para mí una especie de salida del closet. Creo que nunca pude decirle a nadie estas cosas que siento por mi vieja. Mi amor y mi espanto. Mi felicidad y mi tristeza.

Dejo esta botella en el mar solo para saldar algunos asuntos pendientes para seguir el viaje más tranquilo. Mama, gracias por la careta de Hulk, el Tintín robado y el regalo de reyes magos a mis veintiún años. También gracias por preocuparte por mi vida cuando estaba sumergido en las tinieblas de la melancolía. A la distancia entiendo que los papás hacen lo que pueden con sus vidas y vos no sos la excepción. Lo más loco de todo es que ahora que siento que desate la mayoría de los nudos que nos unen me siento más cercano a vos que nunca. Ese pasado mítico ya pertenece al terreno de la mitología. Una historia ficticia entre una madre y un hijo. Un cuento que cada tanto me cuento y que me ayuda a darle sentido al resto de las cosas que componen mi vida.

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JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)