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HACIA VIERNES SALVAJES

5 diciembre, 2021

Con los Beatles siempre fui medio panqueque. Cuando los descubrí a los 12 años me hice fan de John. Luego en la adolescencia, y tras haber escuchado mucho más de los 4 de Liverpool, puedo decir que me gustaba más Paul por sus composiciones y su encanto natural.

Pero hubo un tiempo muy largo en que le profesé devoción a George. Porque quería salir del molde que enfrentaban a John con Paul. Me sentía más original si andaba diciendo por ahí que George era mi beatle favorito. Además, me ayudaba el hecho que siempre me habían gustado los guitarristas virtuosos.

Claro, todo muy lindo, pero debía sostener esa elección documentándome. Así que empecé a escuchar sus discos solistas y gastar todas las canciones que él había compuesto durante la década con los de Liverpool. El disco triple All Things Must Pass lo gasté. También me di cuenta que en ése, su primer disco solista tras la separación del cuarteto, que por cierto era un disco triple, probaba en forma irrefutable que había muchas composiciones que tanto John como Paul no habían dejado que las incluyera en los discos de la banda. La hegemonía Lennon-McCartney en todo su esplendor.

Siempre me dio la impresión que George era el mas relegado en cuanto a los aportes de canciones, también porque a Ringo medio que no le importaba aportar ni tener protagonismo. Cuenta la historia que en un momento George se hartó del manoseo artístico al que se sentía sometido por John y Paul, y los mandó a cagar. Se fue de la banda pegando un portazo. A John, sin perder tiempo, no le tembló el pulso y llamó a Eric Clapton, el mejor amigo de George para que haga unas guitarras en el estudio. Ya había quedado la onda después que Clapton ayudara a Harrison a componer guitarras en “While My Guitar Gently Weeps” durante la grabación de The Beatles (el llamado Álbum Blanco).

Leí mucho sobre Harrison. Sobre su vida. Como su mujer, Pattie Boyd, se fue con Clapton. Aunque la historia no se puede resumir en esa oración, es mucho más que eso. Era una época de mucha promiscuidad, bah, como la de hoy en día. Ese triángulo amoroso me rompió el corazón durante bastante tiempo, hasta que entendí lo que había pasado entre ellos tres.

Además de todo esto, Gustavo, mi amigo, era muy parecido a George. A veces lo llamábamos así «¡eh, George Harrison, tirate un centro!», entre otras cosas.

George tenía casi todo lo que me gusta de un guitarrista místico: un lado oculto y espiritualista. La India, su participación en el Hare Krishna, forjaron en él una personalidad aún más compleja y distante de la de sus ex compañeros de banda. George siempre fue el mas distinto, el obsesivo, el frio.

Hace 20 años, en un país que se caía a pedazos y en el que se venía un diciembre incendiario, escuché en la radio, mientras finalizaban los acordes de “My Sweet Lord”, que alguien en FM Aspen anunciaba la muerte de George. Y con él se iba una década donde había escuchado buenas canciones y donde defendí a capa y espada, al más talentoso de los cuatro, al que tenía menos marketing y la rompía toda.

Increíble que hayan pasado veinte años desde que se fue. Increíble que hace mas de treinta lo escuchara en la oscuridad de mi habitación. Increíble que alguna vez me haya comprado una guitarra que jamás aprendí a tocar pensando en él entre otros monstruos.

¡Eh, George Harrison, estés donde estés, tocate “Something” que sepamos todos!


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.