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VAMO ARRIBA LA CELESTE: Uruguay Campeón

22 junio, 2023

Cuando era chico a mi abuela Haydee le decía Mama. Vivía con ella y mis viejos pero mis viejos siempre estaban haciendo cosas. Mi mamá daba clases particulares de francés e inglés y se la pasaba en el microcentro porteño. Además estaba terminando la carrera de ciencias de la educación en la flamante facultad de filosofía y letras ubicada en la calle Púan en el barrio de Caballito. Mi viejo era psicólogo y se la pasaba atendiendo pacientes en un consultorio de la calle Las Heras pero nosotros desde la mitad de la década del 80 vivíamos en Dock Sud. Mi viejo había podido finalmente dejar de ser inquilino después de cuatro décadas dedicadas al trabajo en modalidad full time pero sus ahorros no le permitieron comprar ninguna propiedad en su amada Capital Federal por lo que tuvimos que emigrar al primer cordón del conurbano. Mi abuela Haydee era uruguaya de la localidad de Paysandú. Hacía los ñoquis más ricos del mundo y solo tomaba mate a las primeras horas del día. Decía que la gente que tomaba mate todo el día eran una manga de vagos a los que no les gustaba trabajar. Era hincha de Nacional pero no le interesaba demasiado el fútbol. Vivía en Argentina desde los ocho años y se había casado con mi abuelo Vicente que era periodista de policiales en un diario de Rosario y militante sindical en los años del primer peronismo.

Haydeé de Paysandú

De mi abuela mame el amor por todo lo uruguayo. La abuela Siempre me contaba historias de su juventud en la década del 20 y 30 del siglo XX en las que las hazañas de la selección uruguaya funcionaban como huellas identitarias muy poderosas. Yo a mi abuela le decía Mama y a mi mamá también le decía Mamá. Cuando mi abuela falleció a mis ocho años todavía no me gustaba el futbol pero algo de la fascinación por esas historias en las cuales el futbol era el eje de un país dejaron en mí una huella profunda. El mito de un país chico rodeado de dos potencias futbolísticas como Argentina y Brasil tiene notorias evocaciones literarias.

La simbología del débil enfrentándose al poderoso me llego antes por las evocaciones patriótico futboleras de mi abuela Haydee que por mis vigorosas lecturas adolescentes de Marx y su teoría de la lucha de clases. Cuando mi abuela partió al otro lado de las cosas no pude llorar. Vi como mi vieja abrazaba a mi papá en el Hospital Fiorito mientras el médico le daba la noticia. Eran finales de la década del 80 y yo recién podría llorarla un día charlando con mi primera novia ya entrado en mi adolescencia un día en el que pase de casualidad por el bar al que ella me llevaba a almorzar todos los inicios de mes cuando cobraba su jubilación.

Enzo Francescoli y el millonario

En 1994 ya era muy futbolero y fana de River. Un día en la radio dijeron que Enzo Francescoli volvería a jugar a River después de ocho años de exilio europeo.

La llegada del Enzo sello definitivamente mi amor por Uruguay renovando el afecto que mi abuela había introyectado en mi sangre. Fueron años de gloria millonaria. Varios campeonatos locales, una copa libertadores y una supercopa fueron la coronación de un equipo virtuoso en donde la técnica y el lujo estaban al servicio de una idea colectiva de juego que lideraba Francescoli. Un falso nueve cuando todavía no existía ese concepto o mejor dicho un diez que hacia jugar a todo el equipo y que además tenía mucho gol. 

Enzo al igual que Zidane, Maradona y Messi llevaron al futbol a la fusión entre deporte y arte. Cada vez que agarraba la pelota antes de un tiro libre y la calzaba con su elegante pierna derecha para colgarla en un ángulo o cuando recorría cansinamente la cancha hasta que de repente dejaba a tres rivales por el suelo para empujarla mansamente al palo del arquero rival mi fanatismo aumentaba a la vez que aumentaba mi admiración por todo lo que tuviera que ver con Uruguay.

De Víctor Hugo a Mario Bennedetti

Luego se sumaron otros afectos que cruzan el Río de la Plata. Víctor Hugo Morales y su coraje para dar siempre las batallas que considera que deben darse esta en el primer lugar de esa lista de hombres justos que considero imprescindibles.

Escritores como Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti y músicos como Tabare Cardozo o Eduardo Mateo completan mis debilidades uruguayas y no quiero olvidarme de José Artigas, uno de los revolucionarios más importantes de nuestro continente que comprendió antes que muchos la importancia de pensar en la idea de patria grande más allá de los límites impuestos por la geografía.

