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LA LA LAND, LOS RINCONES DE LA PASIÓN HUMANA

22 diciembre, 2023

Hacia Viernes Salvaje

Cuando ya había bajado la persiana de la sorpresa por este año, aparece en mi vida La La Land (Damien Chazelle, 2016). Y lo hace desde el lugar menos pensado, por recomendación del padre de un amigo de mi hijo que me juró que estaba entre sus películas favoritas de todos los tiempos y que ya la había visto varias veces. Eso me tentó.

Y hacía allí fui, sin saber con qué me iba a encontrar y gambeteando el hecho constitutivo de que se trataba de un musical, género al que siempre fui esquivo, incluso en episodios de mis series favoritas.

Mía (Emma Stone) trabaja de camarera, pero sueña con ser actriz. Se presenta a cuanto casting puede, pero la suerte le es esquiva en la ciudad de Los Ángeles. Está pasando por una crisis de vocación, en la que empieza a comprender que a lo mejor la actuación no es lo suyo, ya que apostó toda su vida en esa búsqueda. En medio de todo ese conflicto interno y personal se encuentra con Sebastian (Ryan Gosling) pianista, músico de jazz que anhela tener su propio bar temático con música del género que desarrolla. Y él también ve cada vez más lejos la concreción de ese deseo. Ambos se cruzan, se enamoran y se ayudan mutuamente a alentarse a no renunciar a aquello que aspiran. Y el amor los potencia y los nutre en el camino al éxito.

La película tiene muchos lugares comunes de la comedia romántica. Es un poco trillada, es cierto. Pero el mérito de La La Land radica en el «cómo». Damien Chazelle, el director de la brillante Whiplash y uno de los ultimos cineastas de Hollywood que trabaja con material fílmico, utiliza la mayoría de los recursos narrativos del cine para contar esta historia de amor. Pone toda la carne al asador y nos regala escenas e imágenes inolvidables. Es evidente que él ama al jazz, ya que en ambas películas esta música es un complemento sustancial.

Emma Stone, que la conocí hace poco por Superbad (Greg Mottola, 2007) y luego en la exquisita Cruella (Craig Gillespie, 2021) la descose en la interpretación de Mia. No solo baila, canta, sino que además sus gestos son tan expresivos, su rostro es tan cinematográfico, que atraviesa la pantalla. Es imposible no empatizar con ella en el final. Y Ryan Gosling realmente me sorprendió. Yo lo tenia de ser el tipo duro en Drive (Craig Gillespie, 2011) acá trabaja en otro registro.

Tiene cierta gracia al bailar aunque se nota que no es su fuerte, pero cumple orgánicamente. Y la otra protagonista es la ciudad de Los Ángeles, escenario del amor de los personajes entre si y el amor por lo que sueñan. La escena inicial de baile en medio de una autopista, que es donde se conocen Mia y Sebastian, es el bautismo de un amor sin igual. La ciudad está muy bien pintada por Chazelle, desde los lugares mas amplios a los mas cerrados.

La la land no es sólo una carta de amor a los musicales de los 50’s sino también a Los Angeles y a los rincones de la pasión humana. Chazelle le rinde tributo al amor que siente por hacer cine. El uso de los colores, la banda sonora alucinante y cautivante, la buena dosificación de baile y música para que no sature pero que no deje de ser una comedia musical, hacen de la película, una pequeña obra de arte que le gana al ocaso.

La la land dialoga con ese cine de estudio crepuscular del que hablan Tarantino en Erase una vez en Hollywood y Paul Thomas Anderson en Licorice Pizza. Se mete en ese mundillo de luces y sombras que es la actuación, el anhelo del éxito y la persistencia del fracaso, lo superficial del estrellato y el prestigio de la desazón.

Con esta película volví a sentir lo mismo que en otras que vuelvo a ver cada año, la alegría y al mismo tiempo la tristeza, operaron en que entienda que me va a acompañar por mucho más tiempo. Por momentos, la amargura y la melancolía me recordaron a 500 dias con ella (Webb, 2009). Desde luego, con todo esto, ya la sumé a mi vida. Está en algún lugar distinguido.

Cuando parece que el Cine se sigue hundiendo como el Titanic, La la land y Damien Chazelle son la orquesta que no frena el destino, pero que nos da un poco de paz, es un rayito de sol en el pecho, mientras esperamos la tragedia inevitable.


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