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ROLLING STONES: Crepusculares pero iluminados y eternos

3 noviembre, 2023

Hacia Viernes Salvaje

Transitar el lado beatle de la vida me alejó de los Rolling Stones y su música. En realidad, lo que más me alejó de ellos fueron los rolingas, la cultura Stone, toda esa movida argenta devota de la banda británica. No me bancaba los looks de flequillos, jardineros, chalinas y zapatillas topper. Me parecían uniformados de algo que no se sabía bien qué era pero todos sabemos que Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood o Charlie Watts no se lookearon así jamás en su vida. Debo confesar, eso sí, que “Paint it black” siempre fue mi canción preferida, en parte gracias a la mítica serie de guerra Nam, que abría con esa canción mientras se veían imágenes en clave ficción de la guerra de Vietnam.

En mi casa los Rolling no tenían un lugar preferencial. A mis viejos le gustaban más Creedence Clearwater Reavival. Pero, así y todo, no se escuchaba rock, al menos que yo recuerde. Yo fui el primero que hizo sonar esa música en mi casa durante la pubertad. En el 2014, me tocó trabajar en forma temporaria en el Centro Cultural Recoleta, y ese periodo de quince días coincidió con el festival “Ciudad Emergente”. En el mismo había una muestra fotográfica llamada Early Stones, cuyas imágenes databan de la primera década de vida de la banda. Se los veía muy jóvenes a todos ellos en lugares insólitos, en blanco y negro, con toda la vida por delante.

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Con fondo de mansiones, campos, estudios de grabación, paisajes citadinos, ellos posaban sexys y provocadores, iluminados y eternos. Recorrer la muestra fue entrar en el universo stone de una vez y para siempre. A partir de ahí, me alejé de los compilados tipo 40 licks y empecé a escuchar su discografía álbum por álbum. Aquellos en los que me detuve especialmente, databan de fines de los 60’s y principios de los 70’s, discos como Their Satanic Majesties Request (1967), Beggars Banquet (1968), Let It Bleed (1969), Sticky Fingers (1971) y Exile on Main St (1972). Con los años me iba a copar mucho con Tatoo You (1981) y Flashpoint (1991), quizás porque vi muchas veces sus portadas en remeras de fans.

En el 92 una gira de Keith Richards en clave solista lo trajo por estas pampas y descubrió que por acá era una especie de semi dios. Eso seguramente aceleró todas las visitas futuras a Argentina de los Rollin’. Nunca los vi en vivo pero grabé cara recital en VHS para ver una y otra vez, pero así y todo, todavía no me habían cautivado como pasó algunos años después.

De inmediato la reproduje y me gustó de entrada. Es un rocanrol muy clásico de ellos, pero con un sonido muy limpio y con arreglos alucinantes. Las guitarras, bien al frente, son la marca registrada de la banda. Me dirán que estoy loco, pero en los riffs hay un pulso AC/DC. Y Mick Jagger canta con una calidad que no parece que tuviera 80 años. Seguramente la voz está pasada por varios filtros, pero en el registro se puede detectar a un Jagger no solamente autentico, sino que aún tiene mucho para dar.

Eso le pasa al resto del disco, que se estrenó hace una semana. Hackney Diamonds es el primer álbum con canciones nuevas de los Rolling Stones en 18 años y el primero que lanzan tras la muerte de Charlie Watts. Si bien el mítico baterista pudo grabar parte del disco, Steve Jordan continuó el trabajo inconcluso en los parches.

Hackney Diamonds, algo así como Diamantes de alquiler, es un disco redondo y equilibrado. Condensa muy bien la esencia de la banda. Hay rocanrol, hay blues, hay sensualidad en cada pista. De alguna manera comprime, en el recorrido de sus canciones, todos los sonidos genéticos que identifican a los Stones.

Entre las participaciones estelares se dan el gusto de tocar con Paul McCartney en la canción «Bit my head off», en donde el Beatle se luce con su clásico bajo. Queda atrapado en el riff de guitarras rabiosas pero su pequeña participación echa por tierra la rivalidad entre ambas bandas. El gran Elton John (Elton dios) colabora en la canción «Live by the sword», en un lindo rocanrol que combina el temperamento stone con la melodía eltonjhoniana. Y la gema, la joya del disco y la mejor participación en esta producción, se la lleva Lady Gaga & Stevie Wonder, con la canción “Sweet sounds of Heaven” a puro rithm & blues.

Hackney Diamonds es un disco que bien puede ser rutero. Podría ser el último de la banda pero ni ellos lo saben. El disco no suena a despedida pero se trata del registro de unos Rolling Stones crepusculares. Dejan flotando en el aire un perfume a cierta esperanza. Si se tratara de una banda joven, este podría ser un álbum consagratorio pero al tratarse de un camino largo, sinuoso y exitoso, podría llegar a inaugurar una nueva etapa de Sus majestades satánicas.

Como sea, sigan grabando o no, acá se dieron algunos gustos, de hecho cierran el álbum con “Rolling Stone Blues”, canción de Muddy Waters que le dio el nombre a la banda y nunca registraron anteriormente. Un blues al mejor estilo Robert Johnson, de esos que son polvorientos entre encrucijadas y la orilla del rio Misisipi. Me da la sensación que es un disco que van a disfrutar más aquellos que no son fan de la banda, casi diría que es una precisa y una preciosa manera de empezar a escuchar a los Rolling Stones.

Cada vez que escuché el disco, y ya debo haberlo hecho unas cinco o seis veces, sentí lo mismo que experimenté las primeras veces con Californication de los Red Hot Chilli Peppers. Es estar escuchando un greatest hits involuntario.

Si no fuera por esa muestra fotográfica, por la música ambiente que sonaba ahí, que era una especie de soundtrack de todo aquello, no podría haber disfrutado de esta última producción. Pasan los años, pasan los discos y las canciones, pero los Rolling y yo, aun estamos en los pasillos de aquél centro cultural, atrapados entre imágenes en blanco y negro, y de fondo, por los parlantes, suenan un puñado de buenas y bonitas canciones.

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Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.