Es obvio que el amor y el azar están estrechamente ligados y que se complementan el uno al otro. Si mi abuela no hubiera sido uruguaya, si no amara a Víctor Hugo morales desde mis ocho años y si Francescoli no hubiera jugado en River anda a saber si yo amaría a Uruguay como lo amo. Lo cierto es que cada vez que juega la celeste yo estoy ahí sufriendo como si jugara Argentina porque para mí ambos son un único e indivisible país. Entonces mi ficción triunfa por sobre los límites que designan las fronteras y los chauvinismos militantes. En el mundial 90 iba caminando de la mano de mi mama por el micro centro cuando de repente nos encontramos con un montón de gente acomodada contra las vidrieras de una casa de electrodomésticos. Pedimos permiso con mi vieja para acomodarnos entre la gente y así fue que vimos el final de Italia y Corea. En el último minuto de partido un cabezazo de Rubén Fonseca le daría la victoria a Uruguay y el pase a octavos de final donde perdería de manera categórica con Italia.

Cuando Fonseca marco el único gol del partido sentí el estremecimiento de la multitud en toda su magnitud. Fue una de las primeras veces que sentiría ese temblor en todo mi cuerpo y gracias a dios todavía vibro del mismo modo con ese modo del amor que representa el futbol.

Muchas veces me volví a encontrar en mi vida envuelto en ese sentimiento de amor a Uruguay.

La celeste y el loco

Cuando Uruguay gano las copas América de 1995 y la del 2011 eliminando a Argentina en cuartos de final en un partidazo me convertí en un uruguayo consumado. En 1995 tenía 17 años y recuerdo como si fuera hoy la definición por penales con Brasil que le daría el título al equipo en el que brillaba entre todas las estrellas el Enzo que por esos años descollaba en River.

En el mundial de 2010 recuerdo que viví la definición por penales con Ghana por los cuartos de final del mundial de Sudáfrica como si fuera un poseído. Cuando Abreu pico la pelota en el último penal recuerdo haberme fundido en un abrazo con mi perro MIlu como si hubiera sido Argentina la selección que llegaba a semifinales del mundial.

Podría pasarme horas describiendo instancias que demuestran mi amor por Uruguay pero no es necesario. La literatura se frustra cuando intenta dar cuenta de los momentos luminosos y plenos de una vida. Se transforma en un acto notarial, administrativo. En una disciplina de las ciencias contables. Lo que transforma algunos momentos en epifanicos es un misterio y las palabras en ese contexto sobran. No alcanzan a describir ese estado del alma.

Uruguay nomá

Cuando me entere que el mundial sub 20 se jugaría en Argentina no lo dude y saque entradas para algún partido que se jugara en el estadio único de la plata. Cuando vi que se podían sacar entradas para la final las saqué inmediatamente. Quiso el destino que en la final del torneo llegaran Uruguay e Italia. La celeste nunca había ganado esta competencia y no era el candidato a llevarse el titulo porque Italia había dado muestras de un futbol vistoso triunfando ante rivales de primer orden como Brasil e Inglaterra. En cambio Uruguay había llegado con lo justo demostrando garra y concentración pero menos juego que su rival. En la final Uruguay se llevó por delante a los tanos durante todo el partido. Con rendimientos muy altos como los del lateral Maturro, el volante creativo González y el delantero Álvaro Duarte entre otros la celeste se impuso en el final del partido con un cabezazo de la perla Rodríguez.

Salvo el mundialito de 1981 el título mundial sub20 de Uruguay es el primer título mundial desde el maracanazo de Brasil en 1950. Por esos azares del destino la providencia hizo que mi familia y yo estuviéramos presentes ese día en la cancha.

Sera porque dicen que la patria es la infancia o por el recuerdo de mi abuela o por los tiros libres y la pinta de crack del Enzo. Por el futbol y la transpiración de Carlos Sánchez y De la Cruz o por la metafísica literaria de Onetti y Benedetti que algo del espíritu charrúa siento que está en mis venas.

Ser feliz con los otros es más significativo que serlo en soledad será que por eso cuando la perla Rodríguez convirtió de cabeza el gol que le dio a la celeste el título mundial el ayer se cruzó en remolinos frente a mí. Cuando termino el partido y yo me abrace con mis hijos y mi mujer algo de esa nostalgia por el tiempo pasado se apodero de mi pero no era tristeza. Era la sensación de que lo que se ama perdura en uno. Ese calor es lo que hace simplemente que las cosas tengan significado. Como aprendí entre las piernas de mi abuela Haydee. Que no fue solo mi abuela, también es mi mamá.

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IG: @juanpablosusel

JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)