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IRON MAIDEN: A 45 AÑOS QUE RUGIÓ LA BESTIA

13 mayo, 2023

«Tenés que escuchar la intro de Moonchild. Te va a volar la cabeza», me dijo Ariel Basteiro en un recreo del primer año de la secundaria. Lo hizo después de dejar caer en mi mamo el casete de Septimo hijo de un séptimo hijo, de Iron Maiden. Él fue el mismo que, unas semanas antes y durante una clase, me preguntó si era cheto (los que escuchaban tecno) o metalero. Yo le respondí que esas separaciones de la música no eran para mi, que a mi me gustaba la música sin discriminar géneros, o algo parecido.

A riesgo de quedar como un tibio, agregué que todos los pibes que se decían metaleros dentro del curso eran porque tenían hermanos mayores que les habían hecho escuchar Metallica, Judas Priest o Black Sabbath. Yo no había tenido esa oportunidad por no tener hermano mayor, fue por ese mismo motivo que me pasó el casete.

Me voló la cabeza, tuvo razón. Pero también el disco entero, aunque había escuchado que no era el mejor. Unos días después escuché El número de la bestia. Y ahí si, quedé flasheado para siempre. Lo que hizo mi compañero, sin darse cuenta, fue abrirme la puerta en primer lugar a Maiden, segundo al Heavy Metal y tercero al disco conceptual. Esto último no lo supe hasta muchos años después.

Escuchar a Maiden en aquella época (fines de los 80s) era un acto de rebeldía. Los adultos te decían que era música diabólica. Y como si con eso sólo ya no tuviera el encanto de lo prohibido, la música encima estaba bárbara. Así que me pasé años escuchando a la banda de Steve Harris, Bruce Dickinson y compañía pensando que estaba haciendo algo casi pecaminoso. Era como ver El Exorcista sabiendo que todo eso podía tener consecuencias místicas. Disfrutar con algo de miedo y culpa religiosa.

El pasado 1 de mayo, día del trabajador, escuché en la Rock & Pop la canción Fear of the dark, lo pasaban porque la banda cumplía hoy 48 años de vida. Y me acordé de aquellos hermosos años en que escuchar Heavy Metal era todo un desafío. Y un acto de rebeldía también.¿por qué no?

Iron Maiden se convirtió, en sus primeros ocho años de vida, en la más grande banda de Heavy Metal de la historia. A base de popularidad, estilo, evolución e identidad se metió en la Historia grande de la música. Algunos dirán que Black Sabbath es quien ocupa ese lugar, y podrían tener razón si hablamos de la banda fundadora de todo ese movimiento pesado, pero Maiden es más grande. La única que le pelea el puesto es, a mi entender, Metallica que ha cambiado su imagen y su sonido a lo largo de los años en los momentos que tuvo que hacerlo.

El sonido de Maiden, más allá de incorporar instrumentos y tecnología a lo largo de todos estos años, mantiene una identidad definida aún en lo que ha podido evolucionar disco tras disco. Podríamos definir su edad dorada entre 1982 y 1988.

Es decir, el período integrado por los discos The Number of the Beast (1982), Piece of Mind (1983), Powerslave (1984), Somewhere in Time (1986) y Seventh Son of a Seventh Son (1988). Todos estos con la voz de Bruce Dickinson, su vocalista más popular y más reconocido por los fans.

Los primeros dos discos Iron Maiden (1980) y killers (1981) serían interpretados por Paul Di’Anno. Y no sería la última vez que este señor cantaría para la Doncella de Hierro.

Pero eso vendría muchos años después y pasaría mucha agua bajo el puente.

Si bien hay discos más flojos que otros, no hay álbumes malos. No hay un sólo disco en que hayan traicionado a su público. Pero quiero detenerme en Seventh Son of a Seventh Son, aquél disco que fue para mí como el conejo blanco para Alicia al meterse por la madriguera y así llegar por accidente al país de las maravillas.

Seventh es el septimo disco y es el único disco conceptual de la banda, y uno de los pocos dentro del Heavy Metal. Narra la historia de un clarividente que es el séptimo hijo de un padre que también es el séptimo hijo. Y sobre él recae una condena, desde el vientre de su madre. Ya conocemos la leyenda del séptimo hijo varón que se convierte en lobizón. El siete es un número místico en varios planos.

Durante las ocho canciones del álbum vamos acompañando al protagonista de esta historia, como si fuera una serie, hasta su muerte. El nacimiento es relatado en «Moonchild», aquella primera canción que me voló la cabeza a los once años. Los sueños que le traen mensajes del más allá son narrados en «Infinite Dreams». Cuando descubre sus poderes y asume su destino lo escuchamos en «Can I Play with Madness», por cierto uno de los estribillos más pegadizos y populares de la banda. Y en «Only The Good Die Young» llega su muerte.

El disco termina igual que como empieza, con un canto que parece un rezo o un recitado. Eso refuerza aun más lo cíclico del concepto del álbum.

Si bien, a pesar de tratarse de una historia épica, la banda no deja de tratar temas sociales y políticos como en el resto de sus discos. La idea del séptimo hijo se le ocurrió al líder y bajista Steve Harris mientras leía «El séptimo hijo» de Orson Scott Card, escritor estadounidense. Esta novela, que pertenece al género de literatura fantástica, inicia una de las tantas sagas que tiene este autor. El argumento es bastante similar a la historia del disco. Alvin Miller es un séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón y vive en una América alternativa donde hay personajes que poseen poderes mágicos y eso se va mezclando con la realidad. La novela nos presenta al personaje desde su nacimiento hasta su madurez.

Iron Maiden se ha mantenido vigente dentro del Heavy Metal a escala mundial todos estos casi 50 años y nunca perdió su apogeo, incluso cuando Nirvana y el grunge desde Seattle lo coparon todo. No solo sigue siendo tan popular, sino que además ha logrado innovar musicalmente sin alejarse de su esencia ni traicionar sus raíces.

Mención aparte merece el personaje protagonista de todas las tapas de cada disco que lanzó la banda. Eddie the head es una creación del artista britanico Derek Riggs, que basó el diseño de su personaje antropomórfico inspirado una propaganda de la guerra de Vietnam. Eddie, en cada presentación gráfica, ha interpretado a un zombi, una esfinge, un piloto de guerra, una momia egipcia entre muchos otros. Hasta ahí todo muy simpático pero el conflicto surgió cuando Eddie en la tapa de The Number of the Beast aparece manejando al diablo como una marioneta, y este último controlando a un tercer Eddie. Por esto es que algunas instituciones religiosas lo catalogaron de satánicos y sus discos fueron quemados en repudio. La provocación grafica y la provocación musical son componentes de una misma obra. Eddie es Maiden, Maiden es Eddie.

Si tuviera que pensar en 10 bandas de rock de la historia, Maiden tendría un lugar en esa lista. Ahora, si tuviera que nombrar a las bandas que amo, Iron Maiden estaría en un lugar destacado, sin dudas.


Charly Longarini

Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.