-Por Charly Longarini
Cuando terminé de leer por primera vez «Tlon, Uqbar, Orbis Tertius», no me voló la cabeza, pero en cambio hubo una explosión en cámara lenta. Mi mente entró en una sensación parecida al que experimentan aquellos que disfrutan de los sistemas construidos con fichas de dominó.
Lo primero que puedo expresar es que al terminar de leer, cerré los ojos y puteé al viejo. No porque el final haya sido de esos que develan el misterio sino porque me di cuenta lo difícil que es construir una trama de estas características con el efecto contrario de tirar de un hilo.

Quiero decir, nosotros, comunes lectores, vamos tirando de un hilo sin saber demasiado a dónde nos quiere llevar el narrador. Por eso, al pensar la ingeniería inversa de construir esa especie de laberinto de palabras, entendí lo genial (con todas las letras) que es Borges y ese talento de narrar mundos en tan pocas páginas. No me saco el sombrero, quien carajo soy yo para felicitar a Borges, pero que viejo hijo de una gran siete, no puede operar la literatura de esa manera.
La prosa, que no es fácil, la verdad es un poco empedrada, no me hizo abandonar la lectura. Si, en cambio, tuve que retroceder varias veces para volver a leer y tratar de comprender la estructura de aquello que viene narrando.
La trama arranca con una charla entre Borges, personaje y narrador, y Bioy Casares. Borges y Bioy, dos nerds empedernidos, discurren sobre una novela en primera persona y es Bioy quien cita a los heresiarcas de Uqbar. Borges desconoce de quienes habla. Bioy le comenta sobre un artículo que leyó en uno de los tomos de la Enciclopedia Británica.

Buscan ese artículo en la edición de la Enciclopedia que tienen a mano y no lo hallan. A partir de ahí Borges, en plan detective, investiga sobre Uqbar y va descubriendo que existe una Enciclopedia secreta, confeccionada entre intelectuales europeos y norteamericanos, integrantes de una sociedad secreta, donde crearon un universo propio. La idea de que todo eso, con la complicidad del tiempo, empiezan a contrabandear esa realidad inventada en la nuestra hasta que la puedan suplantar, me parece maravillosa.
Aprendí dos cosas de Borges en este cuento. Una, es que es cierto eso de que no hay que engancharse demasiado con los nombres propios que arroja en las referencias, hay que seguir de largo, por lo menos en la primera lectura para la normal comprensión de la trama. Y la otra, es que Borges no escribe difícil, (tampoco es fácil, es cierto), creo percibir que esa dificultad de la que se le endilga con cierta facilidad y pereza, es que juega con las elipsis de manera que hasta no bien entrado en el cuerpo del párrafo, a veces uno se puede confundir. Cuando digo «uno», me refiero a mi, es decir un recién llegado en la literatura borgeana.
De a poco, muy de poco, voy derribando la barrera ideológica. Primero porque al peronismo que él fustigaba no fui contemporáneo, entonces mi prejuicio es heredado. Y segundo, si me pasé la vida repitiendo que a Maradona se lo debía juzgar como jugador y no como persona, entonces no pienso caer en la trampa de juzgar al Borges hombre y perderme su enorme obra.

Charly Longarini
Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Profesorado Universitario de Letras. Universidad Nacional de Hurlingham. Columnista en Viaje al Fin de la Noche. Fm WEN. 93.9. Cinéfilo.