DUKOMENTAL
Duki, rockstar”.
Leo sin querer en voz alta esas dos palabras que de pronto aparecen en un cartel junto a la autopista.
Es una canción de Duki.
Dice mi hijo desde el asiento trasero.

Lo primero que pensé es que se trataba de una provocación. La palabra rockstar, etimológicamente hablando proviene de “rock”, y Duki está lejos de hacer rock. No sé si fue esa idea, o el diseño de la imagen colgada en el cartel que me dieron curiosidad. Lo único que supe es que ese documental lo iba a ver, pues alguien supo cómo debería vendérmelo. Se lo dije a mi hijo y él también lo quería ver. Pero primero lo voy a hacer solo, porque no sé si es apto para su edad. Aunque quizás sea una mera excusa para justificar mi ansiedad.
Rockstar: DUKI desde el fin del mundo (Alejandro Hartmann, 2025) le cuenta al mundo quién es Duki. La narración se planta sobre dos ejes, dos líneas temporales que se alternan para descubrir al joven músico argentino: por un lado recorremos sus orígenes (y los del movimiento de música urbana denominada Trap) y por otro lo acompañamos en los 150 días previos a su primer recital en el estadio de River Plate.
El documental dirigido por Alejandro Hartmann, quien viene de realizar Los hermanos Menendez (2024), con una trayectoria en el cine documental de corte más oscuro como El fotógrafo y el cartero y Carmel, sobre los crímenes de Jose Luis Cabezas y Maria Marta Garcia Belsunce, respectivamente, trabaja la esencia de la dualidad en el artista.
La película habla del éxito pero también, entre otros, aborda el tema del doble. No es casual que Duki tenga tatuado debajo de cada ojo un ala de ángel y otra de demonio, eso representa la dualidad de la misma manera que el bien y el mal, la luz y la oscuridad, lo privado y lo público. De este díptico es de donde se aferra el director para retratar a Duki, quien cuando habla a veces es Duki y a veces es Mauro Ezequiel Lombardo.

En los orígenes recorremos su historia familiar narrada por él, por su madre, por su padre, por sus hermanos, los artistas YSY A y Neo Pisteo, la cantante y su actual pareja Emilia Mernes, y tambien son de la partida productores como Bizarrap, representantes que no sólo cuentan sobre Duki sino sobre un movimiento que puso a la escena del Trap argentino en todo el mundo. Los registros audiovisuales de los jóvenes artistas de El Quinto Escalón en el mítico Parque Rivadavia dotan de ternura el crecimiento de un género que supo quitarle al rock no sólo la juventud, sino también la impronta contracultural. Cada vez que alguien evoca esos orígenes, pareciera como si estuvieran hablando de hace más de 20 años pero no pasó ni una década de todo eso. La intensidad de la evolución masiva de este género musical se aceleró gracias a las herramientas que proporciona internet. Las redes sociales y las transmisiones en vivo dan cuenta de ese potencial que creció por fuera de los circuitos habituales como multinacionales y medios masivos de comunicación. Es la generación que creció con internet en las manos y la supieron aprovechar al máximo para manifestar todo lo que entendieran que debía ser parte del mundo.
«No nos dimos cuenta pero un día no sólo dejamos de ser jóvenes (en términos etarios) sino que dejamos de ser «los» jóvenes y pasamos a ser aquello a lo que siempre criticamos y eventualmente enfrentamos: el mundo adulto.»
CHARLY LONGARINI. DUKI, ROCKSTAR
También son la generación que no ocultan sus sentimientos y que idolatran a figuras de su misma edad. Cuando yo era joven, mis ídolos eran mayores que yo, era raro que siguiera a alguien que tuviera mi misma edad. Hay en esta juventud pibas y pibes muy talentosos, a los que según mi amigo Diego Joy asegura que hay que prestarles atención porque lo que hacen es épico. Quizás pueda coincidir, pero para quienes estamos a una mediana edad y venimos escuchando rock desde siempre, esta música nos resulta incomprensible y por eso, tal vez, la criticamos. Nos agarramos de su música porque no podemos enfrentar lo otro, que es el paso del tiempo.
No nos dimos cuenta pero un día no sólo dejamos de ser jóvenes (en términos etarios) sino que dejamos de ser «los» jóvenes y pasamos a ser aquello a lo que siempre criticamos y eventualmente enfrentamos: el mundo adulto. La música es sólo eso, música. Y hay tanto buena como mala, como en todas las generaciones, pero a estos pibes no los podemos juzgar porque son jóvenes, porque nos coloca irremediablemente en eso que pensamos nunca íbamos a convertirnos, entonces despreciamos su música, de la misma manera que hacían nuestros padres con la nuestra. En el fondo creo que es eso, no nos bancamos que nos hayan quitado ese lugar de privilegio por el desencanto y la rebeldía. Juan Forn una vez le dijo a Mariana Enriquez sobre su primera novela que debía cambiar las cosas en dónde se delataban que “tu generación cree que puede hacer cualquier cosa con la literatura”. Lo mismo le decimos nosotros a estos jóvenes con respecto a la música, pero sin preguntarnos qué hicimos nosotros con ella.

