-Por Ezequiel Fernández Moore
Ringo salió del Casino De Harra’s, caminó dos cuadras por Virginia Street y subió a su automóvil marrón claro. Eran las cinco de la madrugada del 22 de mayo de 1976. Casi no quedaba gente en las calles de Reno, capital del Estado norteamericano de Nevada. Había sido una buena noche para Ringo; dejaba la sala de juego con dos mil dólares en el bolsillo. En ese mismo casino había aplaudido, días antes, los shows de Sammy Davis Jr. y Dionne Warwick. Entonces se lo vio acompañado; esta madrugada, en cambio, iba solo.
Apretó a fondo el acelerador del impecable Montecarlo, recorrió unos veinte kilómetros por la ruta 80 en dirección oeste y en menos de quince minutos llegó a Lockwood, una parcela de tierra a orillas del río Truckee. Dobló a la derecha, anduvo mil metros por un camino de tierra y frenó frente a una casa rodante, su hogar en los últimos dos meses. Aunque la casa había sido saqueada unos días antes, Ringo no tomaba recaudos. Buscó más dinero, unos seis mil dólares, y media hora después volvió a subir a su automóvil.
Retomó la ruta 80, siempre en dirección oeste y se detuvo en una cabina telefónica. Marcó el número de Sally Conforte, esposa de Joe Conforte, «hombre fuerte» de la ciudad. Pese a sus cincuenta y nueve años de edad y a su salud deteriorada —era semilisiada y diabética, y requería atención médica casi constante—, Sally se había convertido en pareja inseparable del boxeador argentino, veintiséis años menor que ella.
—Sally, habla Ringo. No busques tu pistola. La saqué del cajón de la cómoda.
—¿Para qué? ¿Dónde estás?
—Acabo de salir del Casino. Tuve una buena noche.
—Entonces ¿te espero aquí?
—No, todavía no. Tengo que arreglar cuentas con quien ya sabemos.
—Por favor, no hagas locuras. ¿Qué te pasa ahora?
—No te preocupes. Voy a tener cuidado.
—Cuidado o no, es un suicidio. ¿O acaso olvidaste que tienen cuatro guardaespaldas armados y dos torres de vigilancia?
Seguro de sí, Ringo cortó la comunicación y volvió a subir al Montecarlo. Antes de las seis de la mañana había llegado al Mustang Ranch, a casi veinte kilómetros de Reno, ya dentro de los límites de Storey. Este era un condado de apenas seiscientos habitantes, en el cual la prostitución no sólo era legal, sino también considerada un negocio más que respetable. A fines de la década del ’70 el Mustang Ranch era el prostíbulo más grande del mundo, un laberinto de doscientas hectáreas que albergaba canchas de tenis, piscina, ciento dos habitaciones y pista de aterrizaje. Era el negocio más lucrativo de Joe Conforte.
El esposo de Sally tenía cincuenta y tres años y había nacido en Sicilia, Italia. A los once años llegó a los Estados Unidos a bordo de un carguero y a los treinta y dos se estableció en Reno. Una década después era el hombre más influyente de la ciudad. A través del juego, la prostitución y sus vinculaciones con la mafia, había acumulado una fortuna considerable.
A las 6 de la mañana del 22 de mayo de 1976, Bonavena llegó a las puertas del “Mustang Ranch” pidiendo entrar a gritos. Brymer no lo pensó dos veces, y disparó directo a su corazón: Bonavena murió en el acto. “Actué en defensa propia. Le ordené que se quedara quieto. Metió la mano en el zapato, tenía un arma, entonces le tiré”, manifestó Brymer, sentenciado a dos años de cárcel que no se cumplieron por la fianza de 250 mil dólares que pagó Conforte. Brymer falleció el 27 de junio del 2000.
Fuente: Extracto del Capítulo «El Día Final». Diganme Ringo. Ezequiel Fernández Moore.
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