
-Por Juan P. Susel- @juanpablosusel
Hace unos días Carolina dijo que los días de fin de año son difíciles. Es una verdad evidente pero de tan evidente uno a veces se la olvida. Como en la carta robada de Edgar Allan Poe a veces los misterios están a la vista. Me quede pensando el día posterior a los festejos en esa frase lapidaria y perfecta. La tristeza de los fines de años deja ese sabor agridulce cuando levantamos las copas y miramos al cielo y entrevemos a los que ya no están. A medida que pasa el tiempo cada vez hay más excusas para mirar al cielo y buscar en las estrellas las cosas perdidas.
Mi viejo se murió hace más de dos décadas. Un 6 de enero de 2004 a las 5 de la mañana me llamo mi vieja desde la clínica. Yo recién me acostaba y estaba con un ojo abierto esperando el llamado. Había vuelto el día anterior de Mercedes y ese mismo día mi viejo tuvo un paro cardíaco. Nos dijeron esa noche antes de irnos a descansar que era cuestión de horas. Recibimos la noticia mi vieja, mi hermana y yo estoicos sabiendo que no había marcha atrás. Fui el primero en irme de la clínica.
No tenía sentido que me quedé ahí así que me fui a tomar una cerveza a un quiosco que estaba en Corrientes y Rodríguez Peña. Me tome una Quilmes helada con un cono de papas fritas. Había una rockola y puse tres temas de Creedence. Mientras Fogerty cantaba acerca del amor con su voz rasposa pensaba en el tiempo por venir. En ese futuro inminente que sería vivir (en tiempo presente) sin Papa. La pase bastante bien esa noche sumergido en la tristeza. Mi viejo me tuvo de grande (a los 55 años) así que de chico siempre tuve a la muerte como compañera de viaje. Un día muchos años antes corriendo con papa un bondi luego de haber pasado un domingo en lo de mi hermana él se enredó con unos alambres en una plaza en el barrio de Mataderos.
«Cuando visualizas definitivamente la muerte de tus padres irremediablemente chocas de frente y a toda velocidad con la adultez».
JUAN P. SUSEL. DÍAS DIFÍCILES
Así que justo cuando estábamos por llegar al colectivo que nos llevaba a casa me di vuelta y lo vi a mi viejo en el suelo con la boca toda ensangrentada. Junto a mí se acercaron 3 personas que lo levantaron y lo sentaron en un banco. Uno le pregunto si estaba bien, otro fue a buscarle agua y una señora se acercó a mí y me dijo que me quedara tranquilo, que no pasaba nada. Me emociono la bondad de los desconocidos. Una vez que el ejército de la salvación se fue dejando a papa recuperado nos quedamos ahí sentados los dos un rato mirando la nada. Mi papa se quedó pensando en el vacío y yo me quede mirándolo a él. Era el año 1988.
MI papa tenía 65 años y yo imagino que en ese momento él pensaba que en algún momento se iba a morir. Entonces yo empecé a pensar en lo que sería vivir mi vida sin él. Cuando visualizas definitivamente la muerte de tus padres irremediablemente chocas de frente y a toda velocidad con la adultez. En un momento como si hubiera salido de un ejercicio de hipnosis mi viejo me dijo que fuéramos a la parada del bondi. Antes me compro un patalin (mi helado favorito) y nos pusimos a charlar de Alfonsín y River que eran los temas que nos interesaban a ambos. Subimos al final al 126 y ahí hicimos el viaje de Mataderos a San Telmo.
El colectivero escuchaba a todo volumen una banda de heavy metal (estimo que Metálica). En un momento mi viejo se quedó dormido y yo empecé a sacar cuentas. Cuando tenga 12 él va a tener 67, cuando yo tenga 15 papa va cumplir 70 y cuando yo tenga 25 años mi viejo va a tener 80. Me acuerdo que en ese momento deje de sacar cuentas. Fue un momento de conexión mística como no había tenido hasta ese momento. Esas cosas trascendentes que tienen que ver con el amor que solo te suceden cuando no te las esperas y que se te quedan incrustadas para siempre. Desperté a mi viejo cuando pasamos la 9 de julio y nos bajamos cuando el 126 doblaba en Perú y San Juan. De ahí nos fuimos al bajo a tomar el 159 en Paseo Colon y San Juan. Conocía esas calles de memoria porque iba al colegio en San Telmo y todas las mañanas me tomaba con mi mama el 33 desde Dock Sud hasta el parque Lezama.

Me acuerdo de llegar a casa, ver a mi vieja y correr a abrazarla como casi nunca hacía. Mi vieja me recibía desde su juventud y su ignorancia. ¿Qué pasa Pablito? ¿Por qué tanta emoción me dijo? Le mentí que no me pasaba nada y me acomodé en el comedor mientras olía el sabor a salsa que mi vieja preparaba en la cocina. Era sábado a la noche y mi vieja no tenía por qué imaginar que yo había tenido un encuentro cercano con la muerte de mi viejo. Mientras ojeaba mis historietas mis viejos charlaban y yo me sentía seguro en casa lejos de cualquier pensamiento fúnebre. Un hogar era eso. Algo que te protege de la muerte. Después vimos en la tele una película mientras comíamos los ravioles con boloñesa.
