LOS AÑOS QUE FUIMOS FELICES

Jun 24, 2025 | CULTURAS, Lo último

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POR JUAN P. SUSEL

Desde mis cinco hasta mis treinta años viví en Dock Sud. Todavía hoy recuerdo viajar en el flete de la mudanza de mi casa en Santa Fe y Anchorena en el pituco Barrio Norte hasta lo que sería nuestra nueva morada hogareña en Pasaje Homero e Ingeniero Huergo. Viajaba con mi viejo al lado del conductor y literalmente no podía creer como la ciudad cambiaba de fisonomía a medida que el viaje transcurría de norte a sur. Era el año 1985 cuando mi viejo pudo comprarse su casa después de haber trabajado de sol a sol durante prácticamente seis décadas. Pasamos de vivir en un departamento muy bonito ubicado en pleno centro neurálgico de la Capital Federal a vivir en una casa muy humilde de dos plantas en el primer cordón del conurbano.

En esa casa viví la crisis económica y política del alfonsinismo, toda la experiencia menemista, la crisis del 2001 y los primeros 7 años de gobiernos kirchneristas. Como bien dicen los sociólogos los seres humanos naturalizamos nuestras condiciones de existencia. Es imposible que una persona esté realizando permanentemente el ejercicio de reflexionar sobre cuáles son sus condiciones de vida y cuál es el anclaje histórico que esas condiciones particulares tienen que ver con su entorno y con la historia del lugar en el que el sujeto construye su vida. Así me acostumbre de a poco a convivir con ese barrio periférico que vivía en estado de crisis permanente.

Desde 1985 hasta entrado el siglo XXI mi casa como la mayoría de las casas de mis vecinos se inundaba entre una y tres veces al año debido a las sudestadas que aumentaban considerablemente el nivel de las aguas del rio de la plata. Así es que muchas mañanas amanecía en mi dormitorio del primer piso y cuando bajaba al comedor descubría mis juguetes y mis libros flotando junto a los muebles de mi casa. Así como naturalizaba la inevitable tragedia cotidiana de tener que remodelar mi casa cada tres meses me acostumbraba a las paredes descascaradas del comedor o al olor a humedad de mi ropa que era imposible de disimular en el colegio. También había naturalizado la comodidad del viaje en colectivo de todas las mañanas desde mi casa en el Docke hasta mi escuela en San Telmo. Nos subíamos al bondi las 7:40 con mi vieja y viajábamos generalmente sentados como dos capos hasta la parada de mi escuela primaria en Paseo Colon y San Juan. Una vez cada tanto teníamos la desgracia que el 54 o el 186 estaban llenos y nosotros teníamos que viajar parados pero eso casi nunca sucedía.

Cavallo y Menem, artífices del ajuste estructural del Estado y del «un dólar, un peso», el quebranto de la industria nacional.

En el 2005 empecé a percibir un fenómeno extraño. Yo tenía por ese entonces 26 años y ya no era un niño. Estaba cerca de recibirme de sociólogo y trabajaba en un call center en Paraná y Rivadavia. Me levantaba a las siete de la mañana para entrar al trabajo a las 9. A las 8 estaba esperando el colectivo en la misma parada de toda mi vida pero el bondi en esa época ya no llegaba semivacío. Al comienzo podíamos subirnos dificultosamente al 33 que venía desde Lomas de Zamora pero cada vez era más difícil poder subir porque el colectivo no daba abasto. Así se sucedían las estruendosas peleas que se daban entre los colectiveros y los pasajeros o entre los mismos pasajeros que luchaban denodadamente por poder tener un lugar en el colectivo.

El tiempo paso hasta que un buen día la línea de colectivos empezó a ofrecer un servicio que salía desde el centro de Avellaneda porque en Lanús los colectivos ya estaban repletos de gente que iba a trabajar a Capital Federal. Meses tardé en entender la relación entre la cantidad de pasajeros que estaban en el colectivo con la cantidad de personas que tenían o no trabajo. Acostumbrado como estaba a más de una década de políticas neoliberales aplicadas por el gobierno de Carlos Menem que se sostenían gracias a la ficticia paridad cambiaria entre el peso y el dólar, la brutal oleada de privatizaciones y el aumento de la tasa de desempleo, eso sucedía; aunque nunca había reflexionado acerca de la relación inevitable que había entre la tasa de desocupación y la cantidad de gente que dejaba de usar el transporte público, porque no tenía adonde ir a trabajar.

