Conocí a Enrique Symns de casualidad. Me había comprado una antología de poesías de Bukowski que tenía alrededor de cien poemas. Ya era fanático del autor de Cartero y Factótum desde mis últimos años de colegio secundario y cuando me encontré con este libro andaba por los veinte de años (1999). Estaba cursando primer año de Sociología y la literatura siempre funciono en mi como un antídoto con el cual combatir cierto acartonamiento que percibía en el mundo académico. Recuerdo que cada dos páginas de Economía y sociedad (Insoportable obra maestra de Max Weber) me iba corriendo a leer a Sartre, Camus o el viejo Buk y de esa manera recuperaba parte de la alegría que las aulas me sacaban.
Estaba un día en un Burger King a dos cuadras de la facultad de ciencias sociales cuando se cursaba en Marcelo T de Alvear y Junín y me encontré con el prólogo de Enrique que me gusto tanto como el libro que prologaba. Su texto intenso y de una prosa furiosa describía la literatura de Buk pero a la vez hablaba mucho del hombre que firmaba esas líneas. Symns hablaba del poder de Bukoswki de noquearte a fuerza de oraciones cortas y afiladas. Con los años descubrí que esa idea no era original ni propia de Symns pero el encanto y el poder de sus palabras lograron el impacto buscado. De ese libro me quedo el shock de ese prologo hermoso como cada uno de esos poemas furiosos escritos para ser leídos en voz alta.
Al año haciendo un zapping radial me encontré a Symns de columnista en un programa que conducía Gillespie en la rock and pop. El programa si no recuerdo mal estaba a la medianoche y yo en esa época (2004) estaba desocupado así que volvía de la facultad a las diez de la noche. Comía algo y después me ponía a leer hasta que empezaba el programa de Gillespie. Lo mejor del programa además del encanto y el humor de su conductor eran las columnas de Symns. Enrique hablaba sin concesiones del mundo de rock. Insultaba al indio Solari y al pelado Cordera a menudo y elogiaba a Fito Páez e Ivan Noble a los que les reconocía la generosidad material y cierta predisposición para la juerga.
Hablaba con la magia de la literatura embrujando al oyente y construyendo un universo de sentido como solo pueden hacer los escritores. Recuerdo que sus columnas saltaban del aristotelismo al psicoanálisis y en el medio podían hablar de la literatura de Borges, su infancia, el sexo y la cultura beatnik todo sin solución de continuidad. Lo más interesante del asunto es que Symns interconectaba todos esos universos y les daba un orden y un sentido a lo narrado que permitía que todo fluyera de modo orgánico. Hace veinte años el mundo ya me parecía en general algo cursi y carente de sentido salvo por algunos relampagueos de belleza como los que podía producir en mi la prosa y la voz de Enrique.
En esa época todavía no había leído ningún libro entero de el y tardaría mucho en tener uno entre mis manos. Recién hace unos días termine el señor de los venenos, una serie de crónicas sobre la cultura del rock y los noventa que confirmaron que lo que Symns decía en ese prologo sobre Bukoswki bien podía aplicarse a su obra. Cada oración pareciera haber sido modelada por el tiempo y luego de leer dos o tres crónicas de corrido uno sentía que hubiera boxeado tres rounds con Muhammad Ali.
Fui armando mi propio Enrique Symns en estos años a medida que iba viviendo mi propia vida. A medida que me cruzaba con alguna entrevista en donde el daba claras muestras de estar adelantado a este tiempo espantoso en el que vivimos gobernados por poderes que ni siquiera vemos. Leyendo el señor de los venenos pensaba que vivimos un mundo en donde la rebeldía se transformó en una mueca estúpida al servicio de los poderosos. Symns en estos tiempos de conservadurismo y corrección política insoportable hubiera sido muy valioso para dar ciertas batallas frente al imperio del fascismo hegemónico y del autoritarismo bien pensante propio de la cultura de la cancelación.
En los últimos años se transformó en un personaje debido a su precaria salud pero no obstante tuvo el reconocimiento que se merece como el cerebro detrás de cerdos y peces que fue una de las revistas más importantes de la década del 80. Esa revista que respira un aire symnesco de inicio a fin bien podría ser su obra maestra aunque a él le importaría una mierda pensar en términos de maestría literaria.
Symns siempre vivió en los márgenes de la cultura respirando vida en cada libro o nota que escribiera.
A diferencia de muchos escritores que escriben para publicar él vivía para escribir y esa marginalidad que portaba con nobleza funcionaba como denuncia ante las imposturas del mundo.
Un amigo mío me conto hace mucho que Symns se gastaba gran parte de las regalías de sus libros tomando whisky en un bar de retiro y que allí invitaba a beber quien quisiera acompañarlo.
Me lo imagino ahora que ya está del otro lado de las cosas riéndose de este tiempo hostil y carente de belleza gritándonos sus verdades al viento. Su vida fue su obra pero no como impostura del artista performatico sino como síntoma de la única posibilidad que tienen los poetas. La de hacer carne la belleza en su cuerpo.
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JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)