DESPOJO Y VACÍO
Borges trabajó la frase al límite del absurdo. “La unánime noche”, los “pantanos laterales”. Desquiciaba tiempo y lugar por medio de quiebres de la frase realista, lo que la llevaba en seguida al reino de lo fantástico o real. Pero cuidó que los constantes pasajes del lado real al irreal no se percibiesen con certeza. La ignorancia del narrador respecto a los hechos que están a su disposición es una premisa borgeana. Mientras el escritor de cualquier género presupone estar en conocimiento de todo lo que expresa, Borges se jacta de su ignorancia de los hechos.
Escribe en verdad sobre las márgenes de lo sucedido, en general confesando que ignora cómo se encadenaron los hechos. Pero los hechos crudos y empíricos, en su aparente desprendimiento de la historia a los que pertenecen, los narrará cuidadosamente. Pocas veces un escritor fue tan exigente con el mundo fáctico, incluyendo fechas, nombres, pormenores de gran detalle, siendo al mismo tiempo un artífice de postulaciones metafísicas de un tenor extravagante, pero también humorístico. Negaba las fechas para afirmar las fechas.
La refutación del tiempo lo ocupa con extraordinarias minucias obtenidas de sus irregulares pero inventivas lecturas, todo para que después, él mismo derrumbe el castillo especulativo que desea aniquilar el tiempo sucesivo. El deseo de anular el tiempo lo lleva a afirmar que está hecho de tiempo todo aquel que lo quiere despreciar en nombre de la eternidad. El estilo de Borges exige el dislocamiento de la frase, el exceso sorpresivo y la atenuación inédita del exceso. No se trata de una dialéctica, sino de un juego de pliegues sobre pliegues. En “El Aleph” primero se inicia la acción en una casa de Constitución, luego se baja a su sótano y se produce una crisis enumerativa de situaciones que aluden burlonamente a la pasión descriptiva del presuntuoso poeta que habitaba allí, y luego, una vez atravesada la magnífica contemplación de la esfera que está en el mundo y contiene a su vez todo el mundo, se dice que probablemente sea falsa. Puesto que un objeto parecido lo ha encontrado el capitán Burton en la India. Estos juegos que Borges hereda de la vanguardia dadaísta pronto se convierten en enigmáticos relatos que desploman toda representación de la realidad, creando realidades paralelas que a su vez son insustentables. Permanentemente, Borges vindica temas a los que redime de su olvido y luego los pone a tiro de su refutación. La manera de la identidad y su contrario, en Borges, es un acto que llama “destino”. Pero es inexplicable y nunca supera su propio enigma, como en “Tema del traidor y del héroe”.
AFIRMACIÓN Y BALANCEO
Por otra parte, la frase tiende a un constante movimiento de balanceo, de modo que ningún punto sea fruto de una afirmación que permanezca estable. En seguida sigue la enunciación de un corrimiento donde ese punto se irradia en todas direcciones, ya sea inesperadas, ya sea refutando el punto de partida. Es que el acto de escribir siempre comienza desde los ámbitos donde ya todo está escrito. Una carta misteriosa se encuentra en las páginas interiores de un libro viejo (“El inmortal”) o una enciclopedia tiene un capítulo sobre un reino desconocido, que no se reproduce en ningún otro ejemplar de esa misma enciclopedia (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”). Por otra parte, lo que se conserva, lo ya escrito, es toda la historia nacional, por eso la reescritura de textos consagrados es tan importante como el comentario de libros apócrifos. En el primer caso, Borges interviene en el Martín Fierro, dándole muerte al personaje central y desviando la biografía del sargento Cruz. No hay escrito definitivo, todos son parte de un único cuerpo que, al admitir otra versión, hacen que realidad y mito convivan.
Por eso, al forjar las ideas sobre las orillas míticas de la ciudad y el fantasma del otro, toda identidad se vuelve irónica y honorífica. Lo primero, porque no se puede exigir nombres basados en una identidad fija e inmune, pues toda identidad está acechada por el fantasma y el destino de su muerte. Y lo segundo, porque la fragilidad de la existencia, que nos hace pasar continua- mente de lo civilizado a lo bárbaro, y viceversa, exige un único punto de apoyo, que es el honor. Justamente, lo que no se sabe que tenemos, pues la existencia no es otra cosa que la ignorancia de las fuerzas que poseemos y repentinamente salen a luz pero de forma lúgubre o sangrienta.
Esto en Borges es la formulación de una ética, pero es evidente que ella se traslada a su escritura. Fueron muchos los profesores que se fijaron, en el trabajo de la figura retórica llamada “hipálage”, que Borges la usa con inaudita frecuencia. El ejemplo característico es “la rencorosa cicatriz”. Este agrupamiento de palabras cuenta una historia, pero la resume violentamente en un uso contracturado de las palabras, donde la cualidad de la cicatriz cobra vida con un adjetivo que la hace significar de otro modo. Cuenta el sentimiento de rencor que se habrá originado en una lucha a cuchillo donde alguien fue herido, y este tramo narrativo, condensado en dos palabras, es un hallazgo que alimenta por dentro toda la obra de Borges. Su estilo, por tanto, es el despliegue irrisorio de un punto donde la escritura advierte que se va apoyar, pero para crear un sentimiento de despojamiento y vacío.
INFORMACIÓN: Artículo Revista Caras y Caretas.
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