EL FLACO MENOTTI, EL PRIMER IDEALISTA

May 28, 2024 | DEPORTES, Opinión

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Por Juan Pablo Susel

Cuando se murió Horacio González estaba dando clases en el Liceo 1, la escuela en la que laburo hace seis años y es mi lugar laboral en el mundo. El aula en la que estaba daba a la avenida Santa Fe. Me llego un mensaje de mi compadre Alberto con la noticia y yo me quede petrificado mientras veía que mis alumnos se iban del aula porque justo había tocado el timbre. Los escuchaba alejarse pero mi cuerpo no me respondía. Estaba en una galaxia muy lejana entre la vida y la muerte contemplando como serían las cosas desde ese momento en un mundo sin la evidente sabiduría y nobleza de Horacio.

Cuando se murió mi viejo si llore, razonablemente. No como mi hermano Ezequiel que se la paso llorando de modo histérico frente al cajón entre cerveza y cerveza que tomábamos mientras la gente pasaba a darnos un abrazo a nosotros, sus hijos y a mi vieja y a saludar por última vez a mi papa. En el velorio con algunos amigos y junto a mi hermano nos la pasamos hablando de fútbol. Ezequiel era fanático de Huracán así que entre cerveza y lágrima hablábamos de Bríndisi, Houseman y Babington entre otros.

Yo tengo 45 años pero nací dos veces. Mi segundo nacimiento fue a los ocho años cuando una aburrida tarde de domingo me cruce con un River Boca relatado por Pancho Caldiero en la primavera de 1987. En la década del 80 el fútbol se escuchaba por radio y a la noche se veía un breve resumen televisivo en Futbol de primera que era el programa que trasmitía los partidos del futbol argentino. En aquel entonces el programa era conducido por Enrique Macaya Márquez y Mauro Viale.

Ese día me hice hincha de River aunque mi viejo fuera bostero. Con la excusa de que a mi papá el futbol en ese momento ya no le interesaba demasiado decidí llevarle la contra. Años después cuando me puse a estudiar me di cuenta que esa era una conducta habitual en los chicos. Llevarle la contra a los padres en un determinado momento sirve para bajarlos del pedestal y humanizarlos. En el proceso de ser uno tomamos distancia de lo que nos rodea no para rechazarlo sino para resignificarlo desde lo que nuestra propia autonomía por un lado acepta y por el otro lado rechaza.

Así a mi fanatismo por las historietas  le sume mi adicción al futbol en todas sus expresiones pero a la larga verlo, analizarlo y pensarlo me pareció tan fascinante como jugarlo. De esta manera tomé distancia de los modelos con los que me crie en mi casa. Mis viejos intelectuales sumergidos en sus libros y películas no eran algo que me despertara demasiado interés en esa primera infancia. Freud, Melanie Klein, Aristóteles y Althusser no eran temas que a un chico de diez años pudieran despertarles fanatismo y yo desde chico siempre fui adicto a las emociones fuertes.

Desesperado por consumir futbol en una época donde (gracias a dios) no había canales de futbol que cubrieran banalidades las 24 horas de los 7 días de la semana empecé a consumir todas las tiras deportivas que existieran. Rápidamente me hice fanático de Víctor Hugo Morales que conducía Competencia a las 19 horas en radio continental.  Recién iniciada la década del 90 se agregaron dos tiras nuevas. A las doce del mediodía escuchaba a Fernando Niembro y a las cinco de la tarde cuando zafaba del colegio no me perdía a Marcelo Araujo.

A comienzos de los noventa el periodismo deportivo argentino hegemónico era rotundamente bilardista. Campeón y subcampeón del mundo de manera consecutiva la predica resultadista del narigón resumida en la consigna “lo único que importa es ganar” era muy seductora para un chico. Menotti en ese contexto se ubicaba en las antípodas de un discurso que hacía del éxito una predica que muchas veces rozaba el fanatismo. En 1988 Menotti había llegado a dirigir a River Plate. Hacia menos de un año yo me había convertido al fanatismo futbolero y en ese contexto la llegada del flaco al club de mis amores fue un torbellino. River además se había reforzado de un modo notable.

Un plantel lleno de figuras y la frutilla del postre de la vuelta de Passarela al equipo hacían presagiar una temporada inolvidable. Las expectativas fueron demasiadas y chocaron contra la realidad. El campeón de esa temporada fue el Independiente del indio Solari y Menotti se fue al finalizar ese año luego de realizar un torneo mediocre. Durante esos años de fines de los 80 y comienzos de los 90 Menotti era acusado de perdedor crónico y de defender un futbol antiguo. El debate se reducía a dos extremos. Por un lado “los pragmatistas” y por el otro lado “los idealistas”. Mirándolo en retrospectiva ese debate le hizo daño al futbol argentino porque el mismo reducía las dos filosofías a un extremismo vacuo que negaba virtudes y exageraba defectos.

Ni el futbol de Bilardo era una manifestación del antifutbol ni el futbol de Menotti era ingenuo y anacrónico. Sin ir más lejos en la década del 90 Menotti estuvo muy cerca de ser campeón con Boca e Independiente y en ninguno de esos ciclos tuvo la pizca de fortuna que cualquier equipo necesita para coronarse. Seducido por la predica del bilardismo en esa época Menotti estaba ubicado en el lugar de los irremediables perdedores. Tuvo que pasar bastante agua bajo el puente para que un día escuchando a Menotti en un programa nocturno empezara a enamorarme de su idea del juego. Ese día el flaco se la paso hablando de los futbolistas y de la importancia de estos por encima de las tácticas y estrategias que esgrimían los fundamentalistas del futbol moderno.

