Saltar al contenido

HACIA VIERNES SALVAJES

9 julio, 2021

Eddie Vedder es mi hermano.

Nunca lo conocí ni siquiera compartimos padres. No estuve en sus momentos difíciles, pero él estuvo siempre en los míos.

Fue suficiente que allá por el año 1993, una compañera de la secundaria me dijera: «vos tendrías que escuchar Pearl Jam, te va a gustar” para que al sábado siguiente fuera al Tower Records de Cabildo y Juramento. En uno de los exhibidores, esos aparatos donde uno podía reproducir un disco y escucharlo en los auriculares, escuché Vs. y me volví loco. De inmediato busqué en las bateas más sobre Pearl Jam. Y sólo encontré Ten, como si esto fuera poco. Me llevé ambos CDs a mi casa. Y me volaron la cabeza.

De entrada, la voz de Vedder me conmovió. Había algo en esa aspereza, algo que dejaba asomar un dolor oculto. Y eso me sedujo para siempre. Claro, en ese momento no me daba cuenta de todo esto pero hoy, casi treinta años después, entiendo aquel deslumbramiento.

Nunca me importaron los rituales ni las ceremonias, pero cuando estaba solo en la habitación que compartía con mis hermanos, sacaba el disco de la caja y lo ponía en el minicomponente.
Apagaba la luz, ponía el volumen al palo y dejaba que la música me llevara a Seattle. Casi que podía ver aquellos aserraderos, el puerto, los bares nocturnos, las radios, las calles frías. Pero también podía verme a mí mismo. Era la primera vez que alguien me hablaba con tanta claridad a pesar de hacerlo en otro idioma. Había en cada acorde, en cada riff de guitarra, en cada melodía una comunión que unía aquella ciudad del estado de Washington con mi Munro natal.

Hubo momentos de dolor en donde su música, no digo que haya sido un bálsamo, pero si un rincón en donde refugiarme en la adolescencia. Ten, Vs. y Yield son (fueron) mi santísima trinidad de la banda. De Yield hay un documental que se llama Single Video Theory que cuenta la grabación del mítico disco, que para mí es donde Pearl Jam alcanza su mayor nivel de calidad y madurez. Esa pequeña película muestra a la banda en su intimidad.

Mi adolescencia no fue tan traumática, al menos no como la de Vedder, pero tuvo lo suyo. Algún que otro amor no correspondido, algún desencanto, alguna frustración hacían que me cayera al vacío de la tristeza y la desesperación. Pero escuchar a Pearl Jam en los auriculares ayudaba mucho a transitar todo aquello.

Pero el que salía al rescate siempre fue el bueno de Eddie. En aquellos primeros años fue el encanto de su voz, más tarde fue su poesía, hoy es su personalidad completa. Amé sus dos discos solistas. Si hoy tuviera quince años tendría un poster de Into The Wild (Hacia Rutas Salvajes) colgado en la pared de mi habitación.

Vedder se transformó en una especie de dios para mí. Un lugar a donde ir a llorar o buscar la redención. Y ahora, en un mundo rendido a los pies de una pandemia, su voz y sus canciones son como una sirena donde ir a perder el rumbo cada vez que el camino se pone demasiado racional.

Charly Longarini. Periodista en La Patria Futbolera. Miércoles de 19 a 21 hs. Por https://www.onradio.com.ar/