Saltar al contenido

COSAS QUE TE AYUDAN A VIVIR

25 octubre, 2022

Uno de los recuerdos más intensos que tengo de mi infancia es el de estar en la cama de mis viejos a mis cuatro años metido en el medio de los dos escuchando a mi papa leer(me) una adaptación en formato historieta de la conmovedora novela de Alphonse Daudet “de los Apeninos a los andes”

Mis viejos no me leían cuentos muy seguidos. Mi viejo era psicólogo y filósofo y no tenía constancia en hacer rutinarias mis noches pero las veces que eso sucedió marcaron los primeros años de mi vida. Quizás de ahí provino mi amor por las historias sean estas escritas u orales.

Cuando cumplí ocho años mi vieja me empezó a comprar comics. Primero Tintín y Asterix y después historietas de la editorial mexicana Novaro. Así empecé a leer compulsivamente a Batman y Superman y a enamorarme de un género que en ese momento no tenía el prestigio que tiene hoy en día. Es más, a finales de la década del 80 la lectura de historietas estaba reducida al público infantil y cualquier adulto que se atreviera a reconocer su afición por ese tipo de literatura era mirado de soslayo por los talibanes de la literatura “de verdad”. En mi casa mi viejo me sacaba de la biblioteca los comics que yo ponía al lado de los libros que él me regalaba. De algún modo no toleraba que junto a la literatura posta entre la que se encontraban nombres ilustres como Kipling o García Márquez yo me animara a poner las obras completas del increíble Hulk y del pato Donald.

Mi vieja daba clases en la bolsa de comercio de Buenos Aires, clases de inglés a un tipo de mucha plata que de tan bestia que era ( según mi vieja) se comía las eses. Entonces mi vieja recuerdo que me llevaba cuando no tenía con quien dejarme a un bar que estaba cerca de la bolsa de comercio y yo me quedaba a mis ocho años solo una hora o dos al cuidado del mozo del bar. Recuerdo al día de hoy que mama me sentaba en una mesa lo más cerca al mostrador del bar.

Ahí me pedía un café con leche con tres notables medialunas de manteca y después de tomar ella su cortado se levantaba y le decía al mozo. “le dejo a mi hijo una o dos horas, por favor míremelo”. Le dejo a mi hijo decía mi vieja como quien deja una cosa que podría ser media docena de huevos o una muda de ropa en el lavadero.

El mozo morocho de la misma edad que mi vieja le decía que no se preocupe, que él me iba a cuidar. Entonces mi vieja se iba y yo me quedaba al cuidado de ese ilustre desconocido. Lo más extraño de todo el asunto es que yo no me quedaba con miedo. Sacaba mis tres o cuatro historietas y las mismas funcionaban como una torre protectora. Empezaba a leer y me sumergía en la lectura evadiéndome del mundo exterior.

No existía mundo exterior ni madre que debiera regresar. No existía ni Alfonsín ni la hiperinflación ni los milicos que querían volver a instaurar su mundo de sangre y terror en las calles de la inocente buenos aires que a mis ocho años yo conocía de la mano de mis viejos. Cada tanto el mozo me traía un vaso de agua y me preguntaba si quería algo fresco y yo casi siempre le aceptaba la amabilidad y me bajaba de un saque ese vaso de agua que recuerdo helada y transparente.

Ahora tengo dos hijos de ocho años y les leo metódicamente casi todas las noches algún cuento en la cama. Tanto ellos como yo estamos haciendo el duelo de una etapa que se está terminando. La de tutelarles el final del día. En poco tiempo tendrán su tele en la pieza y verán antes de dormirse como los youtubers juegan a la play y cambian figuritas. Como viejo incorregible que soy lucho contra lo irremediable y sigo sosteniendo mientras tanto la bandera de la narración oral. Entonces todavía hoy les cuento historias del pasado de partidos de futbol que me resultan antológicos o bien les leo los mismos libros con que los duermo desde los tres años. Entre los libros favoritos de ellos se encuentran “Orq”, “Julián en el espejo”, “Lorenzo esta solo” y «Carozo un perro muy especial”.

El favorito de Sebastián es “Orq” de David Elliott y Lori Nichols que cuenta la historia de la amistad entre un niño y un mamut que se transforma en su protector. El cuento favorito de Julián es “Lorenzo esta solo” de Anais Vaugelade que cuenta la historia de un conejo que comienza su proceso de autonomía enfrentándose a los miedos que conlleva esa independencia.

El ritual de leerles esos cuentos y darles un beso en la frente es una de las cosas que más me gusta hacer en la vida. Casi tanto como me gustaba cuando era chico meterme en la cama de mis viejos a escucharlos a ellos contarme alguna historia. Tanto ahora en mi rol de papa como cuando era chico la lectura era acompañada de algún mimo, una rascada de cabeza o una caricia en la frente. La vida de algún modo son las cosas que pasan y poder narrar esa experiencia tiene que ver con llenar de sentido la existencia. Si a esa búsqueda de sentido se le agrega un poco de afecto yo creo que tenemos la receta perfecta para combatir todos los males de este mundo. Gracias viejos por la lección.  Gracias Juli y Seba por dejarme disfrutar el mismo gesto amoroso que aprendí de chico ahora desde el lugar del que protege y da calor.

Buenas noches y que descansen.

ENTRE NOS SOCIAL INFO- #Infocolectiva

IG: @juanpablosusel

JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)