
-Por Charly Longarini- @Charlylonga
Hacia viernes salvajes
“Mi mamá me ama, mi papá me pega”, aunque parezca un microrrelato siniestro (que por cierto bien podría serlo) así arranca a contar(se) la protagonista de esta historia. Así, también, arranca la novela que me hizo volver a la ficción después de casi cuatro largos y no-ficcionales años.
Estoy trabajando en una novela pero aún no sé qué voy hacer con eso, me dijo Norberto Gugliotella en los pasillos de la Feria del Libro allá por 2021. Hablamos un rato sobre eso, sobre la posibilidad -o no- de publicarla, no parecía muy convencido de llevar a cabo semejante aventura. Dos años después subió a sus redes sociales la tapa de Donde termina la lluvia, y volví a recordar esa charla. “Por suerte se animó”, festejé en la intimidad de mi casa. Compré el libro en Vuelvo al sur, la hermosa librería de Parque Patricios, y empecé a leerla algunos días después de su presentación una tarde de octubre de 2023.
Debo confesar que abandoné la lectura la primera vez que lo intenté. No se puede abordar la novela como una lectura pasatista ni mucho menos pedirle que sea liviana, Donde termina la lluvia me comprometió emocionalmente desde el principio. Imposible entrar en ella y hacer de cuenta que no pasa nada. Al segundo intento, ya no la pude soltar hasta el final.
Violeta, su protagonista, escribe un diario íntimo al que nos invita a conocerla sin que lo sepa. Es una adolescente que se mueve en la dualidad de querer olvidar a un padre violento y al mismo tiempo querer recordar su rostro para poder olvidarlo mejor. Es como si se hubiera sometido a la misma intervención que Jim Carrey en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michel Gondry, 2004). La imagen de su padre se mantiene borrosa, como si de un rostro visto a través de una ventana de vidrio empañada se tratase. Violeta y su madre, víctimas de ese padre oscuro, escaparon de una vida atroz y, con los pedazos que les quedaron, intentan reconstruir su mundo y construir vínculos sanos con gente que sí.
La novela está construida sobre una trama que se vuelve cíclica hacia la última parte. Los personajes cuentan, se cruzan entre sí en determinados sucesos y los hechos en común son observados desde cada punto de vista. No lo pensé mientras lo leía, pero se me ocurre ahora, mientras escribo esto que, de alguna manera, se trata de una novela coral.
Hay tres tipos de narradores que llevan la historia adelante. Sabemos acerca de su padre porque él nos cuenta qué le pasa, qué siente, qué piensa por medio de un relato de carácter oral construido desde una primera persona coloquial. En esas entradas vamos conociendo al monstruo que vive dentro suyo, sus miserias y su maldad personificada. La narrativa, desde ese incómodo punto de vista, nos sumerge en las tinieblas de un personaje al que nunca podemos redimir y al que por más profundo que nos permita navegar, jamás podremos llegar al fondo. En cuanto a la madre, su voz está narrada por una segunda persona que pareciera hablarle, es como si ella se hablara a sí misma para reprenderse y contenerse al mismo tiempo. Diana establece un muro de contención con su pasado, hace tiempo puso barreras emocionales a su relación con el violento padre de Violeta y con su abusivo propio padre.

De alguna manera, y sin que se lo proponga, lleva una lucha contra el dolor y contra los hombres siniestros que marcaron su cuerpo y su vida. Violeta está narrada en primera persona, juega con las palabras mientras reflexiona sobre ellas y los sentimientos que la atraviesan. De alguna manera lleva a cabo una de las operaciones más básicas de la escritura que tiene que ver con eso de poner sus pensamientos en palabras para poder comprenderlos mejor. Su mundo, su pequeño mundo privado, se reduce a un padrastro con el que puede dibujar una imagen paterna sin miedo, una hermanastra que es la confidente de sus aventuras y desventuras, una tía que sabe aconsejarla y contenerla, no sólo como una segunda madre, también como una maestra jedi que la conduce por el camino de la fuerza del feminismo. Violeta está tan bien construida desde su voz que se me hizo real todo el tiempo, no sólo logró que pensara en que deben existir muchas Violetas, sino que la construcción de su mundo por medio de su voz narrativa me hizo dudar si a lo mejor todas sus intervenciones en realidad fueron escritas por una verdadera adolescente. Tan es así que leí toda la novela queriendo abrazar a la protagonista en más de una ocasión.
Donde termina la lluvia se inscribe en el listado de narrativas que van a contar a las generaciones futuras un testimonio de esta era, la del empoderamiento feminista, pero lo va a hacer con el singular procedimiento de estar escrito por un hombre, y por lo tanto se sumará a la diversidad de voces, entre tantas (y necesarias), que recogen el guante para decir lo que hay que decir sobre la violencia machista.
También tiene un raro logro, algo que no pudo ningún otro texto que haya leído anteriormente, y es que lo intervine con un lápiz negro subrayando frases y escribiendo comentarios a su lado. Es que dice muchas cosas, de las más diversas maneras y necesitaba resaltarlas en el mar de letras negras sobre las hojas. Violeta habla, Norberto escribe y yo tomo debida nota de una frase que me identifica al momento de pensar lo que me pasa con el acto de escribir: “Cuando me puse a escribir fue cuando me puse a pensar, me vienen miles de ideas en segundos que se amontonan acá en la frente, se me ponen en fila y todas se quieren pasar unas a otras. Las tengo que ordenar antes de que la mano escriba”. Chapeau.
Hay tres cuestiones que aún me dejan pensando: uno, Violeta escribe su diario y es imposible no pensar que se trata de una futura y poderosa escritora; dos, si esta es la primera novela de Norberto Gugliotella, no quiero pensar lo intensas que serán las que le sigan; y tres, un pequeño detalle que no le puedo perdonar al autor, no me banco, no es justo, que el villano de esta historia sea hincha de River.
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