DOCE HORAS EN LA CIUDAD DE LA FURIA

Mar 10, 2025 | IDEAS Y DEBATES, Lo último

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POR JUAN P. SUSEL

Qué bueno que la inflación está bajando dicen en la radio temprano por la mañana cuando subo al taxi para llegar rápido al trabajo. “No se puede vivir en un país en donde la inflación te come el sueldo” dice enfático el periodista que por la mañana te cuenta que la inflación es el peor impuesto que puede tener un pobre y a la tarde en la televisión repite exactamente lo mismo con idéntico tono ensayadamente indignado.

No digo nada porque no tengo ganas de ponerme a discutir con el taxista pero pienso para mis adentros que bajar la inflación a costa de que la gente no tenga para comer no es una solución superadora al problema de la inflación ni a un ningún otro problema económico o social. Desde el momento que asumió Javier Milei hasta la actualidad la pobreza aumento de modo exponencial y eso se nota sin necesidad de información sofisticada ni de ningún tipo de análisis estadístico. Con solo caminar por las calles de la ciudad de Buenos Aires o del conurbano bonaerense vemos las imágenes de la desolación que nos toca vivir desde que el gobierno libertario aplica una política de ajuste feroz que hasta ahora es avalada por un sector grande de la ciudadanía.

Este viernes cuando salí del taxi en el que el periodista se deshacía en elogios varios a la política económica del gobierno fui a un cajero automático a sacar plata para tomar un café. Una familia compuesta por una mama y tres chicos estaban durmiendo dentro del cajero en el que yo tenía que sacar dinero. El lugar que hacía de casa improvisada estaba en muy malas condiciones para ser habitado. Cáscaras de bananas y papeles higiénicos usados estaban en el suelo alrededor de los niños más pequeños que jugaban descalzos mientras la gente intentaba sacar dinero lo más rápido posible para no molestar a los ocasionales habitantes de esa improvisada morada. Una vez que me retire del cajero pase por un supermercado en pleno microcentro porteño.

En el momento en el que estaba pagando unas módicas galletitas un hombre de unos cuarenta años entro a los gritos a pedir por favor dinero para comer. Un seguridad se acercó al hombre y lo invito amablemente a salir del local. Como el señor se rehusó a retirarse el seguridad lo agarro de ambas manos y con una toma digna de un profesional de la represión institucionalizada doblándole fuertemente las muñecas lo saco del local mientras le decía: “Negro de mierda, cuantas veces te dije que no molestes más a los clientes”.

Salí acostumbrado al paisaje de violencia y marginalidad del que nuestra ciudad es moneda corriente y fui a mi trabajo. Después de la cotidiana jornada fui a buscar a Julián, mi hijo mayor  al trabajo de su mama. Cuando estaba subiendo a la estación Entre Rios de la línea E un empleado del subte junto a un policía me ordenan a los gritos que vuelva a la calle debido a que cinco ladrones armados entraron a una estación y se encuentran realizando un robo piraña. Algunos policías armados esperan que la formación asaltada llegue a la cabecera de la estación Entre Rios para detener a a los malvivientes pero existe la posibilidad de un tiroteo por lo que están realizando una evacuación de toda la estación. Salí corriendo por Avenida San Juan y tomé un taxi para ir a recoger a mi hijo.

Luego de hacer algunas compras invite a Julián a cenar a un McDonald’s. Mientras terminábamos de comer nuestras hamburguesas ingresan al local dos jóvenes en notorio estado de exaltación. Empiezan a pedirles a los clientes las sobras de sus comidas. Uno de ellos se acerca a nuestra mesa y agarra el paquete de papas que estábamos terminando de comer con mi hijo. Le digo a Julián en voz baja que lo más calmado posible se levante de la mesa y me siga directo hacia la calle. Todavía conmocionado por la situación vivida vamos a tomar un helado a una confitería del microcentro. Mientras estoy haciendo el pedido veo como un joven en situación de calle orina mirando de frente a nuestro local y luego nos muestra sus partes íntimas. La escena ocurre en Suipacha y Corrientes a las nueve de la noche.

