Hacia Viernes Salvajes
Perdidos en Tokio debe ser la única película que recomendé en mi vida sin haberla visto.
En mi defensa, debo decir que no fue una recomendación consciente. Hace casi 20 años un compañero de trabajo me pidió que le recomiende una película para ver con su esposa en la noche del sábado, y como por esos tiempos se hablaba muy bien de Perdidos en Tokio, se la sugerí. Nunca le aclaré que yo no la había visto aún. ¡Lo que me insultó! Y después se reía con otros contando que yo le había recomendado una película aburrida. Esgrimir algo en mi defensa ya no tenía sentido. Ya estaba hecho. Quedó el chiste de haberle arruinado la velada a un compañero.
Igual me sorprendió esa reacción. Digo, dirigida por Sofia Coppola (hija de Francis Ford), alguien que seguramente lleva en la sangre los mismos glóbulos que quién se sentó en la silla de director en El Padrino, si bien eso no aseguraba nada, al menos era un sello de cierta calidad esperada. Protagonizado por el enorme Bill Murray y por una incipiente Scarlett Johansson, medio que no podía errarle por mucho. Pero como decía Tusan, puede fallar.
En fin, pasaron casi 20 años de eso. La ví recién hace poco porque la encontré de casualidad en Netflix y por supuesto le dí una oportunidad.
Bob (Bill Murray) es un actor norteamericano contratado por un empresa japonesa para hacer unos comerciales en Tokio. Está atravesando la crisis de la mediana edad. Alejado, y no sólo geograficamente, de su esposa que lo asedia para que elija colores para los mobiliarios de un nuevo estudio y de sus hijos que no quieren hablar con él, se encuentra en una Tokio turística que no alcanza a comprender más allá del idioma.
Christine (Scarlett Johansson) acompaña a Tokio a su marido fotógrafo a una serie de trabajos que él tiene que hacer en el país nipon y se aburre encerrada en el hotel. Escucha cintas de autoyuda, observa desde el ventanal de su habitación la imponente ciudad capital, mira la tele para combatir el insomnio y va al bar a distraerse un rato. En medio de todo eso, durante las horas que permanece sola, no sabe con quién se casó. Se nota que está atravesando una crisis existencial acerca de su vocación y desbordada por sus emociones.
Una noche Bob y Christine, perdidos en sus vidas y en sus matrimonios, también en sus insomnios, se encuentran. Y charlan. Se rien. Se divierten en medio de ese hastío y en un país donde no entienden el idioma pero al que tratan de adaptarse. Salen a la noche japonesa y tratan de liberarse. El objetivo de ambos, al principio no es enamorarse pero es evidente que encuentran en el otro un hueco para la liberación. Y la vida es ahí en esa ciudad lejana y en ese preciso momento.
Se divierten y sin querer se enamoran más allá de la diferencia de edad. El amor se manifiesta en las miradas, en los silencios, en los enojos, en los gestos, en todo lo que no es dicho.
La historia de Bob y Christine es de esa categoría, esa especie de subgénero que son los breves amores eternos. Esos amores que por intensidad y por poca duración quedan flotando en el alma de quienes lo viven para siempre. Esas historias donde el amor queda suspendido en el tiempo.
Es divertida sin llegar a ser una comedia romántica. Tiene escenas dramáticas pero no llega a ser un drama. Hay, desde luego, romance pero tampoco podría ser clasificada como una película romántica.
Hay quien dice que la película retrata la separación entre Sofia Coppola y el también cineasta Spike Jonze, aunque la directora lo haya negado enérgicamente.
Creo, sin temor a equivocarme, que a mi también me hubiera parecido un bodrio en aquella época. Pero hoy, que me encantan las películas donde la gente se enamora, dónde alguien gusta de otro alguien, me fascinó.
Hay dos escenas preciosas. Un karaoke que ya es mítico y una conversación entre Bob y Christine en la habitación del hotel en el que terminan durmiendo juntos.
No la recomiendo para que no me insulten pero que ganas me dan de decirles que le den una oportunidad. Pero dejen, no me den bola.
Charly Longarini
Periodista, y lector voraz. Escribe para La Patria Futbolera. Estudia Letras en la Universidad Nacional de Hurlingham. Cinéfilo. Seguilo en sus redes.