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LIBROS: MÁQUINAS DEL TIEMPO SIN QUERER

18 agosto, 2023

Hacia Viernes Salvajes

Son muchas las veces que me paro frente a la biblioteca, a mi biblioteca, y me pierdo en el pensamiento. El tiempo se hace a un lado, deja abierta la puerta de la percepción y por ahí entran olores, imágenes, sonidos.

Un sobrino, a sus seis años, me preguntó porque tenía tantos libros. Y para poder responder a eso, evoqué la felicidad que me da entrar a una librería, comparando ese sentir con ir a una jugueteria. Ahí creo que me entendió mejor.

Mi biblioteca me representa. Prima el desorden, no hay colecciones completas y las que de alguna manera se completaron, son bastante deformes. Hay libros de bolsillo, de tapa dura y rústica. Ese comportamiento desparejo se traslada a las temáticas. Todo lo que es narrativa está en orden alfabético. Lo de poesía, que ya ocupa más de un estante, no está ordenado bajo ningún patrón, aunque creo que la poesía es un poco así también. Tengo por algún lado un rincón sobre los 70s, libros y libros que narran desde distintas ópticas la década convulsionada por la violencia política en nuestro país. También hay, en algún lado, un momento Stephen King, con sus libros que más me gustan, aunque hay muchos que perdí pero no recuerdo cómo. Tambien hay otros sectores dedicados a mis diversas obsesiones: historietas clásicas, música (la mayoría biografías de músicos que me encantan), fútbol (no ficción y ficción), cine y peronismo.

En una parte entre loca y ridícula, junto a una colección de Tolkien, tengo una máquina de escribir que heredé de la familia de mi esposa. Estoy seguro que es la primera máquina de mi futura colección, ya que amo las máquinas de escribir, a pesar de lo obsoletas que son en el mundo de hoy. Y en otro espacio, tengo dos cajitas de CDs que me marcaron: PULSE, de Pink Floyd y Amapola del 66, de Divididos. Están allí, simplemente exhibidos con orgullo e igual dosis de cariño.

En un rincón muy íntimo hay un cuaderno donde anoto muchas pavadas, entre ellos llevo una lista de los libros que quiero y no tengo. Títulos y autores que llegan a mi por las redes sociales, por recomendación de amigos y libreros, de reseñas que leo en los medios de comunicación y también, para que negarlo, de absolutos caprichos. Rara vez tacho los que ya obtuve, pero la lista de pendientes sigue creciendo a pasos agigantados.

Mis primeros libros, allá en los 90s, los ubiqué en una repisa. La mayoría provenía de la infancia y durante la adolescencia se sumaron algunos. Cortázar fue el gran protagonista de aquella época. Hasta que un día, cuando empecé a trabajar, el volumen creció considerablemente y tuve que comprarme una biblioteca. No recuerdo si la compré o me la regalaron mis viejos. Es de esas que vienen desarmadas y se arman con tornillos, arandelas y fierritos que seguramente tienen nombre pero que desconozco en absoluto. Una vez que quedó montada, trasladé todos esos pocos libros y poblé los espacios en blanco con adornos, la mayoría de ellos muñecos de películas y series. Pasaron los años, adquirí nuevos y numerosos libros y se empezó a exceder la capacidad. Para ello, un buen día, mi esposa me sorprendió para mí cumpleaños con dos nuevas bibliotecas de pino mucho más grande. A partir de allí, todo se desmadró. Al día de hoy, con tres bibliotecas repletas, el desorden imperante se debe a la falta de espacio. Es tal el caos que a veces paso horas buscando algún libro y hasta que no lo encuentro, no me puedo sacar de encima esa sensación de pánico porque pienso que lo perdí.

Si tuviera que responder de qué habla mi biblioteca, sería muy difícil. No la atraviesa un tema central. Creo, a simple vista, que hay mayoría de no ficción, aunque le pelea mano a mano a la narrativa. Me encantan los libros de investigación periodística.

La crónica se ha convertido en los últimos años en un nuevo tema central, una nueva fascinación que copó mis lecturas y que se ha trasladado un poco a la escritura también.

Me gusta el paisaje que forman los lomos de los libros en los distintos estantes. Hay editoriales que tienen lomos más lindos que otros. Me encanta que lo primero que se vea al entrar en mi casa sea la biblioteca llena de libros.

Aunque, el hecho de estar cerca de la puerta de entrada, le juega en contra porque se ensucia más rápido y los demás integrantes de la casa apoyan cosas en los estantes: juguetes, llaves, aritos, cosméticos, los más variados elementos que se dejan ahí provisiempre.

Suelo oler los libros y he llegado a darles un beso a más de uno. A algunos los he abrazado y sostenido como si fueran bebés. Sobre todo a aquellos que me ha costado mucho conseguir, esos que sienpre quise y un buen dia el destino los puso en mi camino.También soy de los que guardan de las más diversas cosas dentro de los libros. Es por eso, que más de una vez abriendo alguno para consultar, me he encontrado con notas, estampitas, fotos, recortes, etc. Creo que los libros de alguna manera son como máquinas del tiempo, uno puede encontrar en ellos una porción de pasado sin querer.

Si hay algo que me da satisfacción es que alguien en mi casa, de visita, recorra la biblioteca y saque, mire y lea, a pesar que soy extremadamente cuidadoso con los libros.

No importa en qué ambiente haya una biblioteca, sea dónde sea, mi lugar favorito de cualquier casa es dónde siempre haya libros apilados y esperando unas manos curiosas dispuestas a dejarse perder.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.