«Desde 2003 hasta 2015 comprendí en carne propia lo que significaba vivir en un país más justo en donde trabajar no era una utopía y el acceso a una mejor calidad de vida no era el privilegio».

JUAN PABLO SUSEL.

Yo mismo luego de 5 años de empleos precarios e inestables recién había podido estabilizar mi situación laboral en el 2004, unos meses después de la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia de nuestro país. Un día esperando el 33 me encontré con una chica que atendía una verdulería en un supermercado chino ubicado a dos cuadras de mi casa. Estaba radiante de felicidad. Nos pusimos a charlar y al toque me conto que había conseguido laburo en un shopping en Caballito. Ir parado al trabajo evidentemente era mucho mejor que viajar sentado a ninguna parte. En el 2009 en Huergo y Nicolás Avellaneda instalaron una saladita justo enfrente de donde durante toda la década del 90 había funcionado un merendero en una unidad básica del Polo Obrero.

En el 2010 me mude a Capital pero mi vieja se quedó en su casa después de la muerte de mi viejo ocurrida en 2004. Muchas veces la vivencia biográfica es tan o más importante que el conocimiento enciclopédico. Desde 2003 hasta 2015 comprendí en carne propia lo que significaba vivir en un país más justo en donde trabajar no era una utopía y el acceso a una mejor calidad de vida no era el privilegio de una reducida elite. Mi vida de alguna manera fue modelada por un proyecto de país inclusivo que se observaba en una batería virtuosa de políticas públicas que transformaron material y simbólicamente la vida de la mayoría de los ciudadanos de nuestra nación. Desde el plan fines hasta hasta la estatización de YPF pasando por el plan Cunita o el futbol para todos que democratizaba el acceso al deporte más popular de nuestro país.

Cristina Fernández, Presidenta 2007-2015, actual Presidenta del PJ Nacional. El kirhcnerismo, etapa que Susel recuerda por la restitución de derechos.

El kirchnerismo se caracterizó en sus mejores años por ser una maquinaria de intervenir y regular al sector privado siempre en beneficio de los sectores populares siendo el heredero de las políticas públicas llevadas a cabo por Perón y Evita allá por la mitad del siglo XX. Es por eso que los sectores dominantes y los medios hegemónicos de este país tienen de principal enemigo al kirchnerismo. Escudados en su imaginaria lucha contra la corrupción lo que no le perdonan al peronismo primero y al kirchnerismo después es su potencia democratizante y su vocación de justicia social. Las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner fueron maquinarias transformadoras del cuerpo social en el más cabal sentido de este término. Por esa potencia transformadora hoy Cristina está condenada y secuestrada en su domicilio así como el potencial transformador del peronismo explica el bombardeo a la plaza de Mayo de 1955 y el exilio y proscripción del peronismo durante 18 años hasta la vuelta del general en 1973.

Aquello que el poder económico mediático y judicial nunca le perdonara a Cristina es la potencia revolucionaria que emana de su voz y de su obra. Gracias a ella tantos perdedores de los 90 pudimos encauzar y organizar nuestras vidas hasta 30 años después llegar a ser quienes somos. Aunque nunca allá vuelto a viajar tan cómodo como en la oprobiosa década menemista no me alcanzara la vida para agradecerle a Cristina y Néstor lo mucho que hicieron por mí y por mis seres queridos. Transformar una barriada humilde y sin esperanzas en un lugar vital y alegre es para mí la síntesis perfecta de lo que fue el kirchnerismo. No existe maquinaria discursiva que nos haga arrepentir de lo que fueron esos años. Las fantasías aniquiladoras de la derecha de este país nunca podrán doblarle la mano a nuestros sueños de que un mundo mejor no solo es posible sino que también es real.

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