-Por Charly Longarini- @Charlylonga
Hacia Viernes salvaje
Hubo un tiempo que los viernes a la noche eran sinónimo de Black Mirror. Mi esposa con un té caliente en las manos y yo con alguna bebida espirituosa mirábamos la serie de a un capítulo por vez. Me costó convencerla de que me acompañara a verla ya que la ciencia ficción no estaba dentro de su mapa de interés. Pero después de ver el primer capítulo, “The National Anthem” (Otto Bathurst, 2011) de la primera temporada, en donde el primer ministro británico debe someterse a una acción extrema como mantener una relación sexual zoofílica en cadena nacional para lograr la liberación de un princesa secuestrada, se dio cuenta que no todo era naves espaciales, sables laser y planetas que explotaban. De hecho, al terminar cada capítulo, la notaba inquieta porque en algún punto entendía que aquel mundo peligroso que se desprendía desde la pantalla era perfectamente posible.
Por eso, y por otras cuestiones, creo que la fascinación y el miedo que nos genera el avance acelerado de la IA, en parte, se lo debemos a Black Mirror.
La serie de origen británico, creada por Charlie Brooker, condensa lo bueno y lo malo de los temas que se abordaron a lo largo de la historia de la ciencia ficción. El mundo que nos muestra, si bien cada capítulo tiene un tono, una lógica, un entorno y una realidad absolutamente diferente, no es muy distinto ni está muy alejado de lo que ya leímos en autores como Phillip K Dick, Ray Bradbury y J.G. Ballard, sólo por citar algunos. En aquellas historias clásicas del género, la concepción de un futuro desalentador, ominoso y amenazante distaban mucho del presente en que fueron escritas y publicadas por primera vez. En contraposición a esa idea primigenia, las historias que se cuentan en Black Mirror acortaron el tiempo de las proyecciones hacia el futuro, con lo cual podemos llegar a presuponer que los avances tecnológicos y científicos que sirven de sustento a la serie no ocurrirán en un futuro demasiado lejano, sino que dan la sensación de que sucederán en breve o que podrían estar ocurriendo en el presente.
En la serie de Netflix la tecnología y la ciencia no son los temas centrales, no son los monstruos ni los villanos de las historias. En el fondo lo que han hecho éstas es exponer y emerger los profundos conflictos de la condición humana. No es la tecnología, es como la usamos o como nos usa a nosotros. Porque aquello en donde podemos ver herramientas que vienen a simplificar nuestra existencia, en realidad podríamos terminar siendo los huéspedes de una entidad que intenta colonizar nuestras mentes y nuestros deseos.
“Eulogy”, a modo ejemplo de la serie en general y la séptima temporada en particular, está entre lo mejor de la serie. Encarna el verdadero espíritu de la ciencia ficción, parafraseando a la novela del escritor chileno Roberto Bolaño. Es triste, es una historia amarga de esas que te deja pensando un buen tiempo, aunque creo que ése el objetivo esencial de la serie, que reflexionemos sobre el mundo que nos rodea y de que forma la tecnología se va involucrando en nuestras pulsiones.
El amor, el desamor, la memoria y la muerte se ponen en juego con un dispositivo para recrear recuerdos que serán proyectados en el funeral de alguien que murió. Esto abre un portal doloroso del protagonista que ya creía cerrada sus heridas del pasado. Paul Giamatti actúa y te destroza el alma.
Black Mirror, después de algunas temporadas de calidad inferior, volvió a ser el Black Mirror de los primeros tiempos, de aquellos en que los viernes eran tiempos de disfrutar y espantarse a partes iguales.
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