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MUJERES EN EL CRISTIANISMO PRIMITIVO

16 marzo, 2023

Entre el ocultamiento y la difamación

La presencia y el rol de las mujeres en estas primeras comunidades fue tan significativo, que sus huellas no pudieron ser borradas por los autores de los textos bíblicos –varones en su totalidad-. Un claro ejemplo es el de María Magdalena, a quien la tradición recuerda principalmente como prostituta, aun cuando la Biblia la presenta fundamentalmente como una seguidora de Jesús que contribuía con sus propios bienes a sostener el movimiento y, por si fuera poco, como la primera testigo de la resurrección de su maestro.

María Magdalena, Febe y Junias

Los Evangelios presentan a María Magadalena, junto a otras mujeres, llevando con notable fe y coraje esa fuerte noticia a un grupo de discípulos varones perplejos. Su impronta de prostituta fue una elaboración posterior sin bases bíblicas.

También está el caso de Febe, a quien el propio San Pablo nombra como “diaconisa”, es decir, una mujer con rol de liderazgo. Se cree, de hecho, que pudo ser la portadora de una de las cartas de dicho apóstol que figuran en la Biblia (la Carta a los Romanos), lo cual señala también su importancia en la comunidad. Y, si bien la tradición no nos ha contado mucho más de ella, fue merecedora de que Pablo pida que se la reciba “de una manera digna de los santos” ya que ella había sido “protectora de muchos, incluso de mí mismo”. 

Otro claro ejemplo del rol activo del género femenino entre los primeros cristianos es el de Junia, que –siendo mujer- fue también apóstol. Efectivamente, apóstoles no sólo fueron los famosos “doce” que el mismo Jesús eligió para que lo siguieran, sino también aquellos que –en sentido amplio- eran enviados con la misión de predicar el Evangelio. El propio San Pablo –tal vez la figura que más ayudó a difundir el cristianismo por aquellos tiempos- llama explícitamente a Junia “apóstol” en una de sus cartas.

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Apostolado que no fue fácil de sostener para ella: como eran años de persecución, Junia llegó a sufrir la cárcel por profesar su fe. No faltan, desde luego, los que aún hoy se niegan a aceptarlo: sostienen que el texto griego contiene en verdad un nombre masculino: “Junias”. La crítica moderna demostró, sin embargo, que en los manuscritos de la antigüedad no hay un solo registro de ese supuesto nombre masculino y la mayoría de los expertos coinciden en que Junia, por más escándalo que genere en algunos, fue efectivamente una mujer que recibió el título de apóstol.

Hombres y Mujeres en plano de igualdad

Estos ejemplos nos muestran a un grupo de mujeres (del que sólo hemos dado tres ejemplos), con libertades y roles de autoridad no comunes a los hábitos de mujeres judías, griegas y romanas de su época. Y esto no es difícil de entender, si consideramos que en sus orígenes el cristianismo sostuvo ideas y prácticas claramente disruptivas y contraculturales basadas en el valor de la igualdad. San Pablo llegó a afirmar en la Biblia que, para los seguidores de Cristo, ya no podía haber distinciones como esclavos y libres, judíos y griegos, ni hombres y mujeres. Y los propios evangelios nos hablan de mujeres que “seguían” a Jesús como Juana, Susana y Salomé (cuando el verbo “seguir” es aplicado en estos textos sólo a los discípulos de Jesús).

Ahora bien, la propia Biblia cristiana presenta prohibiciones a la mujer, como la de enseñar y la de ejercer autoridad sobre el hombre. Y hasta autores de cristianos posteriores como Tertuliano, que no escribieron la Biblia pero que fueron ampliamente reconocidos por sus comunidades, prohibieron a la mujer, entre otras cosas, bautizar. ¿Cómo interpretar, entonces, estas prohibiciones? La respuesta de las biblistas es simple: sólo se prohíbe aquello que efectivamente se practica. En efecto, esas prohibiciones nos llevan a dos conclusiones: la primera, que en las antiguas comunidades cristianas las mujeres realizaban todas esas acciones –de ahí la necesidad de prohibirlas-; la segunda, que pronto se alzaron voces que rechazaron este rol activo y procuraron relegar a la mujer a los ámbitos que la sociedad de entonces le asignaba: el privado y el doméstico.

Y llegaron los romanos…

Aun así, dentro de los liderazgos femeninos de los primeros siglos del cristianismo, existe abundante documentación que nos presenta a las mujeres como presbíteras y diaconisas.  Con el paso de los años, el modelo piramidal del imperio romano se impuso sobre el modelo de organización horizontal de los primeros tiempos, que reconocía la igualdad de hombres y mujeres. En contraposición a ese valor de igualdad, el derecho romano negaba a las mujeres la posibilidad de ocupar puestos de autoridad. El carácter disruptivo de los primeros cristianos, pronto sería eclipsado por la confluencia entre Iglesia e Imperio…

La historia se basa en hechos verificables, es cierto; pero también ha sabido de ocultamientos. Como en tantos otros casos, el problema no está en la Biblia, sino en el lente con el que la leemos. La perspectiva patriarcal con que se analizó y difundió su mensaje durante tantos siglos, optó por soslayar a las mujeres y conservar preferentemente los nombres masculinos a la hora de hablar del liderazgo de la Iglesia primitiva. Acaso como acto de justicia y restitución histórica, cuando alguien evoque esos nombres, deberemos exigir que no se vuelva a omitir el de María Magdalena, el de Junia, el de Febe, y el de tantas otras mujeres que anónimamente se animaron a correr los límites de lo permitido y, a la par de los varones, supieron ponerse al frente de las primeras comunidades cristianas.  

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LAUTARO FOPPIANO. Docente de Historia. Estudiante avanzado de la Licenciatura en Historia en la Universidad Nacional de Quilmes. Además fue becario de dicha universidad. Fana de la música y The Beatles en particular.