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LA CHICA LINDA Y EL PERDEDOR

27 mayo, 2022

Hacia Viernes Salvajes

Top Gun es la película que más veces vi en mi vida. Si quiero llevar a cabo un inútil intento de saber cuantas veces fueron, seguramente el número superaría las veinte. Y puede que más. Mi fanatismo por la película partió de una competencia insólita con un compañero de la primaria. Beto dijo en un recreo: «Top Gun ya la ví más de veinte veces…». Y yo ni siquiera la había visto. Ese sábado fui al videoclub y la alquilé. Intenté verla dos veces seguidas pero no me dieron los tiempos. No era el único que quería ver películas en casa.

Así pasó el tiempo y jamás volví a verla hasta que un día anunciaron que la daban en El Mundo del Espectáculo, un lunes a las 22 hs por Canal 13. Ahí me preparé con la videocassetera y la grabé pausando en las propagandas. A partir del día siguiente, prácticamente la vi todos los días durante semanas. Me sabía (sé, aun hoy) diálogos completos de la película. Mi vieja me cargaba con eso, de que me la sabía de memoria.

Mi fanatismo no era sólo por la película en sí, iba acompañado del sueño de ser piloto. Sueño que me llevó a charlar a un comodoro de la Fuerza Aérea, veterano de Malvinas para que me cuente como era la carrera. Y que ése sueño se esfumara tras saber que tenía que ir a cursar la secundaria en una escuela militar en Rosario. Chau, piloto. Chau, sueño.

Top Gun fue mi amarre a esa fantasía de volar. La historia de Maverick no me representaba pero era muy difícil no empatizar con su dolor, con su inseguridad. Mave (Tom Cruise, en su interpretación más icónica) lleva la carga de haber perdido a su padre, también piloto de la marina, y que su muerte le haya servido al gobierno limpiar una operación clandestina salpicándolo de desertor. Es por eso que Pete Mitchell, nombre en clave Maverick, vuela sin rumbo.

Maverick tiene todo para ser el mejor en lo suyo pero no está acostumbrado a triunfar. Se sabe perdedor y prefiere pensar que está por debajo de los demás para evitar el rechazo que genera con su soberbia, esa coraza que protege su notoria vulnerabilidad. 

La muerte de Goose, un hecho que lo marca a fuego y al mismo tiempo es una escena trascendental en el guión, lo vuelve a dejar huérfano. Porque Goose más que un hermano, fue casi un padre. Se nota que siempre fue el tipo que lo contenía, lo ponía en caja y lo aconsejaba. 

Maverick ve en Iceman (un joven Val Kilmer) no solo a su antagonista, a su rival a vencer, sino que entiende que es todo lo que él podría ser pero no quiere. Sabe que nunca tendrá la oportunidad de mostrar de lo que es capaz porque tiene un apellido muy pesado. 

Tal vez por esa orfandad que lo persigue es que se termina fijando en una mujer mayor. Charlie, la instructora, es mucho más madura que él en todos sentidos. Por esa razón duda de acostarse con ella en la primera cita, porque no sabe bien que quiere de su vida. 

Se volvió a viralizar una escena en la que Quentin Tarantino, en un monólogo para la película «Sleep with me” de 1994, cuenta que Top Gun es una película gay. Más allá de lo atrasada (y cancelada hoy día) de dicha mirada sobre la película dirigida por Tony Scott, no es del todo acertada. Top Gun es un canto a «lo americano», a todo eso que los yanquis se exaltan al ver sus banderas flamear, sus soldados, sus armas. Es una declaración de amor a esa excitación por lo nacionalista, en una época que fue la etapa final de la guerra fría. ¿Quiénes son los malos? Los soviéticos. 

Podría prescindirse de la historia de amor entre Maverick y Charlie, pero no sería Top Gun. Es un super tanque de acción  con F-14s volando contra MIGs, que necesita esa veta romántica para bajarle los decibeles a tanta testosterona. 

La música, hermano. Una de las bandas de sonidos más vendidas de todos los tiempos. Danger Zone, el tema que canta Kenny Loggins (y que fue compuesto para Bryan Adams) de fondo en las batallas aéreas es un tema descomunal, bien ochentoso. Y la canción más popular, sin dudas, es la balada Take my breath away, del conjunto de pop estadounidense Berlin. La balada que acompaña las escenas románticas de la película, la canción que se pasaban en los «asaltos» cuando se venían los lentos. Un mega hit de todos los tiempos. La canción donde Maverick y Charlie, con un iluminado fondo azul, tienen por fin sexo después de tantas idas y vueltas.

Top Gun es un producto bien ochentoso. La moto, la campera de cuero, los Ray Ban, la música, cuerpos bien marcados, imágenes brillos, todo funciona a la perfección en la década reaganiana. Esa ostentación que por estas pampas se vieron reflejada recien en la década siguiente. 

Tony Scott se cuelga una estrella al dirigir este film. Es de esos directores de estudio que bien podrían trabajar a reglamento pero que fueron formados por el oficio y componen sus películas con una impronta muy propia, más allá del abultado presupuesto y las presiones de los productores.

El pasado miércoles 25 de mayo, fecha patria para nosotros, se estrenó la tan esperada secuela de Top Gun. Treinta y seis años pasaron entre ambas partes. Se anunció varias veces pero Tom Cruise andaba enamorado de la franquicia Misión: Imposible y se fue postergando. En los guiones participa entre otros Christopher McQuarrie, responsable de las últimas entregas de la saga de espías al mando de Ethan Hunt. Tom Cruise, en esta oportunidad, se calza el traje de productor, que tan bién le sentó estos años, además del papel protagónico.

Con un guión bastante flojo, con una dirección super digna para la época, con actuaciones orgánicas y con una banda de sonido demencial, Top Gun es hoy un verdadero clásico. Y dicen que esta secuela viene a demolerla por completo. Veremos, aunque no sé si tantas veces como su predecesora.

Ah, sólo una cosa: Top Gun se estrenó en 1986 y ganamos el mundial. La secuela en 2022. No sé ustedes, pero yo prefiero creer.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.