Por Juan Pablo Susel
Es diciembre del 2001. Tengo 23 años recién cumplidos. Estoy cursando el segundo año de la carrera de Sociología en la UBA. Vivo con mis viejos en dock sud y cuatro de los cinco días de la semana salgo de mi madriguera y me voy en el 152 a Marcelo T de Alvear y Uriburu a estudiar. Hace dos años asumió Fernando de la Rúa la presidencia de la nación luego de diez años de neoliberalismo de la mano de Carlos Menem. Las moderadas promesas de cambio que el radical había desarrollado se hicieron trizas contra el suelo de la realidad ni bien el cordobés y radical asumió el gobierno. La confirmación de un rumbo económico signado por la continuidad de la convertibilidad (1 peso 1 dólar) y la recesión había expulsado a millones de argentinos del mercado de trabajo.
Esos primeros años de conformismo individualista estallarían en mil pedazos cuando el gobierno de De la Rúa y su ministro de economía estrella, Domingo Cavallo (el padre de la criatura económica de esos diez años) le confiscarían a la clase media los ahorros de toda una vida. En diciembre de 2001, estos sectores medios enfurecidos se unirían a los piqueteros que denunciaban la exclusión social desde prácticamente la mitad de la década del noventa. En la Facultad de Sociales de aquellos años se respiraba por todos lados el aire de época. Los docentes nos daban sus clases de materialismo histórico, positivismo y post modernidad en las aulas de la facultad o en la calle.
Las clases publicas eran prácticamente tan cotidianas como las habituales clases que se dictaban en los pasillos de la facultad. A veces me compraba una birra en el kiosko de enfrente de la facultad y mientras escuchaba a León Rozitchner y Horacio González entre otros hablar de psicoanálisis, subjetivismo y lucha de clases me tomaba mi cerveza sin dimensionar realmente lo que estaba viviendo. Esa época de la facultad es para mí vista con el paso del tiempo uno de los momentos más hermosos de mi vida. Luego de cinco años en el comercial 4 de Bolívar y Cochabamba llegue a un lugar donde me codeaba con gente brillante que venía de colegios públicos y privados de elite de Argentina y del resto del país.
Finalmente podía hablar de mis lecturas adolescentes (Hesse, Rimbaud y Camus entre otros) con gente que había leído cosas de similar valía. Pero la facultad o el secundario no son importantes solamente por las cosas que ahí podes aprender desde lo pedagógico o curricular. MARCELOT (así, todo junto y en mayúsculas) no fue solo el lugar donde aprendimos dialéctica, anomia social y la diada subjetivismo- objetivismo. En esos pasillos me puse de novio y conocí a los mejores amigos que pude haber tenido y eso que me pasaba a mi nos pasaba a la mayoría de los que deambulábamos botella en mano por los pasillos de la facultad.
En los teóricos de Sociología general no importaba si venias de una familia de ganaderos del interior de la provincia de Buenos aires o de una casa cagada a palos por el flagelo de la desocupación. Con el librito bajo el brazo y el bar de la esquina con la birra y las papas para acompañar las lecturas desesperadas antes del examen la facultad de sociales a comienzos del siglo XXI era la capital del mundo de la educación sentimental. Como en esa época no tengo palanca de ningún tipo para pegar laburo daba vueltas entre changa y changa y cursaba materias como podía. Ir a la facultad era mi salvoconducto con la alegría. Laura, Sebastián, Analía, Manuela, Ernesto y Alberto eran mis amigos y siempre a alguno me encontraba.
Me escapaba de la casa de mis viejos y de las lógicas demandas de ellos hacia mí. En mi hogar no había un mango y yo seguía siendo un gastadero de plata así que lavaba mis culpas estudiando a toda velocidad. Con los puchitos que me sobraban de los laburos me iba a tomar un café a Losada mientras leía Crimen y Castigo de Dostoievski. Un día me encontré a David Viñas leyendo unos diarios La Nación muy viejos y refunfuñando sobre la realidad política. Otro día me encontré a José Pablo Feinman en la puerta del Mac Donald de Córdoba enfrente del hospital de clínicas (ahí habían operado a mi viejo de su hidrocefalia). Vivíamos al lado de los Rolling stones y no nos dábamos cuenta.
Volvamos a diciembre del 2001. Se acerca el fin del gobierno de De la Rúa. Cavallo le confisca el ahorro a la clase media con la imposición del corralito. El clima no da para mas. El microclima trosko anarco de Sociales ya no es solo el microclima de Sociales. El presidente declara el estado de sitio y las Madres de la Plaza de mayo resisten, mientras la montada les tira los caballos encima. Es suficiente. Todos mis amigos y yo nos vamos a la plaza a pelear. La policía reprime el 20 de diciembre de modo salvaje. Nos tiran gas pimienta. Aprendemos a protegernos con unas remeras con las que nos tapamos las caras y con unos limones que nos aplacan el ardor de los gases. A las seis de la tarde corre el rumor en la plaza que De la Rúa renuncia.
