-Por Charly Longarini- @Charlylonga
Hacia Viernes Salvajes
Dejé el auto a unas pocas cuadras del Movistar Arena. Ese fue el primer síntoma. ¿Yo en auto yendo a un recital de rock? Esa pregunta disparó varias cuestiones que me hicieron reflexionar, entre ellas, mi aburguesamiento de estos años, ir a un show un día martes con la consabida resaca al día posterior y mientras caminaba hacia el estadio, pensaba ¿acaso el rock no había muerto después de todo?
La cita era Smashing Pumpkings. La excusa era una misa compartida con mi amigo Sebastián y su hermano Jerry, entre los últimos sobrevivientes -los tres- de aquello que se llamó cultura MTV.
Me sorprendió al entrar al MA encontrarme con una especie de shopping, un culto al consumo que era impensado en los noventas cuando creía que el rock era la contracultura, un frente de resistencia de la globalizacion metastásica. Presos (o más bien víctimas) del imperio nos tomamos una cerveza antes de entrar al recinto (se puede ingresar con bebidas y alimentos comprados en el lugar, eso me sorprendió).
El show empezó casi puntualmente. Nos colocamos atrás de todo, dónde parados podíamos ver bien sin tener que soportar los empujones y codazos de quienes se van bien adelante.
Me gustan mucho pero nunca fui fan de los Smashing Pumpkins, si no hubiera sido por la MTV no hubiera llegado a ellos nunca. Y sostengo esta afirmación ya que nadie me los recomendó en todos estos años. Si, en cambio, siempre me pareció una banda misteriosa que supieron acoplarse a la movida Grunge pero alejados del epicentro en Seattle. Oriundos de Chicago, construyeron un sonido alternativo y oscuro a un rock que empezaba a mutar en diversas variantes.
El instrumento característico de los Smashing es la voz de Billy Corgan, una voz a medio camino entre chillona, nasal y felina. Corgan es un frontman rarísimo, místico, oscuro y sin mucho carisma. En escena es el más magnético porque es quien canta, pero es el que menos «pela» actitud. Pero aún asi, el sonido en vivo de la banda es arrollador. Por momentos es una garage band, en otros pasajes suena algo trash metal y por momentos es un grunge oscuro y reptiliano.
El show es intenso, algo largo para una banda que no tiene tantos hits y ningún himno de estadios. Hacía mucho no iba a un recital, el último fue hace dos años que fui a ver a Kiss con mi hijo y, quizás por estar pendiente de él y de su alegría, no advertí como había cambiado la experiencia del público ante un show en vivo.
En un momento advertí que entre el escenario y yo había una laguna de pantallas encendidas de teléfonos celulares tomando fotos y filmando lo que, uno a priori cree, souvenirs del espectáculo. Esa manía que tenemos de eternizar momentos y que sólo son convalidadas si las compartimos en las redes sociales, porque tal parece que si uno no sube alguna muestra de la experiencia vivida, esa experiencia nunca existió. Por supuesto yo también saqué algunas fotos, pero mi excusa en ese momento era ilustrar esta pequeña columna, aunque en el fondo soy tan víctima del existismo de las redes como cualquier otro.
Al salir del show, mientras caminaba hacia el auto me seguía preguntando si acaso el rock no había muerto después de todo. No llegué a ninguna conclusión todavía, pero si creo que tal vez está muriendo lentamente, el primer clavo se lo puso la industria allá lejos y hace tiempo, y es probable que el último se lo estemos dando nosotros con nuestras pantallitas y nuestros consumos un día de semana impuestos por la propia industria.
El rock n’ roll no morirá jamás cantaban, decían, gritaban. Ojalá hayan estado en lo cierto.
Lee Más sobre Rock Internacional en Entre Nos Social Info:
-BEATLES Y LA GRIETA POR CHARLY LONGARINI
-ROGER WATERS: MITO Y VIGENCIA POR GABY RACHMIL
-VOODO LOUNGE: FIEBRE STONES EN ARGENTINA POR ENTRE NOS