
-Por Charly Longarini- @Charlylonga
-Hacia Viernes Salvajes
Una tarde de 2007 me pasé de largo en el subte y me bajé en la estación Uruguay de la línea B. Al bajar escuché música muy al palo. Le pregunté al oído al de seguridad del subte qué pasaba y me dijo: «están tocando Los Piojos». Corrí escaleras arriba y me los encontré rockeando sobre Av. Corrientes. La vereda estaba atestada de personas que seguían a un camión escenario que bajaba hacia Obelisco. Vi a muy pocos metros a Andrés Ciro cantando y bailando en modo Jagger dentro de una campera de cuero.

El resto de la banda tocaba a su alrededor «Pacífico», canción del disco que estaban lanzando y que aún no conocía. Salté de la alegría y fui siguiendo la caravana que avanzaba lenta pero inexorable. Después sonó otra canción, una de las ya conocidas y fui a los saltos entre desconocidos. No podía creer que en plena ciudad estuvieran tocando Los Piojos. Los mismos que conocí gracias a una nota del suplemento SI!, donde hablaban de los nuevos poetas del rock, los mismos que también fueron mi primera remera.

Los conocí con «Ay, Ay, Ay» (1994) y después explotaron en masividad con «3er Arco» (1996). Me gustaba mucho su pulso, sus guitarras y armónicas. Las letras eran poesía conurbana bestial, el barrio, el fútbol, la realidad política social y las pasiones humanas eran los temas que las atravesaban. Había agite en los discos, algo de rabia anestesiada y fiesta al mismo tiempo. Fueron una gran banda de estadios y giras, con las que le pelearon el trono de popularidad a La Renga.
Durante estos últimos años un poco me alejé del folklore «piojoso» pero los discos que nunca abandoné son «Verde Paisaje del Infierno» (2000) y «Civilización» (2007). En ambos predominan la prolijidad y la madurez artística alcanzando su pico de creatividad. También se habían puesto más burgueses (al igual que yo) pero sonaban lindo. Hasta a mi vieja les gustaba y eso estaba bien.
Hoy, que todos sus discos están en Spotify y en mi repisa, que ya no soy un treintañero, que Ciro ya no es el mismo, que se cumplen treinta y seis años de su inicio y quince de su último recital, que se vuelven a reunir en diciembre (con lo que implica vivir diciembre en Argentina), todavía sigo saltando a la par de ese camión camino al obelisco.
Porque cuando bajaba aquella tarde las escaleras para volver a tomar el subte, mientras me alejaba de aquel inolvidable momento de éxtasis y fuerte paisaje del infierno, supe con una certeza infinita. que era la mejor banda del mundo.
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