«Ni el futbol de Bilardo era una manifestación del antifutbol ni el futbol de Menotti era ingenuo y anacrónico«

Juan Pablo Susel.

Menotti utilizaba el pasado rescatando grandes jugadores olvidados para repensar el presente del futbol argentino. Su mirada no era melancólica sino crítica. Defendía con ironía su estilo de juego de los periodistas que lo chicaneaban por no haber obtenido títulos en los últimos años. El final de los años 90 en Argentina era un momento en el que el debate entre los ganadores y los perdedores alcanzaba ribetes de una crueldad extrema. Los que estaban dentro del sistema y podían comprar electrodomésticos eran los ganadores. La clase media celebraba la política económica de Menem y Cavallo que igualaba al peso con el dólar. Las empresas públicas se privatizaban en post de la eficacia del mercado.

Esa predica dictada en cadena nacional tenía un contrapunto en la pobreza que el sistema económico generaba y que se verificaba en la figura del excluido porque a medida que la convertibilidad se imponía como arma de acceso al primer mundo se generaba una masa de desocupados y marginales que eran condenados al olvido y la tragedia individual de no poder llevar un plato de comida a la mesa.

Esa tragedia social explotaría en diciembre del 2001 pero ya estaba en el centro del debate público desde mediados de la década del noventa cuando se hacía evidente que la parálisis económica sería inminente una vez que la plata de la venta de las empresas públicas se terminara de gastar. Ganadores y perdedores. Todo se reducía a eso y todo pareciera de alguna manera seguir en esos términos por lo menos desde lo discursivo que reproducen los medios hegemónicos y las redes sociales. Ante esa predica totalizante la voz del flaco se alzaba con nítida claridad conceptual y una tonalidad embriagadora que convocaba a la pasión por el juego y a la inteligencia de los conceptos esgrimidos.

César Menotti. En plena práctica de aquel Huracán que hizo historia, de 1973.

En Menotti el futbol no se asocia a la practicidad sino a la belleza y a la felicidad. Tirar paredes y buscar sociedades. No apurarse en la búsqueda de la verticalidad. Volver hacia atrás para recomenzar la jugada. Dársela al compañero mejor ubicado son parte de los conceptos que me vienen a la mente mientras escribo estas líneas con la tristeza furiosa de tener plena conciencia de que desde hace unos días habitamos un mundo sin Menotti.

El flaco más que director técnico se me viene a la mente como un pensador del mundo moderno. Un humanista que comprendió las virtudes de un deporte que muchas veces es devorado por el negocio. Como los filósofos griegos que llevaban la palabra a sus discípulos desde la humildad de saber que no sabían nada Menotti predicó su palabra a quien quisiera escuchar. Al lado del camino por elección propia narro un pasado mitológico en donde lo que importaba era jugar por jugar. Al igual que los poetas o filósofos que hacen una virtud de la inutilidad el flaco transformo en un rasgo positivo lo que el enemigo catalogaba como un defecto.

Entrenador y campeón del mundo en 1978, volvió a serlo en Qatar 2022 como Director de Selecciones Nacionales.

Los detractores de Menotti minimizan que el flaco saco campeón a Huracán en 1973 dirigiendo a un equipo que dejo su huella en el futbol argentino. Luego vendría el primer campeonato del mundo en un proceso que refundo a la hasta entonces maltratada selección nacional y que revalido al año siguiente con la primera consagración de Maradona con la selección juvenil en el mundial de esa categoría disputado en Japón en 1979. No obstante este palmares que habla por sí solo la obra de Menotti se entiende sin la necesidad de apelar a la dictadura del resultado.

Aun si el flaco no hubiera ganado nada nos habría enamorado la cadencia de su voz enronquecida por el cigarrillo rememorando lo que hace bello al fútbol que es sin más lo que hace bella a la vida. Menotti también fue un pedagogo de la mirada. Nos educó la vista mostrándonos lo que los resultados no explican. Su filosofía del juego dicha con sus palabras preñadas de nubes es su gran legado. Saber que el flaco no está más nos deja solos de toda soledad.  Pasará mucho tiempo para que esta tristeza arrasadora le deje paso a la dulce nostalgia que nos dejan los amados que se fueron antes que nosotros.

Me quedo con su voz narrando la belleza del potrero y las evocaciones de un pasado mitológico pero nunca reaccionario. Hay dos ideas centrales en su obra. La primera es que la belleza es una forma del amor y la segunda es que la búsqueda del éxito debe estar asociada a la belleza. En un mundo de ganadores a como de lugar la filosofía menottista triunfa apoyándose en los ofendidos y humillados de la tierra.

El flaco me enseño que se puede ganar y ser un idiota y se puede perder y ser hermoso. A veces ganar no es todo y a veces perder es solo una manera de ver las cosas. Cierro los ojos y lo veo hablando sus maravillas con su pucho pucho a lo Bogart mientras se levanta el cuello del sobretodo y pienso que las ideas no mueren ni se matan. Esa es su victoria.

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IG: @juanpablosusel

JUAN P. SUSEL. Sociólogo (UBA). Profesor en Ciencias Sociales. Crítico de Cine. Autor de: Maradona en Roja y Negro (2021)

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