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UNA TRAMPA EN SAN ONOFRE

16 mayo, 2022

Tenés que ver El Marginal, me decían allá por 2016. Todo mundo hablaba de la serie que parecía romperla en la TV Pública. Esa repercusión me recordaba a Okupas, ficción que también había sido emitida por el mismo canal.

Con el cine no pasa eso de quedarte afuera de una conversación. La fiebre por una serie se renueva cada semana, en cambio la de una película es efímera, por más tanque y revolucionaria que sea. Entonces, a veces, uno hace el esfuerzo de arrebatarle un poco de tiempo a la vida cotidiana para sumergirse en la trama de la serie de la que todos hablan. Y así uno cae en la trampa de comentarla en cada lado, en cada reunión, y así replicando la misma necesidad que otros tengan que ver lo que hay que ver sí o sí.

Así, y bajo esa misma modalidad, caí en la trampa de tener que ver El Marginal. Pero no lo hice cada semana por la tv pública, lo hice recién cuando se sumó al contenido de Netflix (en las temporadas sucesivas pasaría a formar parte de las producciones originales de la empresa internacional de streaming).

Lo que al principio parecía que iba a ser la serie de Pastor/Miguel Palacios (Juan Minujin) terminó siendo la serie de los Borges, de Mario y Diosito, interpretados respectivamente por el enorme Claudio Rissi y la revelación absoluta Nico Furtado.

La trama, la galería de personajes de la primera temporada funcionó muy bien. Es un relojito de precisión y acción que va al palo. La serie es autoconciente de lo que quiere contar, no intenta denunciar el sistema carcelario ni la Justicia, aunque ese entorno hostil se ponga de manifiesto a veces por sobre la historia.

Las siguientes dos temporadas, la segunda y tercera, fueron una excusa para contar como los verdaderos protagonistas, es decir los Borges, construyeron su poder en la unidad penitenciaria San Onofre.

No sé si estaba en los planes de sus creadores que éste par de hermanos, villanos, manga de hijos del mal, sean quienes lleven adelante la historia. Pero ante el éxito de la primera temporada, se vieron en la necesidad de contar sus orígenes. Algo así como Los Borges Año Uno.

Con Mario y Diosito, más allá de los atroces actos que cometieron durante 43 episodios, el espectador logra empatizar con ellos. Finalmente se hacen querer. Casi como pasa en El Patrón del Mal o en Breaking Bad. El producto está tan bien realizado que funciona con esa lógica.

Luego las dos últimas temporadas, la cuarta y la quinta, continuaron la trama donde había quedado al final de la primera, pero la verdad ya no había mucho para contar.

Conforme avanzaron las temporadas, los muy variados personajes secundarios se fueron haciendo más caricaturizados, como salidos de una historieta berreta de los 80. Tanto es así que hasta parecen reírse de sí mismos. La serie a veces usa la estética de películas épicas como Mad Max, sobre todo en los enfrentamientos físicos.

Además de Rissi y Furtado, rescato las actuaciones de Abel Ayala (César), Ana Garibaldi (Gladys) y Gerardo Romano (Sergio Antín, sobre todo con sus puteadas descomunales). También hubo enormes actores y actrices desaprovechados.

El balance de El Marginal es bueno, a pesar de lo crudas que han sido las innumerables escenas de violencia física y sexual. Es ficción, no busquemos fantasmas de realidad penitenciaria ni marketing de la marginalidad. Si uno quiere buscar la verdad de lo que pasa en las cárceles, más vale elegir algún documental.

El final? Termina de manera justa y dentro de lo esperable. Casi que diría que era obvio el desenlace. Yo le hubiera quitado la cuota poética (que por cierto nunca la tuvo a lo largo de las cinco temporadas) y los últimos dos minutos del final totalmente innecesarios que no quiero spoilear, pero quienes ya lo vieron sabrán entenderme.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.