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DIARIO DE LA MUERTE DE UN PINGÜINO

27 octubre, 2020

Miércoles

Esta mañana despedí a mi esposa que salió a censar. Ella, entre otras cosas, quería ser parte de la Historia.

Dormí un rato más hasta que mi hijo se despertó. Le di su mamadera, y justo cuando estaba por cambiarle los pañales, encendí la tele y ahí me enteré. El zócalo de la TV Publica decía “Murió Néstor Kirchner”. Mi primera reacción fue un:

—¡No!

Ese “¡No!” fue sorpresa, dolor, bronca, resignación, impotencia. De inmediato lloré, rompí en llanto como si se me hubiera muerto un familiar. Tardé unos minutos en recomponerme. Mi hijo me observaba en silencio.

No hablé con nadie. Sólo con el censista, que se mostró sorprendido ante la noticia.

Hacia la tarde volvió mi esposa. Nos abrazamos, volví a llorar. Ella me contó que se enteró en la quinta o sexta casa en la que había entrado a hacer el censo. La familia había recibido la noticia con dolor, ella se emocionó con ellos. El hombre de la familia, derrumbado sobre la mesa, lloraba y comparaba ese día con la muerte de Perón.

Miramos la TV toda la tarde, casi ni pudimos jugar con nuestro hijo.

Ahora, mientras escribo esto, vuelven a arrebatarme las lágrimas y por fin me doy cuenta de algo que jamás pude entender: porque la gente lloraba a Perón el día de su muerte.

Me voy a tener que tomar un whisky, no va ser fácil dormir esta noche. Y mañana hay que ir trabajar.

Jueves

En el trabajo, con algunos compañeros, nos encontramos en un abrazo. Nos contamos como nos habíamos enterado de la tragedia. La mayoría aun nos encontrábamos desorientados.

Los abanderados del odio se mantuvieron callados. Al menos fueron respetuosos. Y eso es mucho pedir, sobre todo teniendo en cuenta que hubo mal nacidos que festejaron a bocinazos la muerte del ex presidente.

Al volver a casa, mi esposa compartía mates con mis viejos. Ninguno sonreía. Mi viejo me dijo:

—¿Vamos a la Plaza o estás cansado?

Le dije que estaba cansado pero que sentía que teníamos que ir. Minutos más tarde nos subimos a su auto y encaramos para Capital desde Ciudadela. Me contó que ayer se enteró por la radio mientras manejaba. Que tuvo que estacionarse en la banquina de la General Paz, porque el ataque de llanto impidió que siguiera manejando.

Mi viejo estuvo en la procesión cuando murió Perón. Me dijo algo que ya me había imaginado: esto le recordaba aquél momento.

Estacionamos cerca de la CGT, nada es casual. Caminamos por Paseo Colon e ingresamos a la Plaza de Mayo por Hipólito Yrigoyen. Casi no se podía caminar. Tardamos una buena cantidad de minutos hasta llegar al Cabildo. Intentar meterse en la Plaza era una tarea imposible.

Caminamos por Av. de Mayo buscando el final del pasillo que se había montado para hacer la fila para entrar a la Capilla Ardiente. Nunca encontramos donde terminaba, parecía un laberinto. Ambos sentimos el deseo de hacer ese recorrido, lo ameritaba y sentíamos que se lo debíamos a “él”. Pero no quise exponer a mi viejo a semejante martirio físico en eso de estar parado durante horas. Nos pesó tener que rendirnos, pero volvimos a la Plaza y nos quedamos en la puerta de la Catedral.

25 de Mayo de 2003. Al salir del Congreso tras su asunción, se abre la cabeza tras el golpe contra una cámara de TV. Desde el primer día de su gobierno entre la gente, marca registrada del pingüino.

Yo contuve las lágrimas desde el primer instante que pisamos el asfalto, la emoción estaba ahí, a la espera. La gente, el pueblo mejor dicho, estaba triste pero no dejaba de cantar. La lucha era canción, el agradecimiento a Néstor y la fuerza a Cristina eran los cimientos en la defensa del proyecto nacional y popular que había comenzado aquella mañana del 25 de mayo de 2003.

Un abuelo y su nieta de unos 13 años se abrazaban en llanto. Ahí comprendí que eso que nos atravesaba a todos y todas era plurigeneracional.

Las lágrimas se me escaparon. Mi viejo, a mi lado, me puso la mano en el hombro y me dijo una frase que me va a rebotar para siempre.

—Quédate tranquilo que acá no se termina nada, esto recién comienza. Mirá esta plaza, mirá esta gente. Hijo, este tipo encendió una llama difícil de apagar.

Permanecimos ahí un tiempo más, hablando de todo lo que pasó durante todos estos años. Cuando la noche empezó a caer nos fuimos.

Llegué a casa. En la TV Publica un grupo de jóvenes, dentro de la Capilla Ardiente, donde descansaban los restos de Néstor Kirchner, cantaba la marcha peronista. Yo también la canté. A los gritos, con la emoción comiéndome la garganta. Y ahí le dije a mi esposa.

—Él fue nuestro Perón.

Y ahora, mientras lo escribo, estoy convencido de eso. Y nadie me lo saca de la cabeza.

Viernes

Me hace mal ver a la gente llorar. No pude dejar de ver la cobertura televisiva de la caravana acompañando al cuerpo de Néstor hacia el aeroparque y de ahí para siempre a su Rio Gallegos.

Fue muy fuerte ver las imágenes de Maradona acompañando a Cristina. Ambos de pie junto al féretro.

Néstor fue un crack, también. Quizás fue como un Maradona pero en otro juego, en otro terreno mucho más importante y trascendente.

Es imposible no compararlos ni comparar sus jugadas.

Maradona fue mito aquel 22 de junio de 1986, en el Estadio Azteca, gambeteando a los imperialistas y humillándolos para siempre.

Néstor, en cambio, fue mito el 5 de noviembre de 2005, cuando recibió la pelota en la mitad del campo, se sacó de encima a dos jugadores que lo marcaban de cerca y se escapó esquivando gringos hasta hacer el gol más grande de todos los tiempos, el NO al ALCA. Y un pueblo entero festejó en su puño apretado para construir el sueño de una patria justa, libre y soberana pero, sobre todo, construir esa Patria Grande que soñó un tal José de San Martín.

Sábado

Hoy lo volví a llorar. Sé que lo voy a extrañar.

Gracias a él volví a creer en la Política como herramienta de transformación.

Y sospecho que no soy el único.  

Charly Longarini. La Patria Futbolera. www.onradio.com.ar. Todos los miércoles de 19 a 22 hs.