Saltar al contenido

DAMIÁN SZIFRÓN: Las desventuras de un paranoico

4 agosto, 2023

Hacia Viernes Salvajes

Damián Szifron entró a mi vida como lo hizo con muchas personas, supongo. Cuando se estrenaron Los Simuladores, seguramente, fuimos varios quienes pensamos que estábamos frente a algo distinto. Pero pasó algo de tiempo hasta el día en que supe que también había hecho una película y se llamaba El fondo del mar (2003).

Conseguir aquella película era casi una misión imposible. Era la época en que empezaba a desaparecer el VHS y se imponía el DVD. Por lo tanto, al tratarse de una producción muy pequeña, fue muy difícil encontrarla en los pocos videoclubes que quedaban vivos y en las ventas de manteros con sus copias apócrifas. Así que tuve que aprender a convivir con la desazón de no poder ver una película que, ingenuamente, imaginaba como un capítulo largo de Los simuladores. Nada más alejado.

Hasta que un día, por obra y gracia de un héroe anónimo, la encontré en YouTube. Y una noche de viernes, después de comer pizza con cerveza, me senté frente a la pantalla junto a mi esposa, y juntos nos sumimos en las desventuras de un paranoico.

Ezequiel Toledo (el gran Daniel Hendler) es un joven estudiante de arquitectura y aficionado al buceo, que está pasando por una crisis personal que atraviesa su vida. Está obsesionado con su novia Ana (una luminosa Dolores Fonzi) y eso lo pone en pausa con todo lo demás. “Toda mi vida quise ser un solitario, un viajero (…) pero ahora lo único que quiero es casarme con ella y tener hijos”, les dice a sus amigos en la facultad.

Szifron se encarga de mostrarnos en el primer acto a un Ezequiel neurótico, obsesivo, inseguro, celoso, en síntesis, el victimario de Ana. Pero, a los 26 minutos de la película, en un plano magistral, en la que se ve una mano que emerge debajo de la cama y toma un zapato de hombre para esconderlo hacia si, se da vuelta todo. Y, en ese preciso instante y sin más dilación, descubrimos junto a Ezequiel que Ana estaba con un tipo antes que llegara su novio al departamento que juntos comparten. A partir de ahí la película se convierte en otra cosa, porque todos sus miedos juntos se concretan de una manera inesperada. Y esto deriva en una persecución por la zona norte de la ciudad de Buenos Aires, en la que Ezequiel desciende a las profundidades oscuras de su ser.

Soy medio fan de un subgénero que alguna vez bauticé como «detective involuntario». Es la figura de un personaje que debe llevar adelante una investigación sin ser éste su rol natural. Acá, Ezequiel lleva adelante una persecución digna de un policial negro. Va tras los pasos de Aníbal (el mejor Gustavo Garzón que vi en mi vida), un hombre de mediana edad, que es totalmente desagradable en todas las facetas que despliega durante la película, pero al mismo tiempo representa la seguridad de la madurez.

El protagonista intenta por todos los medios saber quién es ese tipo y de dónde la conoce a Ana. En otra película, la víctima hubiera contratado a un investigador privado, acá Ezequiel encara la búsqueda solo y en el anonimato. Cuanto mas avanza la trama, más se obsesiona, y llega a hacer cosas cada vez más oscuras. La tensión va en aumento y el espectador empieza a proyectar la posibilidad de un enfrentamiento, porque Ezequiel empieza a alejarse de aquel pibe cobarde e inseguro que se nos mostró en los primeros minutos.

El guion es tan preciso, tan redondo, que debería analizarse en todas las escuelas de cine. Todos los elementos que lo integran tienen un correlato en la historia. No deja un solo cabo suelto. Para la escritura de esta historia, Szifron tuvo otras dos películas en su cabeza: Eyes Wide Shut (Kubrick, 1999) y El infierno (Chabrol, 1994) donde los celos y el riesgo de la infidelidad están latentes, y el verdadero enemigo es interno. Pero también otro film que está presente, sin dudas, sobre todo en la parte de la persecución, es Vértigo (Hitchcock, 1958). No sé si Szifron alguna vez lo mencionó, pero su película dialoga muy bien con la obra maestra del cineasta británico.

Szifron filmó esta película alternando la primera temporada de Los Simuladores, una parte lo hizo en 2001 y otra en 2002. Es una película de carácter independiente. Producida por Aeroplano Cine, la misma que produjo Los Paranoicos (Medina, 2008), 20.000 besos (Sebastián de Caro, 2013) y Fase 7 (Nicolás Goldbart, 2011) entre otras.

Esta ópera prima toca un tema repetitivo en la narrativa de Szifron, la infidelidad. En su segunda película, Tiempo de Valientes (2015), es lo que dispara la trama para los personajes interpretados por Luis Luque y Diego Peretti, en la que uno se deprime y el otro asume el rol de héroe. En Relatos Salvajes, en el episodio final “La boda”, la infidelidad lleva al extremo a una pareja recién consumada. Y también se puede ver que el mismo tema está tratado en algunos capítulos de Los Simuladores. Evidentemente es una cuestión que lo obsesiona.

Szifron ha declarado que sus personajes tienen mucho de él, lo que no sería raro pensar que algunos comportamientos de Ezequiel fueran la clara manifestación de un tipo obsesivo. Alguna vez ha revelado que mediante la historia logró aprender a manejar los celos que lo afectaban seriamente. Si bien no se sentía cómodo con el universo de la película, pudo trabajar el género que mas le gusta y aprovechar para exorcizar sus propios demonios. Podríamos decir que fue una especie de terapia, y que eso le ayudó mucho.

Es, sin dudas, uno de los grandes directores que ha dado el cine argentino en las últimas décadas. Amante del cine clásico, sus personajes son personas comunes y corrientes que se ven atravesadas por una realidad que los golpea y los saca del eje. Es entonces cuando reaccionan y eso los lleva a un extremo alejado de sus universos cotidianos y controlados.

En El fondo del mar, también se pueden detectar sus primeros guiños con el humor a través de frases, latiguillos y remates que de alguna manera se van a reproducir a lo largo de todo el corpus de su obra. Eso de nombrar a sus personajes como las personas reales que él conoce, es una marca bien suya, aunque alguna vez confesó que lo hace con el fin de homenajear a esas personas, pero también eso le ha traído más de un dolor de cabeza. La mayoría de esos nombres son personas vinculadas al mundo del cine que él mismo conoce.

Otro sello de Szifron es trabajar con algunos actores y actrices que van saltando en sus distintas producciones. En El Fondo del mar podemos ver a muchos que después encontraremos en Los Simuladores y en las películas siguientes. Acá, mención especial merece la participación actoral del cineasta Rafael Filipelli, fallecido este año, quien interpreta al profesor de arquitectura que le dice a Ezequiel en un momento “usted tiene algunas ideas que son bastante interesantes», algo que algún profesor bien pudo haberle dicho a Szifron en sus tiempos de estudiante, al notar el enorme talento narrativo del alumno.

El fondo del mar es una pequeña obra maestra que se esconde en la sombra de los éxitos de su creador. Es una película para ver muchas veces. Dura 92 minutos y se van como agua. Pero eso sí, nunca toca fondo.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.