Todos los sábados a la noche mirábamos función privada que era un ciclo de cine que a mis viejos le gustaban mucho y que a mí me encantaba compartir con ellos. Los presentadores (Morelli y Beruti) pasaban todos los sábados a las diez de la noche las mejores películas europeas recientes. Proyectaban mucho cine de autor (Bergman y Fellini eran sus favoritos) y policiales franceses protagonizados en general por Alain Delon y Jean Paul Belmondo que eran mis actores favoritos. Mi vieja con su flamante videocasetera las empezó a grabar y yo las volvía a ver obsesivamente. Películas de Delon y Belmondo, dibujitos de Hanna- Barbera y fútbol eran mis modos de pasar el tiempo libre en mi infancia.
Los domingos tirado escuchando a Víctor Hugo en radio continental. Viajaba a cualquier lugar del mundo con los ojos cerrados escuchando las travesías de mi amado River Plate como si un juglar narrara épicas aventuras de un tiempo remoto. A veces cuando terminaba el partido me gustaba apagar mi radio a transistores y escuchar la música tenue que salía de la pieza de mis viejos. En silencio ellos leían psicoanálisis y novelitas de Maigret mientras escuchaban a Cesar Frank, Schubert o Vivaldi en radio Sodre de Montevideo. En el colegio mis compañeros escuchaban a Sumo y Los Pericos. Yo en cambio amaba la música de Chopin y Brahms. Recuerdo que me gustaba mucho la sinfonía 3 de Brahms porque un sábado a la tarde al azar en la tele me encontré con una película llamada “Ama usted a Brahms protagonizada por Anthony Perkins, Ingrid Bergman e Ives Montand que me conmovió profundamente y que tenía como motivo musical esa melodía. Escribiendo estas líneas me doy cuenta que la música de esa sinfonía me genera la misma sensación de trascendencia mística que la noche en la que llore por la muerte imaginaria de mi viejo.
Volvamos al 2004. Ya no estoy llorando la muerte imaginaria de papa. Estoy viviendo sus últimos minutos de vida o mis últimos minutos de un hijo con papa. A partir de la mañana siguiente seré un recolector de momentos pasados. Como esos sedientos del desierto que ante una cantimplora vacía intentan retener entre sus dedos las gotitas que caen y beben con toda la boca abierta alimentándose de la escasez como si de un manantial se tratara.
«No tenía sentido que me quedé ahí así que me fui a tomar una cerveza a un quiosco que estaba en Corrientes y Rodríguez Peña. Me tome una Quilmes helada con un cono de papas fritas. Había una rockola y puse tres temas de Creedence.»
JuaN P. SUSEL. DÍAS DIFÍCILES
Me acosté a las 4 de la mañana y antes de las 6 sonó el teléfono. Murió Papa me dijo mi vieja. Me levanté como un sonámbulo y fui directo a la clínica. Reconocí el cuerpo. Atine a arreglarle el pelo. Caronte lo agarro despeinado así que me pareció prudente emprolijarlo. Recuerdo que en modo zombi hicimos los tramites del sepelio. Mi hermana desolada se fue a su casa y yo me quede en un bar con mi vieja mirando la vida pasar. Llame a seba, Laura y Silvina para avisarles lo que había pasado. Al mediodía lo velamos. Era Martes, hacía un calor que rajaba la tierra. Me acuerdo que mi hermano Ezequiel se tomó dos cervezas en un bar en la esquina de la casa de sepelios. Yo tome la segunda con el mientras hablábamos de Huracán y los Rolling Stones. Sebastián se tomó una coca y se sumó a la charla.
Después lo rutinario en esos casos. Lo velamos y al final lo enterramos. Le di un hermoso beso en la frente antes que cerraran el cajón. Después nos abrazamos y nos fuimos cada uno por su lado. Volví con mi vieja y Seba en subte. Llegue a casa a eso de las 8 de la noche. Le di un beso y un abrazo a mama, me tome un Alplax y dormí como si el muerto fuera yo.
Tiene razón Carolina. Estos días son difíciles aunque uno se acostumbre. Para vivir uno hace un pacto con el dolor. El olvido alivia y ayuda a que cuando la memoria se active uno esté preparado para la conmoción de lo que vuelve aunque ya no este. Aprendí de mi viejo que el amor perdura y que uno es lo que hace con uno mismo y con lo que lo rodea. A medida que el tiempo avanza inclemente y el pasado se envuelve en las brumas de la mitología yo me aferro a las películas de Delon y Belmondo, al olor a salsa de mi vieja antes de comer, a la mirada de mi papa diciendo con los ojos que todo está bien.
Una vez mientras leía a Hesse mi viejo me dijo que lo bueno del amor es que hace que un instante dure para siempre.
Dijo eso, se tomó un mate y siguió leyendo.
Eso.
Lee Más DE JUAN PABLO SUSEL EN ENTRE NOS SOCIAL INFO:
-QUE MUERA LA MUERTE. ADIÓS A ALAIN DELÓN