-Por Charly Longarini- @Charlylonga
A los 12 años descubrí Operación Masacre, la obra cumbre de Rodolfo Walsh, en la biblioteca del padre de un amigo. En aquella época estaba muy fanatizado con el género de terror, por lo tanto, la palabra «masacre» había captado mi atención. Cuando pregunté a mi viejo si lo había leído me dijo lo peor que se le puede decir a un adolescente «no es un libro para vos, eh». Así fue que leí la crónica sobre fusilados peronistas, durante noches, en la clandestinidad de mi habitación. La historia, a pesar que no la pude dimensionar del todo, me atrapó. Todo el tiempo sentí que estaba leyendo algo prohibido. Hoy está entre las mejores experiencias de lectura que tuve en mi vida.
Cometierra de Dolores Reyes, Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara y Las primas, de Aurora Venturini no son novelas canceladas por su «alto contenido sexual», son atacadas por ser obras que pertenecen a priori a mujeres y a posteriori a autoras que de alguna manera integran el amplio espectro de lo que podríamos definir como lo «K». Si la vicepresidenta a la cabeza de funcionarios y comunicadores pacatos (¿y pagados?) leyeran Literatura, se sorprenderían al encontrarse con escenas sexuales en varios de los clásicos que pertenecen al canon de nuestra cultura. El Matadero de Esteban Echeverria, por ejemplo. Pero como demuestran ignorancia y se autoproclaman como adalides de las buenas costumbres, atacan aquello por lo que por propia impericia ignoran.
Y no es solamente por una cuestión ideológica, también detrás de todo este ataque, en este caso a la literatura, es rechazar de pleno cualquier tipo de expresión populista en el vasto campo de batalla en que se ha convertido la cultura. Las élites de este país -como la de tantos otros- se niegan a cederle espacio a expresiones disidentes porque son ellos, al menos así se posicionan, como los defensores de la cultura. Sienten que les pertenece por derecho divino y cualquier voz que se alce para gritar algo distinto, debe ser neutralizada. Así quedó firmemente demostrado en las quemas de libros durante la última dictadura, algo que ya empezábamos a creer como territorio del pasado.
No es la primera vez que sucede esto. En 2012 Mauricio Macri, en tanto jefe de gobierno, prohibió la historieta El Eternauta en las escuelas por presunto adoctrinamiento político. Y todo porque a La Cámpora se le había ocurrido la idea de utilizar la imagen de la creación de Héctor Germán Oesterheld para personificar a Néstor Kirchner.
La lectura no es tan profunda como para creer que le perturbaba el arquetipo del héroe colectivo, la cuestión era más llana, mucho más ignorante, la imagen de Néstor Kirchner había empezado a resignificarse en un héroe eterno para las masas jóvenes con intereses políticos.
Con esto de prohibirle a los adolescentes bonaerenses el acceso a algunos libros, temo que va a generar el efecto contrario. Cuando a un joven uno le advierte que esto no se dice, esto no se hace (Serrat dixit) hace todo lo contrario. Por eso, la prohibición, además de ridícula, es inútil. Y mucho más si aquello que se censura son escenas de sexo, justamente cuando se está en plena edad de exploración.
Y por último, además de inútil y ridículo, también es contradictorio porque justamente esta acción deliberada proviene de los supuestos defensores de la Libertad. O tal vez haya que pensar que además de cínicos, también son imbéciles. No lo sé, el tiempo dirá.
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