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La única forma era ganar

13 junio, 2020

1. Paso en falso y cambios

El debut argentino en la Copa del Mundo Italia 90 no había podido ser peor: una performance muy floja, con jugadores que no habían estado a la altura de la cita y algunas malas decisiones de Carlos Bilardo nos habían puesto en una muy incómoda posición. Había que cambiar cosas para ganar y el técnico timoneo a tiempo. Durante las últimas noches de aquel fatídico viernes 8 de junio de 1990 habían transcurrido como pedazos de vidrios clavados en las sienes de Carlos Bilardo. Es que su Argentina, la campeona del mundo, había caído sin atenuantes antes una sorpresa como Camerún que, como veremos más adelante, llego mucho más lejos de lo que propios y extraños podían soñar.

Argentina, que no había llegado al Mundial en su mejor momento deportivo, lo hacía con la chapa de campeón defensor de la COPA FIFA y tenía que debutar con equipo que, a priori, era el más débil del grupo: CAMERÚN. Conocida es la historia del partido inaugural de la Copa del Mundo en Italia 1990. Había que meter mano rápido al equipo: de aquel inicial Pumpido, Simón, Ruggeri, Fabbri; Sensini, Lorenzo, Batista, Basualdo, Burruchaga, Maradona y Balbo sin pie ni cabeza a un equipo más coherente. Bilardo, preocupado, dispuso que José Serrizuela y Pedro Monzón fueran por Oscar Ruggeri y Néstor Fabbri en el fondo; Julio Olarticoechea y Pedro Troglio, por Roberto Sensini y Néstor Lorenzo en el mediocampo y la rutilante aparición de Claudio Caniggia por Abel Balbo.

El rival era la Unión Soviética, que venía de quedar eliminado en octavos de final en México 86, 3-4 frente a Bélgica en uno de los mejores partidos de aquella Copa del Mundo, y que contaba con figuras de la talla de Aleinikov, Zygmantovich, Dobrovolsky, Shalimov y Protasov, entre otras figuras. Tal era la importancia de aquel plantel soviético que el técnico Valery Lobanovsky se deba a el lujo de tener entre los 22 al inolvidable portero Rinat Dasaev y no tenerlo en cuenta ni siquiera para el armado del banco de suplentes.

2. Ganar, confiar y esperar

Al hacer un repaso en relieve de los recuerdos mas marcados de ese partido, es imposible esquivar la imagen de tibia y peroné doblados en dos de la pierna derecha de Nery Pumpido. Sucedió en una jugada en la que salva la caída de su arco, a los 10 minutos del primer tiempo. Con un córner a favor de la Unión Soviética, el arquero de River es reemplazado por su antiguo suplente en Núñez. Sergio Javier Goycochea, que había sido receptor de todo tipo de críticas por cierto sector del periodismo – se había rumorado infundadamente que tenía SIDA – en aquella fallida operación de intercambio de jugadores entre River y San Lorenzo (Chilavert por Goycochea y Gorosito por Siviski era la intención de los dirigentes de ambos clubes, cuando solo se concretó el pase de Gorosito a San Lorenzo).

Pedro Troglio desesperado pidiendo la camilla. Simón se toma la cabeza, Pumpido se acababa de quebrar su pierna derecha. Comenzaba mal, un partido que era decisivo.

A la salida de ese córner, luego del cambio de Goycochea por Pumpido – retirado en camilla, directo al hospital -, se conoció la segunda parte de la saga de LA MANO DE DIOS: tras el centro de derecha que, desde la punta izquierda mando Dobrovolsky, se cerró contra el primer palo y Diego, otra vez iluminado por el Supremo, saco la pelota con la mano casi de adentro del arco, ante la falta de reacción del árbitro sueco Erik Fredirksson.

La mano de Maradona, -como en México- para salvarnos una vez más. Era penal, que podría haberse transformado en el primer gol de la URSS. No la vió el árbitro sueco.

A los 28 minutos del primer tiempo, una pelota que el Vasco Olarticoechea recogió después de un rebote en un córner, termino yendo teledirigidamente a la cabeza de Pedro Troglio, que batió al arquero Uvarov sin atenuantes, con un cabezazo seco al Angulo superior derecho. El rendimiento del equipo no fue el mejor, pero le alcanzo para regular los tiempos del partido y definirlo en el minuto 35 del segundo tiempo cuando, después de recibir una pelota impulsada hacia atrás por Kuznetsov, Jorge Burruchaga concrete el segundo gol con un tiro por debajo del cuerpo del arquero Uvarov. Era importante ganar. La única manera de mantener la ilusión, de hacer valer el título de campeón del mundo que se estaba defendiendo.

Los dos goles de argentina, en la voz inconfundible del mejor de todos: Víctor Hugo Morales.

No se lo consiguió de la mejor manera, pero no era tiempo de exigencias estéticas: ganar, confiar y esperar; la única manera de poder sobrevivir en aquel Campeonato del Mundo.


Martín Ripari. Periodista, Docente y Relator Deportivo. Conductor de Boca para todo el Mundo. Canal WEB.

Lo encontrás además en la WEB: LA PATRIA FUTBOLERA y BOCA PARA TODO EL MUNDO

IG: @martinripariok