
-Por Charly Longarini- @Charlylonga
Hacia Viernes Salvajes
Son las 23:55 de un 24 de diciembre en un barrio de Lomas de Zamora llamado Fiorito, ubicado hacia el sur del conurbano bonaerense. Es un barrio humilde, un barrio obrero de calles de tierra, de zanjas y de sueños postergados.
En una de las tantas casitas, hay una familia esperando la navidad, la llegada del niño Dios, como le dicen ellos. A la mesa están sentados una mujer y un hombre acompañados de cuatro niños, tres nenas y un varón. El más chico, un bebé de un año y un mes de vida, duerme en el regazo de su madre. Los platos ya han sido levantados y se encuentran en la pileta esperando que alguien los lave. En la mesa rudimentaria hay una botella de vino casi vacía, una botella de sidra recién abierta y unos pequeños vasos de vidrio. También hay un pan dulce abierto, con migas a su alrededor.

De repente a lo lejos se escuchan explosiones. El reloj y el locutor de la radio encendida anuncian la medianoche. Los integrantes de la familia, que están vestidos con sus mejores ropas, se levantan rápido de las sillas y salen a la puerta a ver los fuegos artificiales y a saludar a los vecinos. Así, maravillados y con la felicidad dibujada en sus rostros, permanecen de pie ahí en el frente de la casita. La madre aún carga en brazos al más pequeño que ya se despertó.
Dentro de la casa, mientras tanto, una figura que viene desde muy lejos, deja algunos paquetes en el arbolito que se encuentra junto a la ventana. Sigiloso pero rápido, deja juguetes para los niños. Una vez acomodados en el piso, se retira por donde vino y en completo silencio desaparece.
Algunos minutos mas tarde, cuando los habitantes de la casa entran, se encuentran con los regalos. Los pequeños y los adultos rompen en asombro. Los chicos saltan y gritan de la alegría que encontraron en un paquete. Los padres se miran incrédulos, sonríen y miran al cielo. Luego se abrazan. A la madre se le escapa una lágrima que le recorre la mejilla y cae rápido al suelo. Cierra los ojos y se persigna.

Las hijas mayores reciben un juguete cada uno. Por sus manos pasan una muñeca, un juego de doctor, un juego de magia y corren al patio trasero eufóricas. El hombre se agacha, toma una pelota de futbol al pie del arbolito y se la entrega al hijo. El pequeño la mira con los ojos llenos de sorpresa y la abraza.
Horas más tarde, en medio de la madrugada mientras en la casa se respira el silencio de la navidad, el pequeño dormirá con esa pelota entre sus brazos. Tendrá los ojos bien apretados y empezará a tejer un par de sueños, de esos lindos que se piden siempre en navidad.