Volviendo a Duki (a quien me niego a llamar Duko sin sentirme el Sr Burns disfrazado de Jimbo) y al documental en cuestión, debo decir que está muy bien hecho. Me sorprendió emocionarme hacia el final. Es la primera vez que me emociono con un artista que ya sé de antemano que no me está hablando a mi. La película construye un rompecabezas que de a poco va encajando para retratar a un artista, un género y su tiempo.
No sé si me gusta Duki, a pesar que lo estuve escuchando toda la semana para ponerme en sintonía. No sé si me copa, pero eso no me impide darme cuenta de lo bestial que puede ser el tipo. Duki maneja un aura que va más allá de la música y que atraviesa muchas barreras, quizás sociales, generacionales, culturales. Tiene una rara cualidad entre sus pares: sabe cantar. No sólo eso, también cuando rapea pareciera que las palabras se le caen de la boca y caen paradas y perfectas en la métrica de las canciones. Puede no gustarte lo que hace pero su música te llega de alguna manera. Su performance está dotada de sensualidad, tristeza y oscuridad. Podrán decir que abusa del autotune, o que “habría que prohibir el autotune”, como le dijo Charly Garcia en una entrega de los premios Gardel, (momento retratado en el documental también) pero eso sólo no lo convierte en estrella. Y Duki lo es.
En un momento del documental dice “me sentí Jesús”, y más allá de lo grandilocuente de la expresión, me recordó la famosa frase de John Lennon en que aseguraba que Los Beatles eran “más populares que Jesús». No comparo a Duki con Los Beatles, ni falta que hace, pero lo dicho sonó de forma parecida, quizás a propósito porque varias veces se autoproclama como un líder.
«Duki, cuando rapea pareciera que las palabras se le caen de la boca y caen paradas y perfectas en la métrica de las canciones. Puede no gustarte lo que hace pero su música te llega de alguna manera».
CHARLY LONGARINI. DUKI, ROCKSTAR.
Rockstar: DUKI desde el fin del mundo tiene como función justamente dar a conocer la historia de unos pibes que se juntaban en una plaza a rapear y como de eso hicieron que su música viajara por el mundo. También apunta a darle contexto a los fans de esta música urbana y de dónde provienen sus artistas preferidos. Y por último, está pensado para llegarles a tipos como yo que nunca escucharon Trap ni a Duki y que desde ahora en más quizás les preste más atención que antes.
Ayer puse a Duki para escuchar en el auto.
Desde el asiento trasero escuché una frase que no sabía si era pregunta o sentencia.
Ya viste el documental.
Y mi respuesta fue no.