HACIA VIERNES SALVAJES
Hay libros que te llegan, como otras cosas de la vida, en los momentos menos esperados. Desde que tengo uso de razón lectora, escuché mencionar a Los ojos del perro siberiano como esa clase de libro que es materia de estudio en la escuela secundaria y que quienes lo leyeron lo recuerdan con cándida ternura.
Hace un par de años, alguien que quiero mucho, me regaló una caja llena de libros entre los que estaba Los ojos del perro siberiano de Antonio Santa Ana. Lo coloqué en la biblioteca entre los libros que seguramente leyera en el corto plazo y ahí estuvo hasta la semana pasada, que tuve que leerlo para la facultad, específicamente para una materia hermosísima que se llama Literatura infantil y juvenil.
Así que durante el fin de semana me arrojé sobre la novela, de la misma forma con que lo hago con los últimos libros, es decir, sin saber de qué va. Debo confesar que me enganchó de entrada y su lectura, además de placentera, es muy ágil. Con prosa límpida, con capítulos breves (algo que agradezco siempre) el narrador, de quien no conocemos su nombre, nos cuenta en la primera parte que su hermano mayor, Ezequiel, se fue de su casa y que años después falleció. Páginas más tarde descubrimos que su muerte fue a causa de haber contraído SIDA.
Y de ahí en más, el protagonista reconstruye el pasado narrando la relación que comenzó a tener con su hermano enfermo a partir de que se convirtió en la oveja negra.
La familia de alguna manera implosiona. Los padres, que habían criado a Ezequiel como el hijo pródigo, se sienten decepcionados porque, aun sin saber las causas del contagio, entienden que no tomó los recaudos necesarios. Por este motivo le prohiben al protagonista ver a su hermano.
La familia, de una clase media alta de San Isidro, está compuesta por un padre exigente que se dedica a los negocios, una madre que usa el tiempo en sus quehaceres y el cuidado de un jardín, Ezequiel y el protagonista. La novela habla de los vínculos familiares, pero también se posiciona sobre cómo eran tratadas las personas infectadas con el HIV en los ochenta. Si bien hoy la realidad es diferente, en aquellos días del siglo pasado, el virus era una verdadera amenaza que ensombrecía la vida de las familias.
La discriminación aparece en la historia de manera rotunda y compromete al lector emocionalmente con el relato.

Ahora entiendo porque se daba en las escuelas (desconozco si sigue siendo parte del material de lectura escolar) porque tocaba un tema muy delicado pero básicamente a lo que apunta el posible debate es cómo los vínculos familiares se deterioran cuando una enfermedad invade la tranquilidad hogareña y cómo las expectativas que los padres colocan sobre sus hijos afecta a la salud de esos vínculos.
Es una novela muy interesante para trabajar en el aula, ya tomé debida nota sobre esto. Pero también es una obra que permite el diálogo entre padres e hijos. En unos años se lo daré a mi hijo y ojalá podamos hablar sobre esto. Hasta entonces solo resta esperar.






