
-POR JUAN PABLO SUSEL– @juanpablosusel
La principal crítica a las manifestaciones populares inorgánicas desde que tengo uso de razón siempre tienen que ver con lo mismo. La falta de conducción política no permite que esos reclamos se canalicen en algún lugar o referente concreto y de esta manera le restan peso a la decisión de marchar por marchar. A finales de los noventa y comienzos del siglo XXI había un sentimiento antipolítico muy poderoso que se había hecho carne luego de diez años de un uso de la política frívolo y tilingo por parte del menemismo y que la experiencia del partido gobernante la Alianza no hizo más que potenciar hasta el hartazgo. Todo estaba resumido en una consigna “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
En el sentido común de la época a nadie se le ocurría decir o pensar que esas experiencias silvestres de activismo comunitario podían llegar a tener un sentido conservador o reaccionario de la política, sino más bien todo lo contrario. La representación política vendría luego al calor de esa escalada de reclamos y de manifestaciones que ponían en jaque un modo de hacer política basada en la exclusión de las grandes mayorías que conformaban a la sociedad argentina de ese momento.
«El kirchnerismo entonces no solo atendió las necesidades materiales de los humillados y ofendidos del sistema sino que también se ocupó de los aspectos simbólicos de la política».
JUAN P. SUSEL
Esa pulsión critica o pura negatividad llevando las cosas a un extremo se vio en su máxima expresión durante la inevitable caída del gobierno de Fernando De la Rúa luego de que este con el ministro de economía estrella Domingo Cavallo tomaran la decisión suicida de confiscarle los ahorros a la clase media. En ese momento el llamado corralito fue la gota que rebalsó el vaso subjetivo de una sociedad que ya mostraba signos de cansancio extremo luego de diez años de la aplicación de una prolija y rigurosa política neoliberal.
A fines de la última década del siglo XX comenzaban a surgir los piqueteros que para hacer oír sus reclamos de ciudadanos excluidos cortaban la ruta impidiendo el libre acceso y circulación de los incluidos en el sistema. En las universidades se respiraba por otro lado ese clima de lucha y resistencia. Clases publicas masivas y acompañamiento a los organismos de derechos humanos se sumaban a la participación espontanea por los escraches a genocidas, que el gobierno de Menem había decretado los indultos a comienzos de la década del 90 comunicada por la voz de Fernando Niembro. También era muy común el apoyo silvestre a las marchas de los jubilados y a la carpa de la educación pública que se había instalado en el congreso como denuncia permanente al vaciamiento del sistema educativo.
Luego de la caída del gobierno de De la Rúa, tras las cruentas jornadas del 19 y 20 de diciembre, llegó el gobierno de Duhalde y con este una mejora institucional y política evidente que terminó abruptamente luego de que se develara la responsabilidad política en el brutal asesinato de Darío Kosteki y Maximiliano Santillán durante una jornada de lucha piquetera en el puente Avellaneda.

Luego en el 2003 la salida de la crisis política material y espiritual del país se daría de la mano de Néstor Kirchner que apostaría a una intervención decidida por parte del estado en beneficio de los sectores más vulnerables de la economía. Esas baterías de medidas económicas resultaron en una mejora notable de la calidad de vida de los sectores populares. Esa política económica no se redujo al gobierno de Néstor Kirchner sino que se potenció durante los dos mandatos de Cristina Fernández de Kirchner. El kirchnerismo entonces no solo atendió las necesidades materiales de los humillados y ofendidos del sistema sino que también se ocupó de los aspectos simbólicos de la política.
Un estado presente priorizó las necesidades de los ciudadanos anónimos generando empleo (de mayor o menor calidad) y llevando a cabo una serie de programas que atendían a los sectores a los que el sistema había expulsado. El estado se encargaba desde fomentar programas que facilitaban el acceso a una primera vivienda (Procrear) pasando por la posibilidad de terminar el colegio secundario a aquellas personas que no habían podido terminarlo en tiempo y forma (Plan Fines) hasta de otorgarles a las madres que no tenían facilidades económicas una cuna para sus hijos (Plan cunita).

En esos años obviamente la movilización social disminuyo porque muchos de los que participábamos activamente en la década del noventa de marchas y reclamos ante un estado vacío y ausente pasamos a militar activamente a favor de una serie de gobiernos que se ocuparon de restituirle a la población civil los derechos avasallados otrora.
El kirchnerismo también mostró una virtuosa política de derechos humanos reactivando las causas que el menemismo había desestimado y poniendo en el centro de la escena política a los organismos de derechos humanos, las madres y abuelas de plaza de Mayo.
En este período de progresismo político se construyó un sentido común afín a las movilizaciones espontaneas y de tono asambleario que copaban la calle a finales del siglo XX y comienzos del XXI. Hoy en día y ya a diez años de la última experiencia nacional y popular exitosa el escenario político es muy diferente al llevado a cabo por entre el 2003-2015, por el kirchnerismo.

El campo nacional popular y progresista está perdiendo cada uno de los derechos conquistados durante los años kirchneristas y un sentido común hegemónico instala una agenda anti derechos y recesiva que los ciudadanos solo pueden hacer propia desde la manipulación subjetiva que los grupos de poder imponen desde las redes sociales hasta los medios de comunicación tradicionales.
En este contexto escucho en cada una de las movilizaciones que se llevan a cabo frente al gobierno de Javier Milei el señalamiento de que al asunto le falta la pata política. Quizás , como hace un cuarto de siglo es necesario gestar nuevamente desde las bases un estado de compromiso y movilización que denuncie primero cada una de las canalladas que desde el gobierno de Milei lleva a cabo cada día.
Todos estamos de acuerdo que salvo honrosas excepciones la clase política no está a la altura de lo que el momento histórico requiere pero eso no es excusa para que no se construya desde la ciudadanía un movimiento de resistencia vigoroso y que le aporte músculo a la política cuando esta decida intervenir en la escena pública.
Los muertos del 19 y 20 de diciembre de 2001 fueron los que sentaron las bases para la refundación del país que operó el kirchnerismo. Es hora de volver a las calles sin tener demasiado claro que vamos a conseguir en cada una de las manifestaciones a las que vamos. Marchar por marchar en este momento no es suficiente pero es indispensable. Es poner el cuerpo cuando otros no lo ponen o para decirlo de otro modo es hacer política de verdad como hace años no se hace en este país.