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HACIA VIERNES SALVAJES

29 octubre, 2021

En la columna anterior, el querido Matias Escot declaró en la bajada, que yo iba del comurbano a una escuela de cine para ser como Tarantino. Todos queríamos ser Tarantino, todos los que amábamos el cine queríamos contar las historias que contaba Quentin. Pero, y acá me permito hacer una pequeña corrección a Escot, yo más bien quería ser John Carpenter.

En los finales de los 80, cuando la videocasetera ya había desembarcado en muchas casas y los videoclubes ya habían aparecido, teníamos como costumbre con algunos de mis compañeros de primaria, reunirnos a ver películas. Como no teníamos la edad para juntarnos de noche, alquilábamos películas por la tarde. Nos juntábamos en la casa de alguno o alguna, apagábamos las luces y bajábamos las persianas para lograr una oscuridad similar a la del cine. En la mayoría de las veces preferíamos películas de terror.

Así, de esta manera, pudimos ver gemas como La Casa Cercana Al Cementerio, la saga Martes (Viernes) 13, Poltergeist, Pesadilla, Alien y demás hasta que un día llegamos a Halloween (Halloween, 1978). Y ahí la cosa fue distinta. Entre risas y sustos vimos la película una tarde comiendo palitos salados y tomando coca cola. A mi me había impactado mucho, había algo en la película que me despertaba mucha curiosidad. Tuve que volver a alquilarla y verla otro día porque necesitaba disfrutarla otra vez. Tenía un espíritu distinto, tenía algo que me despertaba mucha satisfacción. La experiencia de verla en soledad fue totalmente distinta, pude detenerme en detalles que en la reunión entre amigos, se me habían escapado.

Tomé nota mental del nombre del director y empecé a buscar mas películas suyas. Con Carpenter inauguré el derrotero de buscar películas de un mismo director, y casi sin querer, en esa búsqueda inconsciente, descubrí cual es el rol del director.

Casi enseguida encontré La Niebla (The Fog, 1980), donde un pueblo es azotado por piratas fantasmas que vuelven para vengarse. Ahí encontré puntos en común con Halloween, era evidente de que se trataba de las mismas manos detrás de la cámara. En ese momento, a los catorce años no supe que era, pero con el tiempo y luego de haber leído bastante sobre cine, entendí que lo que unían a ambas películas eran la puesta en escena, los encuadres, la fotografía, la música compuesta por el mismo Carpenter.

Luego alquilé El Príncipe de las Tinieblas (Prince of Darkness, 1987) y ahí la cosa se puso oscura, y tenebrosa, por supuesto. Acá Carpenter nos habla del Mal como entidad. Un cilindro escondido en el sótano de una iglesia despierta el Mal.

Meses después, me vi todas las que se podían conseguir en VHS y con los años seguí la carrera de Carpenter desde cerca como mi director de cabecera. Están Vivos (They Live, 1988) es una sátira y una critica al Sistema. Un tipo encuentra unos lentes que permite ver a las personas tal cual son y eso deja al descubierto que personas poderosas son en realidad extraterrestres. No sé ustedes, pero yo le veo parecido a Matrix (1999), al menos en el concepto de la realidad y el simulacro.

Hay una que todavía no mencioné: La Cosa (The Thing, 1982) que es la gran obra maestra de John Carpenter. Es esa de la de la entidad extraterrestre en la Antártida. Una especie de Alien, el Octavo Pasajero (Alien, 1979) pero en el frio. La comparación no es casual, varias veces se ha mencionado la similitud entre ambas películas. Aunque en realidad, no se parecen tanto.

También amé En la Boca del Miedo (In The Mouth of Madness, 1994), esa donde Sam Neill hace de un inspector de seguro que debe buscar a Sutter Kane, escritor de terror, que desapareció. Es una mezcla perfecta entre los universos de Stephen King y Lovecraft. Y con los años se sumarian Vampiros (John Carpenter´s Vampires, 1989) y Fantasmas de Marte (Ghosts of Mas, 2001).

También están sus películas que son más de acción como Rescate en Nueva York (Escape from New York, 1981) y Rescate en L.A. (Escape from L.A., 1996) con el inolvidable personaje Snake Plissken, interpretado por Kurt Russell. Es, tal vez, uno de mis personajes favoritos de todos los tiempos.

Carpenter presenta mundos donde no hay esperanza, donde sus personajes no esperan nada de esos mundos y solo esperan sobrevivir. Las historias y los climas que logra crear Carpenter lo convierten en un artesano del cine, un tipo que ha hecho cine de autor dentro del género fantástico, sector siempre denostado por las elites del séptimo arte. Carpenter es ese tío que se toma unas copas y te cuenta historias que pueden lograr que no duermas en toda la noches. Con Carpenter, estoy casi seguro, aprendí mas de cine que con cualquier otro.

Todos queríamos ser Tarantino, es cierto. Pero yo más quería ser John Howard Carpenter.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.