-Por Charly Longarini
-Hacia Viernes Salvaje
omar una hoja en blanco, no importa el tamaño. Asegúrese que entre en la superficie de una mesa. Si es lisa, tanto mejor, lo esencial es que el espacio donde escribir no presente límites internos ni rejas absurdas.
Luego es necesario elegir una lapicera, aunque recomiendo que mejor sea un lápiz por dos razones: el grafito se desliza más amigable sobre la hoja y es más fácil de borrar al momento de escribir pavadas. Lo digo por experiencia.
Cerrar los ojos por un tiempo intermedio, lo suficientemente extenso para esperar la llegada de la musa y lo necesariamente breve como para no quedarse dormido. La poesía y los ronquidos no se llevan del todo bien.
Tener un corazón roto. La felicidad no es buena compañera al momento de escribir con las tripas.
Leer en voz alta lo que se escribe para descubrir la musicalidad del texto. Puede parecer un candombe pero nunca una motoneta con el escape libre a la hora de la siesta.
Escribir y esperar. Dejar que el tiempo macere las palabras y redondee las sensaciones. A veces, a algunos textos, es mejor dejarlos reposar de por vida en algún cajón (o en alguna fogata amiga).
Leer el poema varias veces y evaluarlo con una mano en el corazón. Si se puede evitar sentir que no se ha desperdiciado la matanza indiscriminada de un pobre árbol inocente, entonces se puede compartir con otros.
Charly Longarini
Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.