Todas estas escenas ocurrieron en un lapso de doce horas. Las mismas operan como metáfora de una situación que pareciera no tener fin. Lo primero que surge para definir este estado de cosas es la palabra crisis. Todo el camino a casa fui charlando con Julián sobre este problema y sobre porque esto que sucede es una crisis económica y política. Es muy difícil trasmitirle a un niño de diez años algunas cuestiones. Intente explicarle algo acerca de un plan económico que beneficia a un sector muy reducido de la sociedad y que perjudica a las clases medias y populares. Le conté algo de la dictadura militar pero notaba que mi hijo se distraía producto de la monotonía de mi explicación. Así fue que llegamos a casa y dejamos mochilas y portafolios.

Allí nos esperaban mi mujer y Sebastián, mi otro hijo que estaban mirando una nota en un noticiero sobre una familia muy humilde que sobrevivía como podía a la crisis económica. Los protagonistas de la historia aceptaban mansamente lo que les toca en suerte. Con resignación afirmaban que se hace lo que se puede y que ya se saldría de esta situación. Justo en ese momento recordé el titular de Clarín cuando fueron asesinados Kosteki y Santillan en el puente Pueyrredón en el año 2002. El gran diario argentino título el asesinato de esta manera: La crisis causo dos nuevas muertes.

Acostado vi todas las escenas del día pasar como una película por mi cabeza. En ese estado entendí algo que a la tarde no pude explicarle a mi hijo. Durante todo este día pasaron un montón de cosas frente a mis ojos. Vi a una familia durmiendo en un cajero automático. Después un señor en situación de calle solicito a los gritos comida en un supermercado y este fue sacado a los empujones por un señor de seguridad. A la tarde una banda de ladrones entro armado al subte y tuve que salir corriendo para evitar ser robado. Luego fui a comer a un negocio de comida rápida y dos jóvenes entraron de modo violento al local pidiendo comida de modo desesperado. Para finalizar el día un joven en estado de ebriedad le mostro sus genitales a los clientes de una heladería. Todas estas escenas son metáforas de un estado de época. Son presentadas por los medios de comunicación y por la subjetividad construida en redes sociales como problemas particulares.

El problema de la inseguridad se ve reflejado en la gente que delinque en un subte o en un local de comida. El problema de la marginalidad se ve reflejado en el drama de la familia que habita un cajero automático, en las personas que piden comida en locales de ropa o se desnudan frente a comercios llenos de gente. Por ultimo vemos en la televisión a una familia humilde y mansa que acepta su destino irremediable. Lo que tienen de común todas estas escenas es que todas estas problemáticas son individuales. Alguien delinque, otro duerme en la calle, otro se desnuda. Nada se puede hacer ante este estado de situación. El sentido común imperante es el de individuos que no quieren hacer nada con sus vidas y el de una crisis inevitable que no tiene responsables porque como hace veinte años las crisis son inevitables. Distinto seria si pensáramos que el plan del gobierno de Milei condena a la pobreza y a la marginalidad a un porcentaje muy alto de seres humanos.

Algunas personas logran rearmarse ante el deterioro objetivo y material de sus condiciones de vida. Otros no pueden y quedan al lado del camino. Alrededor de este espectáculo decadente los que todavía no fueron expulsados del sistema celebran la mansedumbre de los pobres que se contentan con lo que tienen y con los beneficios de la baja de la inflación a costa de todo lo otro que sucede frente a sus ojos. Lo peor de todo es que como en Hechizo del tiempo, aquella película en la que Bill Murray está atrapado en un mismo e idéntico día al día siguiente me levantare para tomar un taxi y allí un taxista y yo estaremos nuevamente escuchando a un periodista que celebra la baja de la inflación mientras todo se derrumba a nuestro alrededor.

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