Saltar al contenido

CABALLOS SALVAJES: El viejo concepto de libertad

15 septiembre, 2023

Hacia Viernes Salvajes

«Se puede vivir una larga vida sin aprender nada. Se puede durar sobre la tierra sin agregar ni cambiar una pincelada del paisaje. Se puede, simplemente, no estar muerto sin estar tampoco vivo. Basta con no amar, nunca, a nada, a nadie. Es la única receta infalible para no sufrir. Yo aposté mi vida a todo lo contrario, y hacía muchos años que definitivamente había dejado de importarme si lo perdido era más que lo ganado, creía que ya estábamos a mano el mundo y yo, ahora que ninguno de los dos respetaba demasiado al otro. Pero un día descubrí que todavía podía ser algo para estar completamente vivo antes de estar definitivamente muerto. Entonces, me puse en movimiento…».

Vi Caballos Salvajes (1995) el sábado después de su estreno. Fue en la función de trasnoche de un cine de avenida Cabildo en Belgrano y en compañía de amigos. El año anterior había terminado la secundaria y yo me encontraba en unas vacaciones medio raras, una especie de año sabático tomado a la fuerza por necesidad familiar. La película pintaba bien. Antes de entrar a la sala sabía que la dirigía Marcelo Piñeyro, el de Tango Feroz, película que un poco nos había revolucionado a muchos adolescentes hacía unos años. Protagonizada por Leo Sbaraglia (de quién ya se decía que era el mejor actor de su generación), Hector Alterio (en un registro descomunal) y Cecilia Dopazo (constituyéndose como una promisoria actriz de cine).

La película es un viaje, no sólo un viaje en plan escape al sur. Es un recorrido inevitable hacia el mundo adulto. Pedro (Sbaraglia) es lo que podríamos decir un yuppie exitoso. Tiene 23 años, un buen trabajo, un buen pasar y lo que él cree «una buena vida». Hasta que aparece frente a su escritorio José (Alterio), quien se apunta a si mismo con un arma con intención de matarse si la financiera no le devuelve el dinero que le estafaron. Pedro reacciona por instinto, se lleva un montón de plata encontrado en un cajón del escritorio de su jefe y se ofrece como escudo para que no maten a José. Ambos huyen y partir de ahí, la película se convierte en un multigénero: es una road movie (rutera), una buddy movie (compañeros opuestos) y una coming of age (maduración) que deriva en un policial.

Pedro y José se encuentran en la vida. Él vínculo que se construye entre ellos va más allá de la amistad, es casi una relación de padre e hijo. Pedro tiene una relación rota con su padre, que se separó de su madre cuando era chico. José perdió a su hijo y después a su esposa. Y así andan ambos, a los tumbos conociéndose en una situación que los supera y en la que algunos han puesto precio a su cabeza. Es como que el destino los puso a ambos en el camino porque se necesitaban sin saberlo. En el recorrido por salvar sus vidas y tratar de devolver el dinero que creen mal habido, se encuentran con Ana (Dopazo), quién no sólo aporta la figura femenina al trío, sino también lo salvaje. Ella es dura, mal llevada pero todo eso no es más que un escudo que le pone al mundo de los hombres para no salir lastimada. Y así anda por la vida, deambulando en libertad sin echar raíces en ningún lado.

Con unos paisajes soñados, unos personajes entrañables que ayudan a «los indomables», como los bautizó la prensa, en una especie de cadena solidaria que protegen a los protagonistas de la policía y de unos matones que los siguen para recuperar el dinero, Caballos Salvajes es una película que emociona al fin y al cabo. Sbaraglia está un poco fuera de tono cuando se exalta, parece que sobreactúa en algunos pasajes de la película, pero Alterio logra contenerlo y volverlo al eje a veces con tan sólo un par de gestos.

La escena que inmortaliza la película es la que los protagonistas bailan junto a la costa del mar en el sur, al son del vals «Cuentos de los bosques de Viena», de Strauss y en un momento Alterio levanta las manos al cielo y grita «¡La puta, que vale la pena estar vivo!». Cuenta la leyenda que Piñeyro no sabía cómo cerrar la escena del baile y la co-guionista Aida Bortnik le dio la idea de la frase durante una charla por teléfono.

La banda sonora tuvo un éxito relevante en su época. Armada con canciones de Calamaro y también de su banda española Los Rodríguez, en especial él hit rutero «Algún lugar encontraré», himnos de León Gieco y Creedence Clearwater Revival.

No puedo darme cuenta si la película envejeció, me parece a simple vista que esa Argentina que cuenta el film no está muy lejos de la actual pero lo que es irrefutable es que el que envejeció fui yo. En su momento, la película me había impactado considerablemente. Tenía 19 años, la vida por delante y el mundo era un lugar donde poder cumplir mis sueños. Hoy, al volver a verla, siento que es una película más apuntada a la adolescencia, que hoy el impacto que me genera no es más que ese nostálgico sentimiento de volver a ser joven y saber que el mundo era un lugar diferente.

Los 90s menemistas están bien representados. La ostentación (por ejemplo, el auto de Pedro es un Escort Cabriolet XR3), la manipulación mediática respecto de las noticias, el poder de la opinión pública, la situación delicada de los jubilados frente a sus haberes, los trabajadores organizados que sufren los cierres de las fábricas y la posterior pérdida de sus fuentes de ingreso son apenas algunos síntomas retratados de una época que estaba condenada a terminar en el estallido de 2001. La película está construida sobre el viejo concepto de Libertad, distinto a lo que esta palabra pretende decir estos días en quienes la enarbolan y que la han devaluado considerablemente.

Quizás no sea la obra más personal de Marcelo Piñeyro, pero sin dudas, es su historia más entrañable, su homenaje al cine de aventuras que lo deslumbró de chico.

Cuando salí de la sala, aquella noche fría de agosto, tuve claro una sola cosa. Que quería dedicar el resto de mi vida a contar historias, y que estudiar cine podía ser una posibilidad. Para esto último faltarían menos de cuatro años, pero eso es otra historia.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.