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LONGARINI Y MARADONA EN UN BAR DE LA CALLE PAMPA

25 noviembre, 2022

Hacia Viernes Salvaje

Hoy voy a hablar de Diego y recordar cuando me lo encontré en un bar, porque mañana es el cumpleaños de mi hijo y quiero concentrarme en eso, aunque éste segundo aniversario sin Diego lo tenga que mirar de reojo con el corazón.

Pasaron dos años y aun me cuesta trabajo dimensionar a Diego, pero no hablo de dimensionarlo en la Historia, más bien de medirlo dentro de mi vida. Estoy escribiendo esto y ya se me llenan los ojos de ausencia. Para colmo está el mundial, y como hago, para que en cada imágen no se me cruce Diego, en este Qatar 2022. Y como si fuese poco, mañana sábado tenemos una final con México, y pienso cuánto lo necesitamos, aún con Lio Messi de nuestro lado. Durante estos meses estuve recordando algo que había olvidado por completo.

Primero viajemos a la despedida de Diego en la Bombonera, él está parado en una tarima, con los brazos cruzados tapando la marca del sponsor de la camiseta de Boca y tiene un micrófono frente a sí. Del otro lado de la pantalla estoy yo emocionado y mi viejo repitiendo casi como un autómata: «este tipo es lo más grande que hay». Y de repente Diego suelta esta frase que iba a resonar por siempre en la memoria de todos: «El futbol es el deporte más sano y más lindo del mundo. Eso no le quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno, no tiene que pagar el futbol…

«Cuando terminó de decirlo me sorprendió, fue como un deja vu, como si ya hubiera vivido ese momento. Y ahí, como un rayo que parte la memoria en dos, volví al año 1993. Es sábado a la noche, ya de madrugada. Estamos con mis amigos en un bar que había en una casona en Belgrano, sobre la calle Pampa, a dos cuadras de Av Cabildo. Yo ya estaba un poco entonado, el alcohol y la alegría ya eran casi euforia. Como era el único al que no le gustaba mucho bailar, me había quedado sentado solo en la mesa, viendo como mis amigos y los demás montaban el teatro de lo ridículo. En un momento se sentó un chabón al lado mío. Me pidió fuego y le pasé el encendedor. Me dio la mano y se presentó, dijo textual y completamente serio: «Diego Maradona». Yo no supe si reirme o asustarme. Yo le respondí: «mucho gusto, soy Freddy Mercury».

El se rió, divertido con mi comentario. Él llevaba puesta una remera con la bandera de Gran Bretaña, se la señalé y le hice montoncito con la mano cómo preguntando «¿que onda?». Levantó sus hombros y abrió los brazos diciendo: «es la tierra de los Rolling». Se rió, me palmeó en el pecho sobre mi camiseta de Argentina, su camiseta, y a continuación tomó un trago de mi vaso. Y empezó a hablar de sus hijas, «las nenas», Dalma y Gianinna, de la Claudia, de la Tota y de Guillermo.

Era una catarata de anécdotas que transcurrían en Nápoles, en México y hablaba y hablaba. La música alta y un poco mi borrachera, impedían que pudiera escuchar todo lo que decía. Hablaba como el Diego, tenía sus mismos gestos. Al principio pensé que era un imitador. Pasado los minutos me di cuenta que se trataba de un loco en apariencias inofensivo. El tipo, que no se parecía en nada a Maradona seguía hablando como un loro. Cada tanto lo buscaba a Guillermo, levantaba la cabeza y miraba entre la pequeña multitud que bailaba al lado nuestro. Yo lo escuchaba atento, me divertía.

Elegí divertirme con la situación y no asustarme, dejarme llevar por su locura y mi borrachera. El parecía feliz y a mi no me jodía. En un momento se puso serio, mirando la mesa, medio triste parecía. Me miró y dijo: amo el fútbol, después de mis viejos el fútbol me dio todo. Cuando miras los potreros es el deporte más sano y más lindo del mundo. Yo me equivoqué…» y se quedó quieto y en silencio mirando la nada. «Nos tenemos que sacar una foto», me dijo de repente como si lo hubieran tocado con un cable con corriente. Llamó a los gritos a un muchacho que se acercó con una cámara hogareña a los apurones.

Me pasó un brazo por los hombros y sonrío hacia la cámara. Mis amigos al ver la situación se colaron en el plano riéndose. La cámara disparó un flash enceguecedor. El fotógrafo se fue y el loco Maradona me dio un abrazo efusivo. «Chau, Freddy», me dijo. Y despareció de mi vida entre la gente que bailaba y saltaba en el bar. Pasaron 364 días desde la muerte de Diego Armando Maradona. Todos estos días, o al menos muchos de estos, recordé al loco Maradona y me pregunté donde andará y como se habrá tomado su propia muerte.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.