Ahora que escribo estas líneas cada vez se me hace más borrosa la frontera de lo real y lo imaginario no obstante mis recuerdos insisten en evocarme parado arriba de un puesto de diarios enfrente del obelisco mientras una bola de fuego se ve a lo lejos del otro lado de corrientes. Unos días después de la huida de De la Rúa sigue el clima asambleario por toda la ciudad de Buenos Aires. La vida se organiza en relación al calendario coyuntural de conflictos que son la resultante de diez años de políticas de saqueo y exclusión. Una noche estoy en el Congreso hablando con mi vieja por teléfono. Me voy siempre a la tarde sin rumbo fijo y mi mama me pide que le avise donde ando. Está preocupada por que el gobierno de la Alianza se fue dejando un tendal de muertos y los muertos en general casi siempre son jóvenes como lo soy yo en ese momento.
Mientras charlo con mi vieja alguien me pide que me vaya de ese lugar. (Estoy en Congreso) moviendo de modo exagerado su mano. Le digo a mi vieja que tengo que cortarle. Cuando dejo el auricular la misma persona que me pedía que corte la comunicación destruye la cabina de teléfono a piedrazos junto a otros compañeros. No me sorprende lo que sucede, no me sorprende nada. Todo puede suceder en Argentina 2001. En una semana tenemos cinco presidentes. Las calles están tomadas por el pueblo. Todo pareciera en estado de colapso o todo pareciera comenzar a funcionar de otro modo.
Ahora es abril de 2024. El presidente Javier Milei y su gobierno insultan todo el tiempo a los docentes de todos los niveles de enseñanza. Nos dicen adoctrinadores. Nos acusan de lavarles el cerebro a los alumnos a los que les enseñamos. Yo ya no soy alumno de la UBA pero si soy docente. En La UBA y en otras instituciones. Doy clases de Sociología en el Cbc de Villa Urquiza en la catedra Mosqueira. En realidad Mosqueira es Mariela y soy amigo de ella desde la época de las clases publicas donde aprendíamos historia de medio oriente, filosofía e historia de América latina con esos docentes enciclopedistas que usaban todo ese saber cómo una linterna para iluminar nuestras zonas de sombra.
En esa época no teníamos nada pero lo teníamos todo. Teníamos la risa y el calor de los abrazos que nos brindábamos en pleno invierno. El kirchnerismo no existía por lo cual éramos perdedores radicales. No ostentábamos el triunfo de ninguna bandera y todavía no habían nacido determinadas formas de dogmatismo progresista que nos ayudarían a acomodar nuestras perezas intelectuales. Para decirlo claro estábamos derrotados pero nuestra derrota era el motor de nuestros días. Luego llego Néstor y muchas de nuestras banderas se hicieron consigna de Estado. Fue hermoso.
De repente alguien decía y hacia las cosas que haríamos nosotros. En Dock sud ya no había el clima de desesperanza de siempre. Los bondis empezaban a estar llenos de gente que iba a trabajar. Decía que soy docente de Sociología en el Cbc y la universidad corre peligro de ser definitivamente desfinanciada. Las ultimas clases los pasillos están a oscuras por miedo a no poder pagar las boletas de luz.
Un país sin educación pública es el fantasma actual que recorre las aulas el último tiempo. Entonces se convoca a una marcha universitaria en contra de ese desfinanciamiento de la educación pública. El paso del tiempo me encuentra casado y con dos niños en el hogar. Voy a buscar a Julián al colegio y voy con él a la marcha. A Seba no lo puedo llevar porque se esguinzó el tobillo jugando a la pelota.
Caminamos entre la gente y siento lo mismo que un cuarto de siglo atrás. La sensación de bienestar en esa masa que marcha por algo importante. Sin pretender tener razón pero detrás de una serie de ideas que son importantes o para decirlo de otra manera poniendo el cuerpo como lo ponían González y Feinman a comienzos de siglo. La gente lo mira a Julián y le sonríe. Nos hacen un pasillo para poder salir. Cuando llegamos a Callao viniendo por Rivadavia compro dos paltas para merendar en casa un sanguche de palta y cebolla con unos mates. Después de la compra le pregunto qué le pareció marchar. Me dice que le gusto estar con tanta gente en la calle. Vuelvo pensando que es su primer gran marcha. Yo nunca marche con mis viejos pero ellos me alentaron siempre a defender causas nobles. Así iba a tirarle huevos a Astiz a los tribunales de retiro en la prehistoria de mi vida. Como hace veintinco años volvemos a estar en posición de derrota plena.
Pienso mientras cae la noche sobre la calle Corrientes que no es tiempo para cinismo ni para comprensiones razonables del momento que nos toca vivir. De la mano de mi hijo vuelvo hablando de figuritas pensando que tengo un hogar distinto al de mi infancia pero igual de cálido. Ojalá nosotros también podamos encender fueguitos de resistencia contra el discurso único del sálvese quien pueda que todo lo arrasa. Pienso que algunos hombres que defienden algunas ideas contra viento y marea son los faros que necesitamos para seguir. Entre remolinos los espectros de mi pasado se entrecruzan con mis amores del presente. De todo eso se compone una vida, en este caso la mía. Ni más ni menos. La potencia de la derrota esconde entonces la alegría de las convicciones y eso no de algún modo no saben cómo me anima.
Imágenes de UBA: Red X @ubasociales
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JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)